Tres actores asumen la conducción. Autor: Roberto Ruiz Espinosa Publicado: 21/09/2017 | 06:51 pm
En más de una oportunidad he escuchado a algunas personas rechazar de plano todo lo que huela a cultura del entretenimiento. Un error garrafal si se desea atraer los públicos juveniles o menos interesados en las bellas artes (entretenidas también, de otra forma). Y en más de una ocasión he sido testigo de las veces que Abel Prieto ha defendido el entretenimiento; él, un hombre esencialmente culto, que por suerte es ministro de Cultura y entiende la utilidad del entretenimiento inteligente.
Empiezo por aquí para echar mi «parrafada» sobre Bailando en Cuba, un programa muy bien hecho y dedicado al entretenimiento sano de los públicos que aprecien el baile y la música de nuestro país.
Pero quien piense que Bailando en Cuba solo es entretenimiento no tiene ojos o por lo menos no ve. A ver (y perdonen la redundancia), por solo nombrar dos de las personalidades que han presentado en el espacio: Enrique Pineda Barnet, premio nacional de Cine y premio Goya, habló sobre qué se necesita para hacer un cine musical, mientras la diva del Buena Vista Social Club, premio nacional de Música, Omara Portuondo, develó sus orígenes como bailarina en el Cabaret Tropicana. Ambos fueron entrevistados en las dos de las emisiones, y quizá llegaron a personas que no los conocían en ese rol.
En cada entrega, Roclan, con su decir peculiar, muestra aspectos de nuestra historia danzaria que es decir nuestra cultura, desde el chachachá a los bailes de los centros nocturnos. Y claro, Roclan se prepara para narrar y entrevistar, acciones que se presentan como un todo en una pincelada y resultan atractivas porque no son improvisadas.
A todos estos valores se une que el grupo de coreógrafos que trabaja con los concursantes del programa estelar de los domingos en la Televisión Cubana, están emulando entre ellos y, a partir de los diversos géneros, montan coreografías que a veces son demasiado difíciles para una pareja común de bailadores.
Teniendo como envoltura el espectáculo con luces, vestuario, maquillaje y escenografía moderna, se han presentado temas esenciales, por ejemplo, el VIH y divulgar el uso del condón, con relaciones sexuales protegidas. Sin nombrar visitas a lugares históricos o educacionales.
Otro tanto a favor de Bailando… son las historias de vida de los bailarines. ¿Es frívolo que una muchacha llore recordando a su padre que no la puede ver porque murió? Quizá sea melodramático ¿y qué? Víctor Hugo escribió melodramas y nadie osa decir que es un mal escritor. Pero en esas entrevistas está también el origen de esos chicos, algunos de barrios marginales, como el que contó que no decía que era bailarín para que en el barrio no lo tildaran de gay. Esa realidad forma parte de Cuba y es muy bueno que se presente.
¿Qué decir del jurado? Lizt Alfonso, Santiago Alfonso y Susana Pous, tres personalidades de la danza, en cada domingo dan muestra de su profesionalidad y cuidan la forma en la que se dirigen a los concursantes.
El pollo de este arroz (aderezado con aceitunas, comino, cerveza y otros ingredientes, que ya nombré) es la competencia, que va creciendo con el tiempo. Los muchachos se preparan mejor, reciben intensas clases y todos les pedimos más profesionalidad sin perder lo espontáneo y sabroso del baile cubano. Así que los lunes siguen creciendo los debates sobre si los jueces fueron justos o no, si tal número es la mejor, en fin, que del Astral el programa salta a las calles, a los hogares, centros de trabajo y donde haya un grupo de televidentes, en cualquier lugar.
Los conductores… Leo Benítez, buen actor, lo intenta, pero no puede; Camila Arteche, puede dar más y sugiero (sin ser diseñadora) que la deben vestir de largo para que gane en altura visual; y a Carlos Solar que lo dejen soltarse, él puede hacerlo, domingo a domingo crece. Ah, y por favor, que no vuelvan a dar opiniones, ellos no son jurado.
Creo que en RTV Comercial (empresa de la televisión cubana) existe conciencia de que tanto en Sonando... como en Bailando... la conducción fue un punto débil. En ambos casos buscaron rostros «poco quemados» en ese papel, pero no les ha dado el resultado que esperaban.
De alguna forma hay que armar (como televisión y radio también) una escuela de conductores, o de lo contrario realizar los suficientes casting hasta que aparezcan jóvenes deseosos de asumir ese papel y que ¡sean cultos! O por lo menos estén bien informados.
La expresión de ¡qué lindo! o ¡qué bien!, nace a partir de que sobre el mambo que se bailó (es solo un ejemplo) no se conoce ni el autor, ni su origen. Y no es que el conductor sea una enciclopedia, es que el guion o escaleta que le den (mejor con tiempo) tenga la información que necesite para improvisar en un momento determinado.
Pero, más allá de este aspecto, Manolito Ortega, los productores y todo el equipo, tanto de Sonando en Cuba como de Bailando en Cuba, demuestran que se puede brindar un producto espectacular, lleno de luces y atractivos, que destile cubanía y transmita cultura. Así que sigo apostando por ese espacio.