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No puedes tratar un libro igual que un colchón

Este caballero peculiar es uno de los escritores más exitosos del continente. Reconocido por su literatura policiaca, también ha incursionado con tino en la historiografía

Autor:

René Camilo García Rivera

Paco Ignacio Taibo II desprende, por donde pasa, un olor a insurgencia, a pólvora quemada y humo, a Revolución Mexicana de principios del pasado siglo. Sus dedos romos parecen hechos para la metralla, para empujar las balas en la carabina mocha, para manejar la cartuchera de los plomos, para atársela del cuello por un jirón de tela sucia y echársela a la espalda. Paco Ignacio no puede andar en automóvil, ni en avión, ni en microbús. Su estampa es la del jinete, la de esos que cruzaban el «llano en llamas», de los que galopan en los libros de Rulfo. Y sin embargo, es un escritor —fino como pocos— de la resistencia.

Conspirador por excelencia, militante atípico, transgresor de las jerarquías, este caballero peculiar es uno de los escritores más exitosos del continente. Reconocido por su literatura policiaca, también ha incursionado con tino en la historiografía. Sus textos Ernesto Guevara, también conocido como el Che; Tony Guiteras, un hombre guapo; y Pancho Villa: una biografía narrativa, son considerados joyas de este género.

Partícipe asiduo de las Ferias del Libro de La Habana, ha presentado en la edición de 2017 los libros Una latinoamericana forma de morir (antología de cuentos policiales), Un pulso que golpea en las tinieblas. Una antología de poesía para resistentes y Pinturas de Guerra, novela gráfica del autor Ángel de la Calle. Abordado a su paso por La Cabaña, Taibo respondió, a la sombra de unos jagüeyes, su impresión sobre el evento.

«Este año veo menos literatura chatarra. La feria se estaba llenando de maniquíes, reinecitas y princesitas, pósters de futbolistas, y eso no hace nuevos lectores. Se llevaban dos o tres muy negativos en este sentido».

—¿Y la oferta literaria?

—Creo que sigue siendo pobre. Para mantener la gran masa de lectores que creó Cuba necesita un alimento cultural fuerte. Las editoriales nacionales están publicando exceso de ensayos para especialistas, para las escuelas, la academia; pero poca literatura de ficción, de ciencia ficción, novelas, que son los libros que más atraen y generan lectores de calidad.

«El programa está medio saturado. Hay demasiadas cosas al mismo tiempo y compiten entre sí. No puedo estar en todo lo que me gustaría. Pero la sensación que tengo es que, comparado con el año pasado, este ha sido mejor».

—Usted es un escritor de notable proyección internacional. ¿Cómo ve las Ferias del Libro en otros países?

—Cada una es un mundo aparte, con sus propios rasgos. La Feria de Madrid, por ejemplo, es una especie de monstruo comercial donde lo único que importa es vender a precios muy caros. La de la ciudad de México tiene un corte popular muy interesante; hay muchas ofertas, conferencias polémicas, es muy animada. La de Colombia no está mal, pero la de Santiago de Chile, con los impuestos que le ponen al libro, los hacen incomparables…

—Es un eterno dilema. El libro, ¿mercancía o no?...

—En México, junto a la Fundación Rosa Luxemburgo, hemos regalado más de un millón de libros; y hemos organizado ferias para vender más de cuatro millones a precios superbajos.

«Pensamos que todos los países del planeta debieran comprender que la literatura no es una mercancía, sino un bien cultural, y como tal hay que considerarla. No puedes tratar un libro igual que un colchón, o una mesa. Ellos crean y reproducen pensamiento, sueños, ideología; fomentan la rebeldía, alimentan el espíritu crítico…».

—Pero si todos los libros se regalaran, ¿de qué vivirían los autores?

—Yo vivo de los libros que vendo, de los derechos de autor, de los contratos con diferentes editoriales en todo el planeta. Y vivo bien. Pero de vez en cuando cedo los derechos de los títulos viejos a la brigada cultural.

—¿Y por qué muchos otros no lo hacen?

—Porque quieren vivir de lo que escribieron hace 20 o 30 años, o más. Se quieren llenar los bolsillos con eso. El escritor debe vivir de lo nuevo que haga, no de lo que hizo. Los derechos no pueden ser una pensión de jubilados.

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