Yoel Enríquez Rodríguez durante la prensentación de su libro. Autor: Internet Publicado: 21/09/2017 | 06:46 pm
Con respeto besan los musulmanes la Kaaba que guarda la Piedra Negra en La Meca. Miles de peregrinos recorren casi 800 kilómetros del Camino de Santiago para postrarse ante el sepulcro del Apóstol. Siglos atrás, todos en Grecia acudían al templo de Apolo en Delfos para buscar en sus profecías el destino de sus empresas. Los seres humanos no pueden vivir sin fe; la gran comunidad de matices que ofrece la existencia no puede explicarse solo con lógica e irrumpen entonces el mito, el misterio, la deidad y su santuario. En Cuba algunos fueron erigidos por los colonizadores, otros permanecen hundidos en las cuevas aborígenes y varios perviven tras atravesar el océano en la bodega de un barco negrero.
Uno de esos cultos de raíz africana entronizó a una piedra, consagrándola a un orisha principalísimo: Obbatalá, divinidad de caminos masculinos y femeninos, asociada al color blanco, la paz, la paloma, sincretizada con la Virgen de las Mercedes. La misma que recuerda Fernando Ortiz bajando hacia tierras yorubas desde el desierto, en la figura de un rey belicoso a las órdenes del Islam. Fueron los esclavos lucumíes de un antiguo ingenio los que encontraron su dios en esa roca y convirtieron en tradición un culto ancestral que resiste al tiempo y la desidia. Esta es la esencia del libro Piedra para Obbatalá, del investigador Yoel Enríquez Rodríguez, publicado por Ediciones Montecallado, de la provincia de Mayabeque.
Sin desligarse por completo del influjo académico, pero manejando un lenguaje dúctil y ameno, el texto transita por una urdimbre que confluye en una fiesta popular tradicional, de carácter religioso, de Melena del Sur: la adoración de la Piedra de Obbatalá o de las Mercedes o de la Curva. Fruto de una acuciosa y documentada investigación, la obra no rehúye el afán abarcador de esos estudios que se plantean diversos fenómenos que conforman una realidad determinada. Por el contrario, asume el riesgo y se adentra en los orígenes de un poblado, la evolución social de su economía y las columnas que sostienen un universo cultural aderezado con ingredientes europeos, africanos y asiáticos.
Por esto, el volumen trasciende el mero examen de una costumbre para convertirse en un acercamiento multidisciplinar al devenir de una región soslayada por las grandes investigaciones sobre la historia nacional. Conjugando así novedad, equilibrio y una certera metodología, el autor nos sumerge en los años fundacionales del poblado de Melena del Sur, sus primeros habitantes, su trazado urbanístico y arquitectónico original, el asentamiento en sus terrenos de la industria azucarera y la afluencia, por extensión, de mano de obra esclava, tanto desde el África central como de China.
En Piedra para Obbatalá se establece un diálogo entre el trabajo histórico y los conceptos de lo que conocemos como patrimonio inmaterial, otorgándole autenticidad y rigor a los abordajes del autor sobre la importancia de las fiestas populares tradicionales o el lugar del mito y la espiritualidad en la conservación de prácticas y códigos que respaldan una cultura de resistencia. El dominio terminológico y la interacción crítica con bibliografía de toda índole no convierte al discurso en una plataforma esquemática, ininteligible, sino en un mensaje extensivo, pensado para un público amplio, que pueda reencontrarse con un entorno común, reconocible, querido.
Graduado como Instructor de Arte, miembro de la AHS y actual metodólogo de la Dirección Provincial de Cultura de Mayabeque, Yoel Enríquez traduce el orgullo por su terruño en una diligente pesquisa acerca de un rito surgido en los bateyes del potrero Aserradero, propiedad de Ignacio Herrera y O’Farril, segundo marqués de Almendares y asentado por fin, bien entrado el siglo XX, en un populoso suburbio bautizado como La Manchurria, adonde habían recalado los antiguos esclavos africanos y asiáticos tras la abolición y el fin de las guerras de independencia.
Allí echó raíces gracias al esmero de Petronila Herrera Herrera, quien heredó los apellidos del amo de sus ancestros junto a la veneración por esa piedra milagrosa que su abuela reverenciaba constantemente, a pesar de la fiereza de las hormigas del lugar. Muchos se acercaron a la roca con ofrendas y cantos de nación, pero también algunos la ignoraron y hasta la rompieron para recoger después, según la memoria popular, la trágica cosecha de sus actos. Sin otra pretensión que resguardar los valores tomados de mano de sus antepasados, aquella sencilla mujer celebró esta festividad hasta convertirla en un monumento sociocultural a la Virgen de las Mercedes, Obbatalá, único a nivel nacional.
Cuentan que los sintoístas japoneses se congregan alrededor del templo Todai-ji, hogar del buda dainichi y los peregrinos hindúes viajan hasta Kerala, en La India, para adorar el lugar donde meditó el dios Ayyappan. Los bosquimanos acuden de todo el Kalahari a Tsodelo para celebrar los pilares de la vida. En Cuba no solo se venera a la Virgen de la Caridad del Cobre y al milagroso San Lázaro del Rincón, también se admira una piedra santa que cada año, entre el 23 y el 24 de septiembre, echa a volar bien alto la paloma blanca que bendice para siempre nuestra cultura nacional.