Joaquín de Luz. Autor: Raúl Pupo Publicado: 21/09/2017 | 06:41 pm
Por poco la tauromaquia nos roba a Joaquín de Luz, uno de los más brillantes exponentes de la danza masculina actual. De hecho, al Premio Benois de la Danza de 2009 le encantan las corridas de toros, una tradición que alimentó su abuelo, al punto de que pasó incluso una temporada en una escuela taurina. «Pero el ballet pudo más… Para felicidad y tranquilidad de mi madre....», afirma mientras sonríe este artista de los pies a la cabeza, que tiene la capacidad de alborotar al auditorio cubano en tiempos de Festival Internacional de Ballet de La Habana Alicia Alonso. Un don que lo asiste gracias al empeño de quien lo trajo a este mundo.
«Hice mía la danza gracias, en primer lugar, a mi madre. Ella es la bailarina real de la familia. Nunca fue profesional, pero siempre le encantó el flamenco y el ballet. Solo que cuando podía dedicarse a ello, en España una carrera de este tipo era un lujo. Entonces se encargó de meterme el gusanillo en el alma. Me acercó a un estudio y yo enseguida me enamoré de todo: desde el olor de aquel lugar mágico, hasta de cómo me hacía sentir», dice en exclusiva para JR De Luz, quien tuvo un catalizador en el maestro Víctor Ullate.
«Al año de estar en la academia local de mi pueblito, San Fernando de Henares, ubicado en las afueras de Madrid, escuchamos que el maestro andaba otorgando becas para varones. Como provengo de una familia humilde, aproveché y me presenté. Ahí comenzó mi historia con Víctor, mi segundo padre, mi maestro principal.
«Esa clase en la que estábamos con Víctor era muy especial porque la conformaban, además, Ángel Corella, Lucía Lacarra, Tamara Rojo, Carlos López, Igor Yebra… Un grupo en el cual todos subimos a la vez, al tiempo que nos enseñábamos mutuamente. Para Víctor éramos como su familia. Sus enseñanzas las he llevado conmigo dondequiera que he ido. Él está muy influenciado por las escuelas rusa, cubana y francesa; pero sobre todo por la cubana. Acostumbraba a invitar a grandes maestros para que nos impartieran clases: Aurora Bosch, Lázaro Carreño, Menia Martínez, Karemia Moreno… Por ello ese modo tan peculiar de bailar en esta tierra se encuentra en todos nosotros».
—¿Qué te llevó a dar el salto a Estados Unidos?
—Los pocos videos que nos llegaban provenían del American Ballet Theatre (ABT), y cuando eres un niño eso te ilusiona. Lieng Chang, quien fuera primer bailarín del Ballet Nacional de Cuba (BNC), me dijo que iba a tener lugar un concurso en Hungría, cuyo ganador recibiría un premio en metálico, que podía utilizar para viajar y conocer. Me inscribí y Lázaro Carreño me preparó. Se trataba de la Competencia Internacional de Ballet Rudolf Nureyev, que se celebró en Budapest (1996), donde obtuve la medalla de oro. Con el dinero me fui a EE. UU.
«Durante un par de años permanecí en la Compañía de Ballet de Víctor Ullate, pero quería ver lo que había afuera, porque en España no existe esa gran tradición de ballet como todo el mundo sabe... Yo digo que si en mi país gustara la octava parte de lo que gustan en Cuba la danza y la cultura, otro gallo cantaría. Allí el Gobierno no está para eso y pasará mucho tiempo hasta que alguien se percate de que existe mucho, mucho talento, y de que un país sin cultura, sin arte, no es nada.
«Por esa razón me fui a tomar clases a Nueva York y allí me invitaron como solista al Ballet de Pensilvania, donde estuve por un año. Luego audicioné para el ABT en el cual me ofrecieron un contrato. En el seno de esa compañía empecé mi etapa con otra de las personas que ha sido fundamental en mi carrera: José Manuel Carreño. Me acogió como un hermano y aprendí un montón de él. Solo había que verlo en el escenario.
«Esa fue una etapa muy singular del ABT porque convergieron bailarines espectaculares; un elenco impresionante: José Manuel, Julio Bocca, Vladimir Malakhov, Ethan Stiefel, Susan Jaffe, Paloma Herrera, Julie Kent, Ángel Corrella, Irina Dvorovenko... Definitivamente resultó otra importante escuela. Siete años en los que aprendí un mundo y bailé con gozo en el Metropolitan Opera House con todas aquellas figuras.
«Sucedió que no compartía la visión de Kevin McKenzie, el director artístico. Yo soy un bailarín muy inquieto, a quien le atren los diferentes estilos. Por tal motivo me llamaba tanto la atención el New York City Ballet (NYCB), con su repertorio de George Balanchine, Jerome Robbins... Me puse al habla con Peter Martins, a quien respeto muchísimo y... ya llevo diez años en esta gran aventura».
—Te encanta bailar en tu país...
—Bailar en mi país... Hay sitios que son muy especiales. La Habana es uno de ellos, pero bailar en mi país... Es lo mismo que les sucede a los cubanos cuando se reencuentran con sus raíces, la familia, con su gente... El público que se pone de pie y te aplaude con el corazón. Es tan emotivo. Se me salen las lágrimas, no lo puedo evitar. Ojalá se pudiera dar con la frecuencia que yo quisiera.
—Hablas de España y los ojos te brillan...
—No puedo evitarlo.
—Si algunos cubanos se enteran de que eres fan del Real Madrid...
—¡Es increíble! ¡Aquí todo el mundo le va al Barça! (sonríe). Un día se me ocurrió ponerme la camisa del Real Madrid y por poco me linchan... Me complace ver que cada vez les va gustando más el fútbol, aunque veo muchos escudos del Barça (vuelve a sonreír).
—Practicas mucho deportes: tenis, surf…
—Siempre. En el verano practico muchísimo tenis, tres veces a la semana...
—¿Y esa afición no es demasiado peligrosa para tu carrera?
—No, soy muy activo, desde que tuve una lesión bastante fea en la espalda, decidí hacer más cosas para complementar. Cuando no tengo demasiados ensayos, estoy en el gimnasio, jugando deportes. Voy con cuidado, no hago nada a lo loco, pero me gusta desconectar, porque hay que vivir un poco también, ¿no?
—Se dice que Mikhail Baryshnikov fue tu gran inspiración...
—Justo por él empecé a bailar más en serio. Vi un video suyo y quedé impresionado. Después, pasados los años, le conocí en Nueva York y hemos mantenido una linda amistad... Resulta curioso que como Baryshnikov he sido primera figura tanto del NYCB como del ABT… Increíble que uno de niño tenga esos ídolos, como Misha, como Totó o Julio, y luego tu sueño se haga realidad y que hasta tengas el privilegio de compartir compañía con ellos.
—¿Cuál es el ballet que siempre bailarías?
—El hijo pródigo, de Balanchine. Para mí es muy especial porque es como una mezcla del ABT y el NYCB. Tiene el dramatismo que distingue a los ballets de historia, como los del ABT, y la dinámica que luego Balanchine le imprimió al NYCB. Se creó en 1929 y parece que fue ayer. Te destroza físicamente y también desde el punto de vista emocional, pero a mí me gustan esos retos. Nunca salgo satisfecho de una función en la que interpreto El hijo pródigo, porque siempre le encuentro algo nuevo.
—El mexicano David Fernández concibió Cinco variaciones sobre un tema para que la estrenaras. ¿Qué sientes cuando un coreógrafo crea para ti?
—Una vivencia muy hermosa. No niego que se disfruta tremendamente interpretar a los grandes clásicos, bailar esas piezas que por su valía han pasado a la historia, pero todavía es más especial la experiencia cuando crean para ti. Es como si estuvieran inventando el arte en ese momento. Como si el coreógrafo fuera un pintor, el pincel la coreografía y tú la pintura. Son colaboraciones que jamás se olvidan, porque invariablemente te aportan. Me sucedió con David Fernández, pero también con Alexei Ratmansky, Christopher Wheeldon... Es duro para el cuerpo, porque te levantas con dolores que no sabes ni que existen (sonríe), porque no es lo académico, pero es tan estimulante...
—Cuarenta años y a veces el auditorio se preocupa cuando te escucha hablar del retiro...
—No quiero empezar a verme mal. Depende de lo que dicte el cuerpo. El nivel de trabajo que tenemos en el NYCB es muy fuerte. Cuando estamos en temporadas, asumimos 38 ballets diferentes en dos meses, es muy físico el repertorio que bailamos… Veré, tal vez negocie con Peter (sonríe)…
«No obstante, me atrae la enseñanza, imparto clases en la escuela del NYCB, e incluso Peter me quiere fichar para que prepare a los varones. Igual sería interesante para mí dirigir después de la experiencia que he acumulado, de manera que pueda ofrecer lo que he aprendido durante esta travesía».
—¿Crees que haya influido en Estados Unidos el modo de bailar de los latinos?
—En su día fueron los rusos los más influyentes… Bueno, siguen aportando, no hay que quitarles mérito, pero creo que el motivo por el cual se recibe con tanto entusiasmo a los bailarines latinos en América es por el calor con el que llenamos el escenario y por lo generosos que somos. Salimos a entregarnos, y eso nos distingue porque hoy en día dominar la técnica no es un gran problema... Sin embargo, la musicalidad, la pasión al bailar, el calor que le transmitimos al público... Eso no se puede fingir. No se enseña, se lleva en la sangre.
—¿Cuba en tu vida?
—Cuba siempre ha estado muy cerca de mí. Cuando el BNC venía a España todos los años y yo, que estaba en la escuela, no me perdía ni una función. Iba todos los días al teatro Albéniz, que ahora no existe. Recuerdo haber bailado en la Cátedra Alicia Alonso con ella en el público. Era yo muy joven. Tenía 17 años y bailé Llama de París en el Escorial. Sin duda, Cuba ha sido una de las grandes influencias que ha tenido el ballet mundial.
«Por otra parte, cuento con muchos grandes amigos que han salido de aquí y son increíbles artistas e increíbles personas, que es lo que más me llena».