Ludi Teatro regresa a la escena con Incendios, en versión y puesta de su director Miguel Abreu. Autor: Buby Publicado: 21/09/2017 | 06:35 pm
La siempre compleja relación entre padres e hijos continúa siendo materia preferida del teatro. Varios estrenos de la temporada muestran diversas aristas del tema.
Berenjena Teatro presentó dentro de la Trilogía de la identidad su pieza El hijo, de Jon Fosse. La tercera edad solitaria, carente de afectos, se los inventa refugiándose en ellos, en este caso: un matrimonio de ancianos que solo se tienen a sí mismos con sus reiteraciones y manías, sus olvidos y caprichos; por eso ven aparecer constantemente al retoño que pudo estar en la cárcel o en otro país, y hasta se conforman con que el vecino alcohólico les dedique unos minutos de compañía.
La propuesta del grupo es audaz y difumina límites entre el teatro, la danza, la música, el audiovisual; emplea creadoramente la «sombra chinesca» mediante la fina tela blanca que hace las veces de escenografía, telón, pantalla; quiebra el discurso lineal, aristotélico, no solo mediante las rupturas temporales y los saltos narrativos, sino además con la irrupción de canciones, bailes, mímica…
No siempre, a la verdad, se logra un todo coherente dentro de la deliberada incoherencia que persigue el montaje, pero nadie puede negar la riqueza de códigos que se manejan con destreza y creatividad en función de reflexionar en torno a los delicados y conflictivos temas que aborda, y donde las relaciones paterno-filiales, generacionales y sociales en general invitan a la complicidad del espectador.
La labor interpretativa, tanto de los protagónicos Frank Mora y Anaysis Gregory Gil (en su doble papel y a la vez en la asunción de la puesta y dirección general) como del grupo danzario Alma Mater, lleva una gran responsabilidad en el logro de la obra.
Otro hijo, en su relación con una madre sobreprotectora da médula a Vuelo circular, de Ana María de Agüero, que materializan en la escena de El Sótano el Centro de Teatro de La Habana, GAIA teatro y el Proyecto Alianza Teatral Más.
En este caso se trata de un libreto ambicioso que no se limita al complejo de Electra o a cosmovisiones diferentes entre los dos personajes, sino que pretende metaforizar en torno a mundos y concepciones antagónicas, al presente y el futuro sociales, al choque siempre profundo entre sueños y realidad(es)…
Justamente por querer abarcar demasiado es que la escritura no logra desarrollar suficientemente los temas, algunos apenas esbozados para la exigua duración de la puesta, asumida en la dirección por Carmen Fragoso (quien también incorpora a la madre) de un modo un tanto rígido, sin que se aprecie la necesaria dinámica en los movimientos e intercambios de los personajes.
También de una progenitora, un hijo (ahora perdido) y dos hermanos suyos, gemelos de ambos sexos, trata la pieza Incendios, segunda pieza de la tetralogía La sangre de las promesas, del libanés-canadiense Wajdi Mouawad, en versión y puesta de Miguel Abreu, director de Ludi Teatro.
Pero esta vez el contexto sí actúa como algo más que marco o telón: los conflictos bélicos en el Líbano, aunque en realidad el texto puede leerse como una alusión a todas las guerras. Dentro de ellas, familias divididas que persiguen la anhelada unión, como la de Nawal, que literalmente hasta su muerte procura al hijo del que la han separado, para descubrir un secreto terrible que el resto de su descendencia compartirá al final de la historia.
Estrenada en 2003 y llevada exitosamente al cine en 2010 por el canadiense Denis Villeneuve, Incendios detenta una estructura compleja que implica el cruce de las tres historias dentro de su relato, así como la presencia de otros personajes relacionados con las mismas.
El director de la puesta ha logrado sortear con notable pulso las dificultades tanto lingüísticas (gracias a una eficaz traducción de Humberto Pérez) como dramatúrgicas, si bien para próximas puestas pudiera sintetizar y simplificar más la primera parte, pues de todos modos la obra está algo cargada de información y resulta larga.
Claro que la agilidad en el movimiento escénico que logran los actores, los cambios y alternancias temporales y espaciales apoyados en una escenografía dúctil y funcional, agilizan extraordinariamente el montaje. En ello puede todavía perfeccionarse más el diseño de luces del propio director junto a Roberto González, como quiera que la conformación de ciertas atmósferas y estados anímicos se perfilarían mucho mejor.
Valga resaltar el vestuario de Celia Ledón, por cuanto es un elemento definitorio de épocas y personajes, así como las canciones de Lillena Barrientos (también a la guitarra) y Arianna Delgado: la música en general se integra a la diégesis dramática de modo muy adecuado y porta una carga conceptual y artística encomiable.
Las actuaciones son desiguales, aunque pudiera hablarse de un nivel colectivo adecuado: sobresale la ya mencionada Arianna como la madre firme, vehemente, a quien asiste, sin embargo, una ternura indoblegable. En los gemelos de Francisco López Ruiz y Grisell de las Nieves hay ciertas grietas: él debe encontrar un punto medio en la expresión, pues a veces exagera; ella no dejarse invadir por la emoción que le resta fuerza interpretativa.
Un buen actor como Evelio Ferrer Rojas extravía a veces el tono, aplicando ciertas notas bufonescas a un personaje que no las lleva; Yoelbis Lobaina logra conferir autenticidad y convicción a los varios roles que alterna, aunque en algunos sobran determinadas alusiones populares que tratan, innecesariamente, de conferirles actualidad y cubanización; Andros Perugorría se va superando respecto a desempeños anteriores tanto en cine como en teatro.
Incendios es sin dudas una estimable carta credencial del flamante grupo Ludi Teatro.