A cuatro años de fundado, este colectivo muestra credenciales de madurez y cristalización estilística. Autor: Roberto Ruiz Espinosa Publicado: 21/09/2017 | 06:35 pm
El reciente concierto de la joven banda Polaroid en el teatro Mella nos enfrentó a un colectivo que ya trasciende el paternalismo de la «promesa» para acercarnos a todo un hecho consumado.
La puesta en escena de su primer CD, Ágora, de la disquera Bis Music, con producción de Juan Carlos Suárez, el guitarrista Emilio Martini y Enrique Carballea, así lo demuestra, mediante un colectivo que, a cuatro años de fundado, muestra credenciales de temprana madurez y cristalización estilística.
Como siempre lo tientan a uno las definiciones, Polaroid pudiera considerarse una suerte de trova-rock, en lo que pudiera caber muy cómodamente ese adjetivo ad usum: fusión, pues a sus propuestas llegan con frecuencia sonoridades del funky, el jazz y la canción de autor latinoamericana.
Y mucho más, porque su homenaje a Mercury y Queen, versionando Somebody to love desde el country & western, implica que las cuerdas reverencian también un modo de hacer que signa con muchas décadas de tradición ese respetable estilo del pentagrama norteamericano. Algo que también irrumpe en temas propios, como la sugestiva Aro de fuego.
Pero hablaba de trova como primer elemento del sintagma que definiría el grupo, y no por gusto lo lideran dos jóvenes trovadores: Juan Carlos Suárez y Miguel Díaz, quienes entregan piezas de un fino lirismo donde predominan la nostalgia, la melancolía, pero a la vez una vehemencia y una fuerza que trasciende letras y acordes delicados para redondear propuestas muy energéticas: como si el otoño y la primavera se fundieran en un óleo.
Piezas como la que da título al CD, Libro, Flor de Alambre o Madrugada representan una poética donde encontramos indagaciones ontológicas, miradas citadinas que también son al amor perdido o al que aún no llegó, inquietudes sociales y filosóficas desde una perspectiva bohemia, juglaresca que, sin embargo, va más allá de las rebeldías juveniles para instalarse en un terreno que sobrepasa etapas y edades para comunicarse, encontrar la complicidad de receptores pertenecientes a cualquier grupo etario o cognitivo.
No faltaron otros tributos, como el dedicado a Bola de Nieve y una pieza suya recurrente en no pocos estilos: Vete de mí; sin embargo, los de Polaroid supieron hallar un punto justo mediante empastadas voces y una vestidura musical sencilla, sin alardes, que pudiera privilegiar las emotivas frases de ese clásico de nuestra canción.
O al colega de ellos, Santiago Feliú, con una pequeña e íntima pieza que nos reveló un costado apenas conocido del trovador.
El concierto ofreció además la oportunidad de apreciar las bondades propiamente musicales de los integrantes, como Danilo García: un guitarrista que se enfrenta al cordófono desde el llamado tapping, con un sentido percutivo que no solo estriba en la horizontalidad del instrumento en más de un momento, sino en las sonoridades duras que le arranca, como si de una batería o una tumbadora se tratase.
O la voz ricamente timbrada de Jenny Díaz, la única muchacha del grupo, quien aporta matices muy sensuales y delicados a cada interpretación, mientras no deja de tocar (acariciar, casi) el cajón.
Entre los invitados, la plataforma armónica y orquestal de las piezas se vio ensanchada por el aporte de virtuosos tales como Jorge Reyes (contrabajo), el bajista Alain Pérez, Yaroldis Abreu en la percusión, el guitarrista Emilio Martini, y Jorgito Aragón al piano.
Bajo la dirección de Efraín Sabás, el concierto fluyó sin trabas ni baches. Sin embargo, no se libró del efectismo en lo que a visualidad respecta: excesivas invasiones del tan empleado mundo digital atiborraron el escenario, algo que, justamente por lo apuntado sobre la poética de la banda (ajena a tremendismos semejantes) resultan absolutamente superfluos.
Como lo fueron también los bailarines del gran finale, desaprovechados y perdidos en el escenario, sin una mínima justificación dramatúrgica dentro de los parámetros de la re-presentación.
Con todo, nadie que asistiera esa noche al capitalino Mella dejó de aplaudir con la energía y entusiasmo merecidos al primer concierto «en grande» de Polaroid, y no pocos tuvieron la acertada idea de prolongarlo a casa adquiriendo su Ágora: un disco que, como en la antigua Grecia, es también ese espacio abierto donde un grupo de jóvenes inquietos y bohemios comparten con quienes deseen sus vivencias.