Para Eliany lo importante es entregarse de lleno. Autor: Lisandra Gómez Guerra Publicado: 21/09/2017 | 06:31 pm
SANCTI SPÍRITUS.— Último aviso: iniciará en segundos la presentación en el Teatro Principal de la ciudad del Yayabo. Las lunetas se hacen pequeñas por la impaciencia de los niños. A sus lados, los mayores, quienes intentan apagar los movimientos que desorientan la paz habitual de la emblemática institución. En una de las patas del escenario, una silueta femenina se balancea al compás de no pocos nervios. Finalmente, se apaga la luz y la música ahoga el último bullicio.
Entra al escenario Rosa Rosada del Rosicler, una española de color y espíritu de fuego que anuncia que Un mar de flores, obra de Norge Espinosa e interpretada en predios espirituanos por Cabotín Teatro, catapultará por la puerta ancha del mundo de las tablas, a la jovencita Eliany Miranda Rodríguez.
Natural y desenfadada se despoja de las temerosas energías que la delataban escondida segundos antes. Luces, canciones en vivo, acciones físicas, delicada escenografía y el acompañamiento del personaje de Lila Carola de la Amapola, interpretado por Magdenis López Wichi, redondean el espectáculo que hace suyo la menos experimentada en escena.
«Jamás había hecho teatro para niños. Y también fue la primera vez como línea de trabajo para el grupo. Pero, logramos llevar a escena la esencia de la obra», me dice en el proceso de eliminar cualquier vestigio del personaje.
—¿Cómo resultó ese primer encuentro con un público al que desconocías?
—Delicioso. Los niños son incapaces de mentir, sus aplausos no son por compromiso. Aunque exige mucho. Atención es la palabra de orden, porque si se desconcentran debes propiciar que regresen a la trama. El haberlo logrado se lo debo a López Wichi, ella tiene mucha experiencia.
—Si te pidieran escoger entre el teatro infantil o el de adultos ¿qué dirías?
—Me quedo con los dos. Aunque el segundo te obliga a estudiar más. Aunque, como dije, el público infantil es más sincero.
Precisamente, con Un mar de flores y su personaje Rosa Rosada del Rosicler, la espirituana Eliany Miranda, egresada hace dos años de la Academia de las Artes Vicentina de la Torre, de Camagüey, recibió mención en la última edición del Premio Llauradó, lauro otorgado cada año por la Asociación Hermanos Saíz.
«Todavía no me lo creo. Aunque cuando se filtró la noticia, lo comentaba todo el grupo porque dijeron que era una actriz de Un mar… Pero, somos dos. Aún aprendo. Además, jamás supimos que la obra había sido vista con el propósito de evaluar nuestra interpretación para ese importante premio», confiesa.
—¿Cómo conformas tus personajes?
—Antes me leía la obra, hacía una caracterización, buscaba información del autor. Pero, desde que estoy en Cabotín Teatro todo cambió. Nuestro director Laudel de Jesús nos enseña que primero se siente y luego se expresa. Lo esencial es buscar la verdad en el actor. Te confieso que aún es una limitación el no poderme despegar con facilidad del texto.
—¿Cuánto significó tu paso por la academia?
—Me dio las herramientas mínimas para explorar mi mundo interior. Cuando me dijeron que debía hacer mi tesis de graduación en Sancti Spíritus me puse renuente. No quería regresar. Pensaba que aquí no encontraría la vitalidad del teatro camagüeyano. Pero, llegar a Cabotín fue como cerrar un ciclo necesario.
—¿Qué encontraste?
—Un grupo de verdad. Un director que se compenetra con cada uno de nosotros. Somos una familia. Aquí se trabaja para todos. Nunca he visto una rivalidad.
—Entonces, ¿Cabotín Teatro resulta ese otro escenario que te permite alcanzar la integralidad como actriz?
—Mi tesis fue con la obra La mano del negro. Allí hice un personaje ajeno totalmente a los anteriores. Me obligó a beber de la cultura afro, a montar en zancos. En fin, cuando se lo presentamos al tribunal que vino desde Camagüey, me dijeron que era lo mejor que había hecho hasta esos momentos. Cabotín madura todos los días mi labor como actriz.
A partir de ese primer encuentro la idea de no permanecer en un grupo espirituano se disipó de la mente de Eliany Miranda Rodríguez, quien ha sabido encauzar y dejar fluir su talento por esa vocación que la naturaleza le proporciona. Ella ha demostrado una evolución constante desde sus orígenes en el arte, cuando estudió trombón cinco años en la otrora Escuela de Música Ernesto Lecuona de Sancti Spíritus y, ahora, transita por el segundo nivel del curso para trabajadores en la Universidad de las Artes, en La Habana. Una nueva etapa que a su juicio exige de mucho sacrifico para equilibrar las responsabilidades en Cabotín con las del centro.
«La música me encanta, pero yo sabía que no era mi camino. Gracias a una amiga llegué a una clase de teatro con un instructor del Consejo Provincial de casas de cultura y no tuve dudas. La actuación es la mayor pasión de mi vida».
—¿Por qué tu silueta detrás de las cortinas develaba nervios?
—Cuando llegan los últimos minutos antes de comenzar cualquier espectáculo, deseo correr y no hacer nada. No hay una función en que no dude. Pero, luego que choco con el público todo fluye. Cuando no me ponga nerviosa dejaré de ser actriz.
—Después del reconocimiento nacional y con el evidente amor hacia la actuación, ¿qué retos inmediatos tocan?
—Hacer mucho teatro. Siempre me entregaré de lleno y así, desde mi trabajo en Cabotín Teatro, seguir cosechando éxitos, a pesar del fatalismo geográfico.
—¿La mayor recompensa?
—Los aplausos, pues percibes cuando al público le gusta lo que haces. Ese es el momento de verdad que todo artista espera.