Fue muy profesional el desempeño de las adolescentes Cindhyia Lorena, quien interpreta a Milagros, y Jeny Elisa como Matilde. Autor: Lázaro David Najarro Publicado: 21/09/2017 | 05:56 pm
CAMAGÜEY.— La puesta en escena de Jardín de Estrellas, de la Compañía Teatral Danzaria La Andariega, integrada por niños actores, sacude a quienes la observan. Es un regalo para el ejercicio del pensamiento, la reflexión, la mirada íntima hacia un interior muchas veces silenciado.
Jardín de Estrellas es sin duda una excelente versión de Ventana de estrellas, escrita por la dramaturga Blanca Felipe Rivero, en 2010.
Esta nueva mirada, sabia y ética fue exhibida en el acogedor Teatral Teatro de esta ciudad, durante el Festival Nacional de Teatro en Camagüey, que aglutinó a lo mejor de la creación de este arte en la nación, y promete un fecundo camino por donde encauzar futuras creaciones, que rompan con tabúes en el país.
La obra, dirigida por Luis Orlando Antúnez (Bambino), es un acertijo familiar que narra temáticas censuradas, como el erotismo en la pubertad, y otras problemáticas intrafamiliares como el abandono de los padres hacia sus hijos y el hogar.
El profesional desempeño de las adolescentes, la expresiva Milagros —protagonizada por Cindhyia Lorena—, y la cautelosa Matilde, representada por Jeny Elisa, a pesar de enfrentar roles que las ubican como víctimas del divorcio de sus padres y la ausencia de al menos uno de ellos en sus vidas, no deja sabor amargo sino una intensa meditación en el espectador.
Las protagonistas vivifican la esperanza y no se conforman, junto a Bambino, con dirigir la obra hacia un público solo de púberes, edad compleja y difícil de comprender, sino también a la familia cubana actual, identificada con los derroteros de la felicidad infantil.
La actual versión asume realidades desde la valoración y la reafirmación de contenidos difíciles de encarnar, pero que personificadas por dos niñas, le imprime al drama una dosis de encanto, que transmite inocencia más que dolor.
Fueron acertados la utilización de recursos mínimos como colores ocres, iluminación exacta, música en vivo a piano, con algún soporte de sonido grabado, que se combinan con la depurada técnica empleada por las actrices, alejadas de gestos vacíos o sobreactuados, lo cual ratifica el quehacer profesional de los artistas de La Andariega y la credibilidad de esta representación.
Entre los méritos de Jardín de Estrellas destacan el respeto al texto original, al conservarse el espíritu con que Ventana… nació.
Jardín incorpora recursos para la interpretación de una realidad muy cercana a hogares cubanos: soga, lienzo, cestas de mimbre, las flores echas en casas, frutas naturales y otras artesanales, y apuesta a la sabía inclusión de dos personajes títeres y masculinos: Matojo e Iván, clásicos animados televisivos, identificados por generaciones de cubanos. Todo ello nos acerca a nuestra cotidianidad e identidad.
Bambino no se conforma y convierte a Ventana… en un Jardín… donde las cestas de plantas y flores muy cubanas son los deseos cumplidos y por cumplirse de Milagros y Matilde.
Ojalá y esta propuesta se acerque más a las salas del país. Por el momento estimula su impacto positivo en quien la disfruta, porque la magia teatral arranca silencios, que luego brotan en expresiones cuando el escenario se convierte en intercambio para dialogar y llevar enseñanza a la vida espiritual del espectador.
Un felino muy a lo cubano
No por ser un clásico infantil El Gato con botas, versionado desde su creación, deja de encantar a grandes y chicos de todo el mundo. La adaptación realizada por el Guiñol de Camagüey del cuento original de Charles Perrault, ratifica lo anterior.
Este elenco, después de una década sin participar en los festivales de teatro en Camagüey, se alza con un éxito rotundo, que implicó austeridad, inteligencia y economía durante su proceso de producción del montaje de la obra, que no renuncia ni a las escenas medievales, con castillos y construcciones muy bien identificadas con la época, ni a la multiplicidad de recursos a través del uso de la sombra en el escenario.
Cerca de 10 escenografías, correspondiente a cada uno de los contextos descritos, se armonizan en los tres niveles de profundidad del gato con botas bien puestas.
La construcción de esa pluralidad de escenarios: bosques exuberantes, nutridos con colores muy acentuados, el mar infinito, ríos; recreados por el intenso movimiento de pañuelos, praderas,… son solo algunas de las atrayentes formas del original Gato con botas.
La dinámica establecida en la sala rompe con la tradicional manera de abordar al clásico infantil. Aquí el escenario se agiganta, al incorporársele todo el espacio interior del salón, en un juego confidente y de comunicación entre los artistas y el auditorio.
Los códigos para redescubrir a este minino son también plurales, y no agotan la imaginación de quien lo disfruta.
Por cerca de una hora los trece actores se convirtieron en «magos», pues no solo asumieron sus personajes, a través del manejo de sus títeres, sino que bailaron, cantaron, exclamaron y encarnaron personajes, en su doble función de manipular muñecos o interpretar personajes.
Los actores y actrices del Guiñol agramontino interpretaron, danzaron, a riesgo de su propia dinámica y tradición titiritera, coreografías creadas especialmente para la obra por José Antonio Chávez, prestigioso maitre del Ballet de Camagüey, e incorporaron música, original de Humberto García Brañas, director de la agrupación Musicora.
Entre las singularidades que imprimen giros al antológico cuento destaca como este fue contado, a través de sus protagonistas, en versos desde que se elevó el telón, hasta que este descendió, a partir también del loable guión de Pedro Castro, quien fue director del extinto Conjunto Dramático de Camagüey.
Mientras que en la nación existe una tendencia por concebir «titiriteros de mochilas» —composición atemperada a la realidad económica actual, al teatro alternativo— este elenco resiste avatares, y ha cosechado buenos frutos con creatividad.
Esta gran producción utilizó títeres de varilla, planos, de guantes y hasta un esperpento —muñeco gigante— de más de dos metros de altura, manipulado por tres diestros titiriteros. A esa superproducción de marionetas se suman no solo los atrayentes trajes del espantajo gigante y el imponente ogro, sino un detallado trabajo de confección, que realza el contenido de la obra.
Aquí sobresale, en contraposición de su pequeñita altura y regordeta figura, el aya de la princesa. Este personaje en manos de la experimentada artista Zunilda Fabelo se distingue por su proyección integral, especialmente su voz y el contenido de sus mensajes.
Se alza esta versión, dirigida por Osiel Veliz Ramírez, con el logró de hacerle llegar a su público los mensajes implícitos en la obra, en el que todos sus elementos encajan —música, vestuarios, coreografías, escena, texto, personajes—, a pesar de la conspiración del audio.
En lo adelante deberá consolidarse su proyección vocal antes tales circunstancia técnicas.
Descuella en este Gato con botas camagüeyano su contextualización en una sociedad que apuesta por los valores humanos —el caso del aya lo ejemplifica—; Se exaltan la amistad, el amor a los animales y conceptos tan profundos como el de ayudar al prójimo, amen de las riquezas materiales que se posean.