Ileana Sánchez Hing, artista de la plástica. Autor: Cortesía de la artista Publicado: 21/09/2017 | 05:54 pm
La incansable camagüeyana Ileana Sánchez Hing, reconocida artista de la plástica, jamás olvidará la vez que la Oficina del Historiador de su ciudad la convocó para que dejara su impronta —como había hecho tantas veces en parques y muros de la tierra agramontina— en una escuela primaria.
«Pésima» idea la suya de pintar un elegante gato azul en aquellas paredes descoloridas. «Estaba yo superentusiasmada con mi regalo para los niños, cuando la maestra de prescolar me tocó el hombro con una regla de madera en el momento en que daba las primeras pinceladas, y me dijo: “¿Usted está loca? ¡No se puede pintar un gato azul, eso afecta a los niños…!”. Y sí, ella sí que me dejó “loca”. Me dio dolor por los muchachitos adorables que tendrían que enfrentar a una maestra que no creía en el poder de la fantasía y la imaginación. Rápidamente recogí y sin dar explicaciones me marché, dejando un gato marcado en la pared. Después supe que habían colocado un pizarrón sobre mi dibujo. Esa experiencia me marcó, tanto, que desde entonces pinto gatos azules, verdes, violetas, rojos…».
Y, claro, es muy difícil que tras escuchar esa historia, uno no comprenda por qué la Sánchez bautizó su hermosísimo recién estrenado estudio con el nombre de El gato azul, aunque esta gran mujer aprovecha para aclararle a Juventud Rebelde que ella, como muchos mortales, también había añorado la llegada de alguien de la «realeza» teñido de añil, «y este estudio —admite risueña—, es mi “príncipe”: muy esperado, muy querido. Lo mejor es que ya está allí…», dice, aunque sabemos que este “noble” encontró la ubicación que merecía su suprema categoría: la Plaza de San Juan de Dios.
«No lo puedo negar: ando por las nubes, más que feliz, y se lo agradezco a la directora de Cultura Provincial, quien nunca dejó de soñar junto a mí, ni de confiar en que este duro empeño podía hacerse realidad; a su grupo de trabajo, al apoyo de los vicepresidentes del Gobierno de la provincia y del municipio de Camagüey...
«Si hoy existe El gato azul se lo debo asimismo a los vecinos de la plaza, que lo sienten como su propio espacio; a Yadira Molina, quien ha dejado su piel para lograrlo; a mis colaboradores; a mis amigos, que me ayudaron desde todos los lugares; y a muchos desconocidos que nunca dijeron “no”. Cuando aparecía algún escollo, alguna puerta cerrada, siempre aparecía la luz».
—Se cuenta que te convertiste en pintora por miedo a las ranas...
—(Sonríe con ganas) Adoro las ranas, y me muero por darle un beso a un sapo… Me convertí en pintora por amor.
—Algunos no miran con buenos ojos los cursos emergentes, pero en tu caso, evidentemente, funcionó muy bien a la hora de tu formación...
—Los cursos emergentes eran como ganarse la lotería, una suerte para muchos jóvenes que, con vocación, con aptitudes reales, en muchos casos no podían comenzar a estudiar por la vía normal por infortunios de la vida, o porque eran desaprobados. A veces nos encontramos con personas a quienes se les ha pasado la edad exigida y andan por las calles llorando de pena por no haber estudiado lo que anhelaban, o matricularon en otras carreras que no deseaban, que no amaban...
«En cuanto a mi experiencia, nadie apostaba por mí como pintora y, sin embargo, mira cuánto camino he recorrido, cuánto he vivido y disfrutado de mi pintura. Conozco a amigos que se formaron en la academia, pero luego se dedicaron a otros menesteres, y al final no son felices».
—Comenzaste a trabajar a los 16 años... Apenas se conoce que fuiste fundadora del Fajardo, en Camagüey...
—Así mismo, comencé siendo aún menor de edad. Falsifiqué la fecha de nacimiento porque tenía problemas con mi familia y necesitaba trabajar, todos decían que yo era muy mala… y o trabajaba o me moría de hambre. Lo único que sabía hacer era dibujar y en el Fajardo había una plaza en el Departamento de Medios de Enseñanza. Durante varios años dibujé, aprendí y crecí en aquella escuela de nuevo tipo, ellos no me recuerdan como fundadora, es una pena. De cualquier manera, gracias al Fajardo pude seguir adelante en esa etapa compleja de mi existencia, y se despertó mi amor hacia el deporte y por los atletas. Ahí está mi ahijado Julio César La Cruz, bicampeón mundial de boxeo en los 81 kg, que no me dejará mentir, y a quien dedico mucho tiempo para ayudarlo a organizar sus artículos, fotos, diplomas y medallas. Él también es mi orgullo.
—¿Cuánto le aportaron a la artista que luego serías, el haber dirigido una casa de cultura y el Fondo Cubano de Bienes Culturales (FCBC) en Camagüey, y presidir el Consejo Provincial de las Artes Plásticas?
—Lo que se aprende con amor no ocupa espacio, pero el haber dirigido durante años marca la personalidad: te conviertes en un ser duro de carácter, ya que tienes que lidiar con muchas personas diferentes por sus maneras de pensar, de enfrentar las responsabilidades, que poseen distintos niveles culturales, de inteligencia, de sensibilidad, etc.
«Cuando asumes ese tipo de tareas te quedan huellas buenas y malas. Lo bueno es que después quedan amigos que te quieren, te recuerdan… Lo malo es que todo aquel a quien un día le toca sentarse detrás de un buró y tomar decisiones, que está en la “silla caliente”, tiene que enfrentar luego a personas que te virarán la cara por el hecho de que las llevaste a cumplir con su contenido de trabajo, o porque no les permitiste que violaran la ley… Eso que muchos llaman buscarse problemas, lo haces, sin embargo, a costa de abandonar un poco tus obligaciones en el hogar, la familia, pero de eso solo te das cuenta con el tiempo...
«Luego queda algo más, que es como una cruz de ceniza en tu frente: tus propios compañeros te minimizan como artista, como persona. A mí me ha sucedido, por ejemplo, en el Museo Provincial Ignacio Agramonte, cuyos pasillos colmé, durante ocho años, de niños a quienes impartía talleres de creación; sin embargo, esos que fueron testigos de mi quehacer luego dijeron que mi obra no era museable. Por esa razón hoy soy, según la tesis de la Dra. Teresa Bustillo, “la gran ausente de esa colección”. ¡Mira qué paradoja!: Estoy en varios museos del mundo, pero el de mi pueblo natal se lo pierde».
—¿Qué te aportó recibir la beca que te posibilitó trabajar en Mallorca, España?
—Recibir la beca fue una grata sorpresa para Joel Jover y para mí, porque no era esperada; una suerte del destino. Por esa experiencia me convertí en artista de verdad, en pintora. En esos años de intenso trabajo, en medio del Mediterráneo, todo místico, mágico, no solo realizamos grandes exposiciones y estuvimos en los más diversos eventos, galerías, ferias, sino que encontramos, además, muy buenos amigos, a pesar de la fama que tienen de ser personas muy herméticas.
—Eres de las artistas «reincidentes» en un evento como Arte y Moda...
—Desde hace tiempo participo en Arte y Moda, sin dudas el mejor evento de su tipo en nuestro país. En él presento piezas que trabajo con un equipo maravilloso, el cual se ha transformado en una gran familia. Arte y Moda es, sobre todo, una escuela; es amor, voluntad, ganas de hacer; confianza en que sí se puede, en que nada nos frenará... Todos: diseñadores, estilistas, modelos, equipo de producción, curadores, fotógrafos..., integran una maquinaria que engrana perfectamente en función de la obra de un artista.
«Ahora vuelvo a repetir con Alberto Leal, quien más que un diseñador estelar es como mi hijo. Antes lo hice con Celia Ledón, mientras que la obra de mi esposo Joel Jover me ha permitido estar en cercano contacto con creadores como Chuchy, o como Fidelito y Osniel, del Proyecto Manos, con quienes trabajamos para este 2014».
—¿Te molesta que te reconozcan en la calle como «la pintora de los gatos»? ¿Dónde queda el pop-art?
—Me hace feliz que me denominen la pintora de los gatos, de los negritos y negritas de enormes labios rojos que embellecen los muros de mi ciudad y otras latitudes. Mas para mí el pop-art es el arte, la adicción, la locura. Miro los rostros de las personas e inconscientemente los voy descomponiendo en colores. Lo que me llega son los verdes, los azules y violetas que iluminan sus caras. Todos piensan que son blancos, negros, mestizos o amarillos, pero hay miles de colores en ellos, o por los menos eso es lo que ven mis ojos.
—Has dicho: «Para qué pintar la tristeza, si esta viene sola». ¿Cuál es tu manera de entregar felicidad a través del arte?
—Realmente amo la felicidad, la busco, la lucho. Tal vez porque cuesta tenerla, trato de que mi obra sea feliz, que cuando alguien la tenga en sus manos, ante sus ojos, en sus casas, le alimente el alma. Creo que no es suficiente llenar la barriga, hay que llenar el alma, el corazón de felicidad, para poder ser buenas personas, buenos seres humanos. Por eso no pinto tristezas, ni dolor, ni mutilaciones, ni guerras, esas desgracias aparecen aunque no las busquemos.
—¿Cómo recibiste la noticia del otorgamiento del Premio Fidelio Ponce a tu obra de la vida, en el 2013?
—Con inmensa alegría. No soy de las que dicen: «gracias» porque puedo dar la impresión de que no lo merezco. Solo digo: trabajé y trabajo mucho para un día alcanzar el reconocimiento institucional. El del pueblo, el de mi gente, lo encuentro a cada paso: ese, el más grande, el que muchos desearían tener.
—También expresaste: «La juventud se me está acabando y no me alcanza el tiempo para realizar la obra que sueño». ¿Qué le falta por hacer a Ileana Sánchez?
—Realmente la juventud se me está acabando, por eso trato de estar siempre rodeada de jóvenes, me refugio en hacer trabajos con y para niños. Ahora mismo estoy empeñada en embellecer los entornos de la Plaza de San Juan de Dios: que los pequeños de ese barrio intervengan las aceras de las calles aledañas, por donde los visitantes pasean, donde se realizan actos importantes, conciertos, espectáculos... Allí existe una población infantil abundante y sueño con que estos niños cambien su entorno, que sobresale por sus altos valores arquitectónicos, patrimoniales, históricos; lo embellezcan, para que luego ellos mismos lo cuiden y tengan sentido de pertenencia por su espacio.
«Igual visito con frecuencia la Casa del Joven Creador de la Asociación Hermanos Saíz (AHS), organización que me declaró Miembro de Honor y de la cual también soy fundadora. En ese sitio siempre ocurre algo muy especial, porque me siento como una gallina con sus pollitos. Hay momentos en que me da “vergüenza” de que me entreguen tanto amor. Estar entre los asociados es un lujo, un placer, me inyecta juventud e ideas jóvenes, nuevas.
«¿Qué más quisiera hacer? Desearía poder pintar a todos mis amigos, a todos aquellos que amo, admiro y respeto. Creo que por fin lo conseguiré en El gato azul, que es un oasis en mi vida. Ojalá y logre que se convierta en sitio de visita obligada no únicamente para mis cómplices, sino también para todo aquel que se llegue a Camagüey, que ame la pintura, disfrute de una conversación amena e inteligente, y de un buen café. Yo los esperaré a cualquier hora, junto a mi gato azul del patio».