Saltador es otra de las creaciones surgidas del universo imaginativo de Ángel Alfonso. Autor: Juventud Rebelde Publicado: 21/09/2017 | 05:53 pm
Por un mundo de papel y tela desandan los pinceles y creyones de Ángel Alfonso, un incansable hacedor de fantasías pictóricas, que diseña su propio universo natural.
Los lienzos y cartulinas tocados por este artista autodidacta, que han llenado múltiples muestras en los últimos tiempos en diversas exposiciones (colectivas y personales), alcanzan estructuras de ventanas por donde entra y sale la magia creativa. Ella obliga al ojo a reconstruir tras ese plano una ilusión de totalidad que desvela el carácter estrictamente mental de lo representado, y nos regala otra realidad.
Entre formas y colores la historia logra vestirse de leyenda, el mito adquiere vigencia en narraciones y símbolos trajinados por la gente que en su pincel toman personal connotación. La palabra se convierte en metáfora, y la naturaleza reúne elementos culturales, de cualquier rincón de la tierra, para devenir, juntos, ornamento, teatralidad y expresiva modalidad de comunicación popular.
En sus imágenes, como en las páginas de un libro, aparece convertido en bella ornamentación del diseño pictórico un conjunto de plantas, animales, gentes, fetiches y referencias poéticas procedentes de su vertiginosa imaginación, pero también de sus lecturas y de las figuraciones tradicionales de la conciencia habitual, del ambiente cultural y de su entorno antillano y caribeño.
Un universo imaginativo, conducido por una línea sugerente, converge en las obras de Ángel Alfonso, cuyos intereses artísticos, etnologistas y hasta antropológicos mueven la acción creativa del artista y operan como basamento de un discurso estructurado a partir de la acción de «repintar», sustraer los «fantasmas culturales», la esencia espiritual y atemporal de una memoria visual pasada.
Ángel Alfonso explota lo dramático, lo erótico, y sensual, lo extraordinario y lo poético, como efectos dinamizadores de sus sistemas operativos, con la finalidad de establecer una comunicación intensa con el receptor, el cual se convierte en un consumador activo de esa suerte de juego de dualidades que constituye cada «artefacto» dibujístico inventado por él.
En el paisaje de sus cuadros, rural o citadino, con sus rasgos geográficos o étnicos —porque Ángel Alfonso (La Habana, 1947) pinta al hombre y la naturaleza de cualquier región—, se crea una contenida ambivalencia, entre una orientación general hacia una economía compositiva o al uso de planos uniformes de color, y la acentuación dramática que la luz y ciertas matizaciones espaciales introducen. De ahí que su pintura alcance un atractivo potencial de misterio.
Retablos viajeros
Por estos «retablos» que el pasado mayo se fueron de viaje al Viejo Continente y anclaron en la Galería Slovenskeho y más tarde en la Andrej Smolak Gallery, en Bratislava (Eslovaquia), donde compartió espacios con otro creador de la Isla: Alberto Morán Socorro, bajo el título de Ritmo y color cubano, confluyen campos de energía de muy distintas filiaciones, porque nacen a la vez de una peculiar sensibilidad hacia el potencial mágico e inmediata expresividad de una cierta tradición primitivista, de un vigoroso sentido dramático de la teatralidad objetual del Barroco y de un delicado refinamiento en el tratamiento epidérmico de los materiales que a veces queda eclipsado por el impacto inmediato de una forma... de ahí que diversas publicaciones del área, y la televisión se hicieran eco de la labor de los artistas caribeños llegados allá con la sensual y atractiva propuesta de esta parte del mundo que tanto interesa.
Pero hay mucho más. En un vistazo interior, más de uno descubrirá en estos trabajos que viene realizando desde 1995 hasta hoy, un fértil pintor. En la encrucijada de climas divergentes que traducen las pinturas se hacen patentes las líneas de intensidad poética que confluyen en la inquieta personalidad de Ángel Alfonso.
Series y ciclos muy disímiles que apuntan a diversas estancias como el Cosmos, África, conflictos humanos, el mar y tantos otros, remueven acentos y signos de una abismal resonancia espiritual. Frente a ese perturbador buceo por espacios arquetípicos del alma, otras piezas invocan más allá de la memoria de los signos una expresión que responde a una mirada más inmediata. El hombre en el mundo de hoy, pero cargado de tiempo en su cuerpo y en el de la pintura.