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Si de son se trata…

El grupo Ecos del Tivolí estrena en el cuarto fonograma de su carrera su condición de septeto. El nuevo formato constituye todo un sello en la historia musical de la Mayor de las Antillas, y el sonido se revela cubano, vital

Autor:

Reinaldo Cedeño Pineda

Las goletas se agolpaban en el puerto santiaguero. Un núcleo de franceses y francohaitianos, llegados del éxodo de la Revolución Haitiana, se asentaron en las afueras y en la planicie cercana a la bahía. Inicios del 19. Pronto establecieron el café-concert Le Tivolí, que acabaría legando su nombre a toda la barriada. Ese cosmos cultural se extendió, se fundieron las costumbres y hoy su legado integra la identidad santiaguera.

De ese entorno bebió Miguel Matamoros (1894-1971), figura señera de la música cubana, para componer algunos de sus títulos memorables. El trío y los formatos posteriores que encabezó junto a Rafael Cueto y Siro Rodríguez, pasaron de un continente a otro; aunque deberíamos afirmarlo en presente: su música sigue sonando por medio mundo.

Ecos del Tivolí apuesta a esa grandeza.

Creado el 20 de marzo de 1992, porta la bandera de la tradición, la hace flamear. Son 20 años de hacer música. El acople exacto y la cadencia singular, el tono vibrante de Iván Batista Aja como voz líder, el punteo de las cuerdas y el bajo de Antonio Barbarú, crean un sustrato que remite, inevitablemente, al influjo matamorino. Ni casualidad ni coincidencia. Cobijados bajo la fronda de Don Miguel, no hay por ningún lado unción de museo, sino una activa asimilación.

La investigación sostenida en añejos archivos, las referencias sonoras obtenidas por diversas vías, el viaje hacia la armonía tradicional, les dota de una sólida argumentación a la hora de abordar esos temas en el siglo XXI. Si bien puede hablarse de rescate, tal vez sea más propio referirse al redimensionamiento logrado a partir de piezas menos conocidas —pero igual de valederas—, fruto del talento inagotable del autor de Son de la Loma. Son marcas indelebles en las ejecuciones de Ecos del Tivolí.

El grupo estrena en este, el cuarto fonograma de su carrera, su condición de septeto. Después de cosechar aplausos como quinteto y sexteto en Europa, Sudamérica y el Caribe, aparecieron las tumbadoras de manos de Arturo Aguilera. El nuevo formato constituye todo un sello en la historia musical de la Mayor de las Antillas, y el sonido se revela cubano, vital.

La ductilidad interpretativa de sus músicos, bajo la dirección de Jorge Cambet, les permite pasearse con soltura por una amplia gama: el lirismo del bolero (Luz que no alumbra, La noche triunfal), la combinación del bolero-son Cuando al fin te vayas, el son pregón Baila mi pregón, el son guaguancó Llora como lloré o un clásico como Alegre conga, cierre brillante de la propuesta fonográfica.

El septeto acierta con La gata de Wenceslao —otra vez Matamoros— que es decir el toque hilarante, la trompeta en eclosión de Eulices Galbán, el valor de la improvisación sonera. Asimismo, construye un verdadero regalo desde cada nota en No te vayas mulata, del boricua Rafael Hernández, mito de la música latinoamericana.

El disco se permite más de un lujo. La voz prístina de María Victoria Rodríguez (Realidades) es uno de ellos. Pancho Amat, desgranando virtuosismo con el tres en una inspiración de Juan Carmenaty (Con Caridad no vuelvo más), es otro. Escúchelo, disfrútelo.

El bolero surgió en la bohemia, al compás de las guitarras y el beso robado en la ventana. El son es un complejo cantable-bailable, emergido de la interinfluencia de África y Europa, de cuerdas y tambores, del campo y la ciudad. Ambos constituyen parte de la creación espiritual más entrañable de la nación cubana. Inscrito en ese caudal imperecedero, este disco resulta un privilegio.

Ni frase de ocasión, ni elogio vano. Si de son se trata… Ecos del Tivolí.

*Este texto le valió a su autor el Premio Cubadisco 2014 en la categoría de Notas discográficas.

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