A las 6.30 am, cuando abrieron las puertas de las rejas, Antonio Guerrero estaba pensando en su madre. Aunque él no hubiera encontrado la manera de transmitir exactamente sus sentimientos el día que Mirta Rodríguez cumplió 82 años, era posible intuirlo. Si Tony hubiera podido despertar a su madre con un beso, seguro le había susurrado las mismas ternuras que debió escribir.
«Mi madre es hermosa, es fuertísima», reconoce la naturaleza sensible del hijo, quien la calificó en un mensaje enviado para la ocasión como «el más sublime ejemplo de amor que me ha dado la vida».
Si Mirta hubiera podido amanecer con el cálido beso y los brazos de su hijo rodeándola, quizás igual habrían ido hasta el Museo de Historia Natural a iniciar la jornada de celebración. Extasiarse en el murmullo de la Habana para luego adentrarse en una institución con que Tony colabora desde 2007 y para quienes ha pintado más de un centenar de acuarelas dedicadas a la naturaleza.
Pero Tony no pudo sostener a su madre para que caminara por sobre los adoquines de la Plaza de Armas y llegara al Museo que este jueves inauguró su cuarta exposición. Sin embargo, con la certeza de que Nacen entre espinas flores, título escogido por el artista para nombrar a sus 32 acuarelas de flores nacionales de los países de América y seguro, además, de que la familia extendida se encargaría de que su madre pasara horas entrañables, Tony estuvo en poemas, canciones, en las sonrisas de los niños de la Colmenita de Centro Habana, pero sobre todo en cada mimo de Fernando y René para ella.
Mirta estuvo feliz que esos dos hijos estuvieran allí. Seguro cada vez que la besaron, le dijeron una frase cariñosa, o que ella les pasó la mano por la espalda como dándoles las gracias por haber sacado tiempo para estar, fue como si su «Nene» estuviera más cerca.
Fernando felicitó a Mirta y aseguró que no estaban allí para sustituir, pero sí para representar al hermano, mientras René recordó la capacidad de «El Flaco» para combinar «amor con resistencia». Maruchi, la hermana de Tony, agradeció a muchos, especialmente a Alicia Jrapko y su esposo Bill, habló de fuerzas, de esperanza y de ese modo de aferrarse al pedido hecho siempre por los Cinco a sus familias: No se dejen arrebatar la sonrisa, la alegría.
Mientras Tony se multiplicaba allí, en el Museo —no solo en sus acuarelas o en los familiares y amigos— seguro que a Mirta la colmó el orgullo cuando escuchó el diálogo que sostuvo Tony en la prisión.
—¿Y esas flores para qué son?— le preguntaron unos presos que lo vieron trabajando duro en las acuarelas.
—Para un Museo en Cuba— respondió
—¿Y cuánto te pagan por eso?
—Nada— dijo finalmente Antonio.
En el rostro de estupefacción de los reos, en cada punto, en cada coma habría reconocido Mirta a su hijo, quien como mencionó la directora del Museo Ester Pérez tanto ha contribuido a la función social de esa institución. Así es él.
Mirta, con Dieguito, el sobrino nieto de Tony, en el regazo estuvo atenta a los versos de su hijo en la voz de Augusto Blanca, la canción de Lázaro García, a las sonrisas y cantos de los niños, esas sonrisas que Tony, junto a Gerardo, Ramón, Fernando y René ayudó a preservar.
Cuando a alguna hora de la noche cerraron las puertas en la prisión, Tony seguía pensando en su madre. En la celda que no merece, la seguía viendo hermosa, aunque supiera que con sus 82 y su fuerza lo es más. Ella, sin importar la distancia, aferrada a los brazos de Fernando y René mientras llegan los brazos que mejor la acurrucan, seguro continuaba sintiendo el beso cálido de su Nene y los susurros de su ternura.