Osvaldo Doimeadiós es el creador que más recientemente ha recibido el Premio Nacional de Humor que otorgan el Centro Promotor del Humor y el Consejo de las Artes Escénicas por la obra de toda la vida. Autor: Juventud Rebelde Publicado: 21/09/2017 | 05:46 pm
Osvaldo Doimeadiós es el creador que más recientemente ha recibido el Premio Nacional de Humor que otorgan el Centro Promotor del Humor y el Consejo de las Artes Escénicas por la obra de toda la vida. Es, sin duda, el humorista que más ha estado relacionado con la historia del humor escénico cubano en los últimos 20 años.
—Viviste a plenitud el momento en que surgió el Centro Promotor del Humor. ¿Cómo lo recuerdas?
—Tendríamos que hablar de mucho antes. El humor en los años 80 tuvo un auge incalculable. Héctor Zumbado, en la literatura, escribía textos y guiones de una crítica aguda y profunda. Existía un movimiento cultural (no solo en el humor), con necesidades estéticas. Conocíamos lo que se hacía en otras partes del mundo: Argentina, Estados Unidos, Gran Bretaña, España… Visitaron Cuba el grupo Les Luthiers y Antonio Gasalla. El humor no era solo costumbrismo. Un día descubrimos que no estábamos solos, en las universidades surgían nuevos grupos con una manera no tradicional de abordar el humor y la sátira social. Nacían personajes más allá del vernáculo. La crítica se acentuaba ante la burocracia, se escribía sobre los cambios sociales. La de los 80 fue época también de ilusiones.
«Antes de pensar en un Centro que agrupara a los humoristas, sucedieron varias acciones que perfilaron esta necesidad. El Conjunto Nacional de Espectáculos, dirigido por Alejandro García (Virulo), alcanzó una notable presencia en el gusto del público por el humor. A finales de los 80, tuvo lugar el encuentro latinoamericano del humor, en el Karl Marx, y Virulo comenzó a gestar los espectáculos Miramar…, donde reunía a aquellos grupos y solistas que encontrara a su paso».
—¿De quién fue la idea?
—La primera idea de crear el centro promotor del buen humor fue de Virulo, y se llevó a cabo en el cine teatro Acapulco. Fue una experiencia mediatizada, porque no teníamos independencia económica. Dependíamos de la empresa de cine y de música popular. Este primer intento abortó por la ceguedad de algunas autoridades de Cultura. Había un movimiento fuerte y, aun cuando algunas entidades trataron de atajarlo, ya existía un vínculo masivo importante.
—¿Por qué no desapareció entonces?
—La Asociación Hermanos Saíz nos protegió e hizo lo que estuvo a su alcance por demostrar que era viable un Centro Promotor del Humor con independencia económica, sin incluirse en el presupuesto del Estado. Yo lo viví con intensidad, con mucha fuerza. Agradezco a Armando Hart, entonces ministro de Cultura; a Abel Prieto, quien era presidente de la Uneac; y a Fernando Rojas, que ocupaba la presidencia de la AHS. Como autoridades culturales, ellos apoyaron el proyecto de creación de un centro. Otras personas del Ministerio de Finanzas y Precios también nos ayudaron. Lo que estamos viviendo hoy en la economía ya nosotros lo estábamos proponiendo como proyecto viable en aquella época.
«A finales del 91 empezó el período especial y entregamos ese proyecto de autofinanciamiento. En el 92 cerraron nuestra sede en el Acapulco. Solo nos dijeron que ese espacio pertenecía a la empresa de cine y que ya no teníamos lugar. Continuamos existiendo como movimiento e hicimos el primer Aquelarre en el 93, en el teatro Mella. Fue un momento de muchas pujas entre nosotros y las autoridades. Más adelante llegamos a un entendimiento y, de alguna manera, eso hizo posible que nos uniéramos todos. Un día me mandaron a buscar para entregar el proyecto de autofinanciamiento. El que había entregado anteriormente lo habían visto, pero lo extraviaron. Era evidente que había que hacer algo con nosotros. Solo exigíamos un lugar donde trabajar en nuestro país. En el 94 apareció el proyecto y la determinación de que lo tenía que asumir el Consejo de las Artes Escénicas».
—¿Cómo llegaste a ser el primer director?
—En aquellas primeras reuniones alguien dijo que si yo había presentado el proyecto, debía ser el director. Me apasiono mucho con las cosas y hace 20 años era más explosivo. Siempre he sido honesto y dije que no era el indicado. Los humoristas insistieron en que si no era yo, armaban tremendo rollo. Coincidió con que yo empezaba a trabajar en Sabadazo, y los funcionarios comenzaron a verme de otra manera. Retomé el proyecto y comencé a trabajar hasta que las puertas se abrieron.
«Tengo la satisfacción de no haber trabajado en vano en el sentido de legitimar el humor en nuestro país. Una responsabilidad de ese tipo te lleva mucho tiempo. Nos dedicamos a buscar por todas las provincias a las personas que hacían humor. De ahí salieron muchos de los que hoy componen lo mejor de nuestro humorismo.
«Nunca renuncié a ser actor, ni cobraba mi salario como director. Tampoco dejé de dedicarle tiempo a mi desarrollo profesional, pero me limitó porque era una etapa de fundación. Más que un director fui un bombero, fui creando un consenso a favor del Centro hasta el 2002, en que por suerte continuó Iván Camejo y luego Kike Quiñones. Siempre han existido corrientes que instigan a que cierren nuestra institución. A favor tenemos que la mirada de la intelectualidad y los profesionales hacia el humor ha ido creciendo. Hay humor en la plástica, el cine, el teatro, la literatura, el periodismo… El género tiene que aparecer en todas las esferas de la sociedad. Ningún análisis serio de pensamiento puede manifestar que el humor no hace falta”.
—¿Cuán bueno ha sido para el Centro Promotor del Humor que siempre lo haya dirigido un humorista?
—Varias personas que están fuera de la institución me han comentado que lo ven como un hecho positivo. El Centro no debe dirigirlo cualquier persona, sino alguien que sea protagonista, que esté en el lugar de los creadores, que entienda nuestras necesidades y el por qué de la importancia de un lugar como este. Dejé de dirigirlo en el 2002, pero he seguido dentro y tengo sentido de pertenencia. Es tarea de nosotros, los humoristas, llevar el Centro adelante.
—¿Por qué tiene el humor tanta fuerza en tu carrera artística?
—Toda persona que pueda hacer reír, que sea capaz de sonreír, de mirar la vida con humor, y hacer feliz a los demás, debe ejercitarlo. El sentido del humor no es privativo para nadie, solo que nosotros lo hacemos con las reglas propias que tiene el género. Me importa el humor como un ejercicio de comunicación entre seres humanos. En ese momento en que reímos se derrumban prejuicios, normativas, ceremonias…, todas esas cosas que atribulan al género humano y que de alguna manera le quitan vida.
«En mi caso particular no sería capaz de hacer humor para los demás sin que me involucre a mí mismo. Era la premisa de trabajo del grupo Salamanca cuando empecé a hacer humor: divertirnos en el espectáculo. Creo que el trabajo del actor tiene que pasar por ahí. Siempre me he exigido no hacer concepciones banales y sobre todo, hacer un humor que respete a los demás».
—¿Cómo ves el trabajo de los otros humoristas? ¿Admiras a alguien en especial?
—Admiro el trabajo de muchas personas que hacen humor en Cuba. Muchos de los que hacían humor desde los 80 han mantenido una coherencia, por ejemplo, las cosas que hace Telo, los que estábamos en Salamanca, el grupo Nos y otros; Pelayo, de la Seña del humor de Matanzas… De ahora me encanta lo que hacen Miguel Moreno (La Llave), Caricare, Luis Silva, Kike Quiñones, Carlos Gonzalvo, Omar Franco, Los Pagolas (con los que he trabajado muchísimo), Iván Camejo, Nelson Gudín, Jorge Díaz… Tendría que estar hablando de muchos más, y que me disculpen por no mencionarlos.
—¿Existe algún método, fórmula o aspecto temático para iniciar el acto de creación en la carrera de un humorista?
—Se desarrolla de la manera más disímil. A veces una palabra da el sentido de creación, o una noticia del periódico. En ocasiones el remate de un chiste te da todo lo demás. Se te ocurre la fábula y de ahí lo vas armando todo.
—¿Cómo te ve la familia: como un profesional, o en un oficio al que le has sacado provecho?
—Mi familia lo ve como una carrera muy profesional. Además, mi familia y mis amigos son mucho más exigentes conmigo que con otras personas.
—Defíneme la palabra público.
—El público es un misterio. Hay públicos que tienen más referencia de una cosa y entienden lo que haces; y otros no, pero igual te escuchan y te aceptan de buen gusto. El público es la meta de lo que uno hace, si no, lo haríamos en la casa. La respuesta del público es el espejo de mi trabajo.
—¿El público ha condicionado, o cambiado, tu quehacer como humorista?
—Hay que pensar en la obra y crear pensando en un público. Tienes que crear tu público. No puedes sucumbir. Siempre hay un segmento de público que se une a lo que tú haces. Puedes unirte a las modas, pero no dejar que las últimas tendencias cambien tu modo de realizar el humor por querer estar a la moda. Los públicos dependen también de los lugares, y los lugares condicionan. Hay que pensar en tu público ideal sin regalar nada, y sin pensar que el público es un ente menor.
—¿Cuál es tu opinión del humor en Cuba, en todos los tiempos?
—Tendríamos que hablar mucho. Ese sentido paródico que nos distingue tiene una importancia vital en lo que llamas la nación cubana. Es la afirmación de la identidad cubana. Patrones que comenzaron a romperse en el siglo XVIII y XIX como una reacción a todo lo que venía del exterior, de España. En la ópera, la literatura, el teatro… toda esa revelación se ha revertido en el humor. Ha sido una revelación de lo vernáculo, de la raíz de nuestra esencia. No debemos obviar el humor y dotar a la cultura cubana únicamente de la parte ceremoniosa. Somos un pueblo con una cultura muy paródica. Cuando más nos reímos es cuando nos burlamos de algo.
«Hablamos del humor de los 80, pero no se puede olvidar el trabajo de Héctor Quintero en los años 60 y 70. Debemos recordar lo que escribía Carballido Rey en programas como Detrás de la Fachada y San Nicolás del Peladero. Somos un resultado de esos programas, porque nosotros crecimos viéndolos».
—¿Qué te dice la palabra censura?
—En el sentido más amplio de mi trabajo, como actor, en cualesquiera de los géneros, he logrado hacer lo que he querido. Por supuesto, los medios obedecen a estructuras, a políticas que se ocupan de establecer y pautar. No se puede ser ingenuo. En todas partes los hay. Pienso que a veces aquí censuran cosas que no deberían censurar. En la toma de decisiones deben estar presentes artistas, personas con visiones y experiencias diferentes, no aquellos que respondan a un puesto, a un estatus social.
«Un asesor, por ejemplo, es un ente creativo, no un censurador. Es solo saber limpiar, desbrozar el camino de malas hierbas; pero no solo limpiar el camino, también hay que sembrar».
—El Centro Promotor del Humor y su Festival Aquelarre cumplen 20 años. Como uno de los protagonistas de esa historia, ¿cuál es tu mejor recuerdo?
—En la vida te tocan o no te tocan las grandes cosas. Me tocó estar metido dentro de este vendaval que ha sido el Centro Promotor del Humor. Hemos derribado muros y viejos tabúes. Hemos corrido la cerca un poquito y hemos ganado espacio. Poder mirar hacia atrás y ver todo lo que se ha logrado en estos 20 años me satisface muchísimo. Me satisface ver que, sin embargo, se mueve.