Libro: El alma y la piedra, de José Luis Fariña, ofrece una poesía espacial y la vez reflexiva y de lirismo elevado. Autor: Juventud Rebelde Publicado: 21/09/2017 | 05:39 pm
Decíase que en la poesía cubana no hay otro poeta de la presencia de lo mínimo, del detalle lírico certero, de una micropoesía (minimalista), como el grande de Cuba Eliseo Diego. Eliseo logró dar nombre a las cosas suyas, a las inmediatas, ser un Adán prolífico en versos cuidados, bien mesurados, cincelados. Con él, la poesía cubana arribó a un elemento que le faltaba: la mirada sutil, que abarca y reinterpreta el detalle desde una cubanía que se expresa en el propio detallismo de la escritura. Todavía, tras Eliseo, faltaba en versos de Cuba el poeta que viera los detalles como una urdimbre, como un juego de imaginación y realidad, que dibujara en palabras. Ya habíamos tenido a un Samuel Feijóo dibujando su entorno, enredado en una bejuquería espacial que cubre sus mejores dibujos, con poemas visuales o poesía graficada o poemas ilustrados. Pero seguía faltando el dibujo versal de la gracia del ángel de la jiribilla, viendo detalles de rostros y faunas como mágica aparición de pinturería bella. Y que esa bella pinturería se trastocara en versos.
Esas faltas ostensibles las vino a llenar un joven que de pronto se nos convirtió en multiexpresivo, al que no le bastó su dibujo (no temo calificarlo de maravilloso), y de pronto abrió su cornucopia de gran observador y tradujo al mundo en versos, no sé si herederos del detalle de Diego o del hirsuto verso feijoseano, pero sí sé que se presenta con voz propia, con pinceladas nítidas y a veces oscuras, con hermetismos sutiles y francas realidades espaciales incluso surrealistas, para ofrecernos una poesía espacial que a la vez es reflexiva y siempre de lirismo elevado.
Me refiero a José Luis Fariñas, quien tras consolidar su prestigio como pintor y dibujante, y como muy notable ilustrador de libros, es capaz de entregarnos así de pronto, ante nuestra vista, años suyos escribiendo sus detalles ebrios de belleza, no siempre formalmente cuidados en el uso métrico de su verso libre por momentos asonantados, pero prístino en sus revelaciones en este libro suyo: El alma y la piedra, editado por la Editorial Letras Cubanas con celo y belleza de presentación tipográfica y de cubierta.
El poeta Fariñas contrapone desde el título dos «esferas» diferenciadas: la del alma (¿existe? ¿sobrevive al cuerpo?, ¿o es solo parte fugaz del cuerpo como depurada organización de materia, energía e inteligencia?) y la piedra, ella allí, soporte del dibujo cavernario, fija y a la vez no eterna, desgastable, pero más lentamente que una vida humana. Lo invisible y lo visible se topan en un libro como reto semejante hallable en la poética de Lezama. La discutida alma y la objetiva piedra vienen a titular un libro que quiere sublimar lo objetivo, a veces con dones extraídos del surrealismo, del trayecto singular de Lezama Lima y, sobre todo, de su experiencia de dibujante que ahora traduce sus figuras en un magma expresivo que une todo ello:
Hierve la fe en este forraje de esplendores
como un prólogo de los pulmones estudiantes
para estirar el sueño de la esfera.
Una caballería sin caballos, una más,
nubla y recoge los pedazos especiales
de nuestra espina de anestesias.
¿Qué dice aquí el poeta?, ¿es asunto desentrañarlo, como cuando nos detenemos ante uno de sus barrocos dibujos tan fuertemente expresivos? A Fariñas hay que leerlo en cuerpo de poema completo, porque trabaja con imágenes, y las palabras giran en torno a ese imaginativo mundo de referencias que han de conformar el texto. Y que lo conforman. Su sentido experimental consiste en darle al verbo y al adjetivo connotaciones especiales para adentrarse en lo singular del detalle. Es un poeta detallista, no cabe dudas, y por eso, para él, adjetivar no concuerda con la idea de Alejo Carpentier, de que «…el adjetivo es la arruga del idioma». Adjetivar es entonces aquí barroquizar, llenar los espacios, hacer a veces muy hermosas piruetas y volutas de lenguaje, como en su poema Trasmañaneando, que no me resisto a copiar íntegro:
Rojo por ojo y ente por diente,
no estoy ya ni de paso,
no me quiero ver con estos ojos.
Te resisto en vano,
hay que doblarse con el viento
y nunca endurecer el nervio.
Ser aquel niño de la tumba
que confunde sus huesos con estrellas.
Véase bien cómo funciona el poema leído a partir de la iluminación que nos ofrece el último verso, como una imagen sola, sólida. ¿Búsqueda de la inmaterialidad, como en un brillante texto querría hacer Enrique Loynaz: «Dios mío, quiero ser algo inmaterial»? Pero el niño de la tumba puede ser bien una estatua, y del alma del querer ser pasamos a la piedra.
Fariñas comprende: el arte de la escritura tiene otras angustias y goces que el suyo más conocido, el de la línea y el color. La palabra no puede ser línea y color, ella otorga el sentido plástico de otra manera, en extraña, sutil o inconsciente evocación de Narciso: «lo que se queda con una sola y precisa letra / sobre la faz de las aguas».
Hay que ver cómo rehúye el poeta darnos en versos su visión de dibujante. No quiere enlazar ambas artes, que lo están inevitablemente desde su subjetividad de artista. Pero si en su dibujo seres de extraña presencia figuran un mundo irreal desde la realidad monda y lironda, en su poesía tiembla la muerte en constante alusión, o como substrato temático, elegíaco, promesa y misterio, reto y disolución, alma volátil de piedra fija. Fariñas tuerce sus frases, apura el poema en un sentido oscuro, que se delata en lectura paciente, en búsqueda de una psicología expresiva y expresada de manera compleja, nada regalada, dicha entre imágenes y giros de lenguaje surreal o de referencia ignota. Es un enfoque lírico natural que brota en el poema sin intención de alejamiento de lectores, sino que el lector debe ser cómplice, lector-cómplice que ha de rehacer el poema desde su aprehensión personal. Y no se olvide la conjunción de artes en su palabra, con otra de las pasiones del poeta: la música. Escribe con ella, pinta y dibuja bajo su efecto, la escucha a toda hora. Fariñas goza del mundo de la música y ve al hombre en instrumento:
Te sentabas al piano, ese bronce
de oculta cruz
con costillas de hueso y de madera,
en un filo de silencios mesurados como si fueras tú el instrumento
—porque eres tú el instrumento—
de tapa cerrada, del que había que extirpar
la voz ignota que reside en las ofrendas.
Y la esencia de la poesía de la música es aquella que convierte al ser en instrumento, como el propio arte pictórico lo hace con el hombre-pintor, o el arte de la palabra con el homo-poeta. No creo yo que esté lejos Fariñas del arte de las correspondencias, que tanto amaron Baudelaire y Rimbaud y que se halla en la esencia de la poesía lezamiana. En él, en su obra lírica, correspondencias quiere decir conjunción de artes, palabra como campo minado, hay que andar con recelo, las palabras explotan, no solo tienen connotaciones, sino también vibraciones. Saber captar las vibraciones del vocablo es oficio de poeta, y de lector de poesía, porque como se advierte en Aquiles, un poema está lleno de resonancias, de sutiles intertextualidades, de escaramuzas de la realidad y la fantasía: «He regresado del infierno/ y las flechas no me matan/ aunque vayan todas a mi talón enemigo». (Qué buen poema, dedicado a un tal Virgilio López Lemus, quien me ha pedido expresar aquí gratitudes.)
José Luis Fariñas avanzó hacia la madurez expresiva de un poeta en El alma y la piedra. Su imaginación no se complacía con sus verdaderos poemas visuales de dibujos llenos de la magia del ensueño, y su ser imaginativo se desbordó en palabras. Ideas, signos, símbolos, imágenes, símiles y a veces alegorías, conforman entre otros elementos estos poemas versolibristas rítmicos, llenos de un efecto entre surreal y onírico, dados a la reflexión y la conjunción de barroquismos quevedianos, gongorinos, lezamianos… fariñanos, si se admitiese inventar el vocablo que expresa su identidad de poeta capaz de atesorar minimalismos y grandes perspectivas, y su ser expresivo rico, del que hay que esperar mucho más todavía, y durante largos todavías.