La avanzada fue protagonizado íntegramente por bailarines mantuanos en una presentación reciente del BNC en Mangos de Roque, en el propio municipio. Autor: Eduardo Herrera Publicado: 21/09/2017 | 05:37 pm
Para llegar a Mantua hay que, primeramente, querer llegar. Y cuando se está, se muestra al visitante como uno de esos pueblos dormidos, en los que resuena el caer de las pisadas sobre el camino y su eco es repetido en las paredes pigmentadas por el ocre de la tierra.
Nadie puede imaginar que detrás de este lugar sin ruidos, aparentemente olvidado en el extremo de la occidental provincia de Pinar del Río, se esconde una pródiga cuna de bailarines en la Isla.
Un pueblo, una historia
El crepúsculo ensayaba un púrpura en la luz desparramada sobre el bergantín Mantua. Un estremecimiento irrumpió en la tranquilidad de las aguas... habían sido confundidos con un barco pirata y un buque de guerra inglés descargaba sobre ellos la furia de sus cañones.
Los tripulantes corrían de un lado a otro; muchos dirigían plegarias a su Santísima Virgen de las Nieves. El ambiente espolvoreado por la ceniza le daba el último adiós a la nave que días antes zarpara de Mantova, Italia.
Los presuntos corsarios desembarcaron por Punta Río. Se asentaron en algún lugar deshabitado cerca del caudal, fundaron el poblado con el nombre de la patria y del barco desafortunadamente hundido. Solo mantuvieron de sus parajes amados: el nombre, unos apellidos dispersos, la virgen colocada sobre un altar de madera, el violín, y el baile, su más fiel tradición.
Aunque las leyendas se entretejen y se confunden nombres y fechas, muchos aún atesoran esta historia y el legado italiano como gen de este pueblo, principalmente a la hora de entender la tradición danzaria de la zona. No fue hasta cuatro siglos después del supuesto arribo europeo que los habitantes de Mantua continuaron la herencia de sus antepasados.
Por los años de la década del 70 del pasado siglo despertó en los pobladores la empatía hacia la danza, por tanto tiempo dormida. Donde solo se había practicado el danzón, emergía una corriente de bailarines que ocuparon y ocupan puestos principales en las mejores compañías de ballet del país. ¿Herencia genética? ¿Tradición cultural? ¿Pedagogía para el ballet?
De campesinos, peloteros y futbolistas a bailarines
Elio Gilberto Ledesma Rojas nunca pensó estar sentado en el teatro Mella para ver a su hijo, Luis Alberto Ledesma, como una de las parejas solistas de Concierto en blanco y negro, presentado por el Ballet Nacional de Cuba (BNC).
Más de 2O años después confiesa su alegría. «No me imaginé que un guajiro como yo, criado con el fango por el tobillo, perforador de la tierra para la minería, iba a estar en el Mella viendo a mi hijo bailar una coreografía de Alicia Alonso».
«Un día —cuenta Elio Gilberto— vino con unas planillas de ballet para la Escuela Vocacional de Arte (EVA) de Pinar del Río. Por aquellos años no había ni televisor y jamás se había dado una función en el pueblo. No me decidía, no comprendía ese deseo repentino. Al final lo dejé, iba para la escuela loco de contento… Y quién te dice, mi hijita, aprobó». Con la palabra ingenuamente recortada se le refleja una sonrisa al padre del primer bailarín que dio Mantua a su país.
Hoy, Julio Blanes y Yansiel Pujada conforman la nueva generación de bailarines del territorio. Julio soñó con ser una estrella del béisbol pinareño; a Yansiel, la estatura le prometía espacio en el voleibol provincial; los dos eran los clásicos chiquillos de tumbar mangos y bañarse en el río cercano. Ninguno sabía nada de ballet.
Hoy ambos se consideran orgullosos bailarines mantuanos. «Es mi vida, lleva mucho sacrificio, una independencia desde temprana edad por las becas y demás, pero vale la pena», aseguró Pujada, cuerpo de baile A del BNC.
Y aunque a algunos la casta no le venga de cerca —según Jorge Pujada Menéndez, padre de Yansiel, nadie en su familia baila, y él hasta se confiesa «patón»— decir que en la familia hay una bailarín ya se ha convertido en Mantua en motivo de orgullo.
El extraño fenómeno
En el BNC se encuentran en la actualidad casi una decena de bailarines mantuanos; otros tantos en el de Camagüey y en el Centro Pro danza, sin dejar de mencionar los que extrafronteras representan al terruño en compañías internacionales como el English National Ballet. Todo ello sin contar a los que cursan la Escuela Nacional de Arte y otros tantos en la especialidad de variedades; avales todos, sin dudas, de la calidad de una genuina «fábrica de bailarines».
Algunos piensan que se debe a la herencia de los italianos; otros le atribuyen la causa al trabajo comunitario y a determinadas particularidades genéticas de los moradores.
Para Miguel Cabrera, historiador del BNC, el fenómeno arranca desde los años 80 como parte de la difusión de la enseñanza del ballet en la Isla. «Aquí se dio un hecho pedagógico, desde muy temprano han existido maestros muy conscientes de la política de captación de talentos desde la base».
«Hay que reconocer también que los mantuanos tienen características fisonómicas peculiares: bonito pie, proclividad para el giro y proyección muy masculina, con estas ya tienen tres cualidades básicas de la Escuela Cubana de Ballet. En ellos se junta todo: talento, aptitud y condiciones físicas. Si a ello le unes la actitud, coadyuvada por el apoyo de unos maestros excelentes que supieron encauzar esas vocaciones, pues se genera ese resultado», explicó el investigador.
Élida Jústiz y una pedagogía de ballet
Los muchachos le llaman «la maestra»; los padres le rinden «merecidos aplausos»; la prima ballerina assoluta Alicia Alonso le alaba «el don de descubrir el talento»; Cabrera no deja de mencionar al «ejemplo de pedagogía en la danza»; Ramona de Saá, maître de la Escuela Nacional de Ballet, aún se impresiona con el «buen ojo de Élida». Ella: Zoe Élida Jústiz Reyes, ni siquiera pretende que la recuerden como profesora de ballet: «soy instructora de arte de la graduación de 1964», así exige que la rememoren.
«Desde que empecé a trabajar fui captando varones. Las mujeres son más complejas, muchas no poseen la figura necesaria. El varón mantuano es diferente: es fuerte, mozo, galán. Puedes hallar con más facilidad todos los requisitos necesarios», explicó Jústiz Reyes.
Con un trabajo comunitario encomiable, Élida impartió la mayoría del tiempo los talleres en el portal de su propia casa. «Voy a un aula y de mirarlos, ya sé cuáles pudieran funcionar. Les hago una prueba de lo imprescindible para saber el nivel de elasticidad, características del físico y demás.
«Una vez seleccionados, les doy un curso. ¡Imagínate! Llevo mucho tiempo en esto, más de 25 años». Tiene 73 años y todavía las madres le hacen literalmente «cola» en la casa para que les adiestre a sus hijos.
El relevo ya se asegura con noveles instructores de arte, y el trabajo mancomunado en las casas de cultura. Pero el suceso de los bailarines mantuanos, a pesar de la enseñanza de Jústiz y demás colegas, aún se convierte en un fenómeno inusitado.
«Es insólito que en uno de los pueblos limítrofes del país, en un lugar bastante campestre, alejado del movimiento cultural capitalino, surjan tantos bailarines y con tanta calidad», aseguró el profesor y crítico de danza Ismael Albelo, quien llegó hasta estos predios a constatar, por vista propia, el suceso.
Para el especialista, quizá se deba a la influencia europea. «En Mantua se vive una sensibilidad un poco más urbana, exclusiva, que otros pueblos del interior del país no poseen», agregó.
No hay un bailarín mantuano malo
Quién duda entonces que sea el legado de sus ancestros, coterráneos de María Taglioni y Carlos Blasis, padres de la escuela italiana de ballet, junto a la labor desempeñada por los orientadores culturales y la adición de las peculiaridades físicas de los lugareños.
Los mantuanos quizá no entiendan completamente el argumento de Muñecos, de Alberto Méndez, o de qué va el ballet épico La avanzada, de Azari Pliserski: para ellos son, simplemente, Blanes, el muchachito de la bibliotecaria del pueblo y el niño Pujada, los que bailan con un virtuosismo propio, quizá, de sus antepasados. Todos se regocijan de las palabras de Miguel Cabrera, historiador del BNC: «no hay un bailarín mantuano malo».
Y es que en Mantua, esta comarca remota de la Isla con el nombre de la patria del insigne Virgilio, se ha arraigado el origen y ha retomado la inmensidad del tiempo. Sus habitantes poseen el alma limpia y los pies ligeros necesarios para el ballet.
No importa que sus calles sean estrechas, cuando se baje el telón donde algún mantuano esté bailando, se oirá detrás de las notas de los instrumentos y de los aplausos que aún resuenen en las paredes, un eco, su eco, el eco de Mantova y los hijos de esta tierra.