Los protagonistas del BCH (de izquierda a derecha): ellas: Liliana, Lina, Alina y Aylén; ellos: Adrián Peña, Adrián Cruz (el Chino), Daniel, Alejandro y Edel (detrás). Autor: José Luis Estrada Betancourt Publicado: 21/09/2017 | 05:34 pm
Todos se mueren por bailar, y todo lo entregan por ella: la compañía Ballet de Cámara de Holguín (BCH), que creara, en abril de 2001, la maestra Angélica Serrú Balmaceda. Al menos, desde hace mucho tiempo, ese es el principal afán, en el plano artístico, del grupo de jóvenes que ahora dirige la licenciada en Artes Escénicas, Mayra Fernández Díaz, en el cual sobresalen, entre los más entusiastas, Liliana, Alina, Adrián y Alejandro.
Cierto que, como admite el «Chino» Adrián, no siempre se asume el día a día con la misma pasión, y hay ocasiones en que todavía no se ha levantado de la cama, y ya se está cuestionando: «Dios, ¿de nuevo para allá con el cansancio que tengo arriba? Pero después que entras al tabloncillo, que haces tu primer ejercicio, te olvidas de todo, y sigues dando la clase hasta el final, pasas sin darte cuenta al ensayo, y ya estás en las nubes. Imagino que la razón radique en el dolor que castiga al cuerpo, pero cuando me pongo mis zapatillas y mi equipo de ballet, lo doy todo de mí».
Verdad, también, que ese «desánimo» ha contagiado alguna que otra vez, y sin excepción, a los muchachos de Mayra en estos 12 años que acaba de cumplir este colectivo sui géneris de la Ciudad de los Parques —acontecimiento que se celebró por lo alto con el estreno de Estaciones, obra de la creativa y versátil coreógrafa Tania Vergara—, sin embargo, solo necesitan que la música inspire sus magníficos cuerpos para llegar al convencimiento, nuevamente, de que el ballet es el centro de sus vidas.
Tanto es así que, por ejemplo, a Liliana Expósito Portelles, quien como el resto cursó su nivel elemental en Holguín y el medio en Camagüey, le proporciona una carga tal de emociones, «que me compensa incluso cuando alguna tristeza se entromete en mi vida personal».
Y lo dice de corazón esta joven, la única de los cuatro que tuvo la dicha de ser testigo del momento fundacional del BCH. Cuando se graduó de licenciatura, Liliana hizo su primer año de servicio social como profesora en la Escuela Vocacional de Arte (EVA). «En esa etapa Angélica Serrú estaba decidida a materializar ese proyecto que soñaba desde hacía muchos años: fundar una compañía de pequeño formato —lo que la convertía en única de su tipo en el país—, para lo cual reunía a los bailarines egresados. Y como yo estaba recién graduada como bailarina y no ejercía, me convocó. Ahí comencé».
Liliana recuerda aquellos años iniciales como «tiempos muy lindos, porque había muchas ganas de hacer, de salir adelante. Empezábamos a trabajar a las cinco de la tarde y nos cogía hasta las nueve, diez de la noche. Nos iniciamos bailando coreografías neoclásicas, porque algunas de nosotras solo habían vencido el nivel elemental. Por tanto teníamos que interpretar lo que se ajustara a nuestras posibilidades. Y sin embargo, vino José Antonio Chávez, del Ballet de Camagüey (BC), y montó para nuestro debut en las tablas».
A Liliana le basta cerrar los ojos para trasladarse de inmediato a «aquella noche mágica en el teatro Eddy Suñol, donde el auditorio deliró con piezas como Grand pas de deux classique, La muerte del cisne; Adagio, que montó Lilian Gómez, quien había sido solista del BC y se convirtió en nuestra profesora y ensayadora; Desequilibrio, de José Antonio Chávez...
«Todavía conservo la grabación. No olvidaré que Miguel Cabrera, historiador del Ballet Nacional de Cuba, viajó hasta Holguín para participar en la inauguración (habló con emoción para todos nosotros), acompañado por Anissa Curbelo y Harold Quintero, quienes interpretaron el pas de deux Don Quijote. Y el teatro estaba lleno. Gustó muchísimo. Holguín siempre ha tenido un público amante del ballet. Fue muy emocionante. Lástima que luego se cerrara el teatro...».
¿Del sueño a la desilusión?
Al igual que Liliana, Alina, Adrián y Alejandro consideran que el cierre del Eddy Suñol —hoy en espléndidas condiciones—, necesitado de una reparación capital, fue un golpe de gracia para una compañía que anhelaba abrirse paso en el panorama danzario cubano. «No contábamos con una sede fija para ensayar, sino que lo hacíamos en un local abierto como la Plaza de la Marqueta —rememora Liliana—, y eso fue quizá desilusionando, golpeándonos, al punto de que se produjo un éxodo en la compañía.
«Y también sucedió que no mandaban a nuevos bailarines tampoco —bueno, llevamos como cuatro años que no entran muchachas—. Ese fue un tiempo en el que vivíamos casi con respiración artificial. Nos salvó haber encaminado nuestro repertorio hacia una línea más neoclásica, más hacia lo contemporáneo. De esa manera hemos ido recuperándonos poco a poco».
Como otros, Liliana estuvo entre los que probaron suerte en diversos lugares, como el Polo Turístico. «Después di a luz a un varoncito (ahora tiene cuatro años) y no seguí en la playa. Realmente en ese período no dejé de darle vuelta a la compañía, hasta que me volví a incorporar a ella, pero como profesora. Siempre me ha gustado enseñar. Por esa razón hice mis cinco años de licenciatura pensando en el futuro. Me evalué como profesora especializada de segundo nivel.
«Ahora me he ido incorporando como bailarina otra vez. No ha sido fácil, porque después que parí ya mi cuerpo no responde igual. Y luego tuve que operar a mi niño y permanecer más tiempo sin entrenar, pero aquí estoy», dice con convicción la joven mamá, quien considera que muy poco se conoce del quehacer del BCH, «a pesar de que podemos mostrar una obra interesante, y no solo las creaciones de Tania Vergara, sino también de Chávez, Roberto Almaguer, que tiene una compañía en Los Ángeles... Es un repertorio que merece ser conocido fuera de las fronteras de Holguín».
Los premios recibidos por la compañía, gracias a algunas de estas piezas (Interpretando a los clásicos, El adiós) y a las aplaudidas interpretaciones de Alina Rodríguez Begdadi y Adrián Cruz Pupo, así lo demuestran. Sin embargo, esa no es la realidad. «A veces uno ve en la televisión nacional que aparecen spots de cantantes, agrupaciones, eventos, que uno se pregunta de dónde salen, y cómo consiguieron estar ahí, pero nadie sabe que existimos. Y acá se hacen buenas cosas. Sin dudas, la falta del teatro le hizo daño a la cultura de los espectadores holguineros. Solo espero que con la apertura del Suñol y nuestros grandes deseos de trabajar, esa situación cambie», añora Alejandro Publio Hernández Fernández, quien ingresó a ese colectivo en 2007.
«Hay quienes no conocen en Cuba siquiera que en Holguín existe una compañía de ballet. Y si bien no asumimos obras de tres actos, porque somos muy pocos, sí hemos llevado a escena de una manera decorosa, junto con los alumnos de la EVA, clásicos como Cascanueces y Don Quijote», apunta Alejandro, un bailarín a quien lo «mata» la rutina.
«Me gustan los clásicos, pero a veces me aburren un poco, por eso abrazo con placer las propuestas de Vergara, quien sin olvidar la técnica del ballet bebe de la danza contemporánea... Tal vez también porque al final tienen que ver más con la vida».
Es lo que él mismo, que consigue verse en el porvenir como un reconocido coreógrafo, ha intentado hacer en otras ocasiones con la complicidad del Chino y con la inspiración de Luis Alberto López, que ya no forma parte del BCH. De hecho, según cuenta, fue este último quien llegó con la idea de incursionar en otros estilos, «una travesura a la cual el Chino y yo aportamos algunas ideas. Así nació Ella ¿y yo?, que presentamos en el festival Impulsos, una iniciativa de la compañía Danza-Teatro Retazos...
«Sí, he tenido momentos en que no me he sentido bien, pero la verdad es que me encanta estar aquí, bailar, hacer lo que hago. Es interesante nuestra propuesta, son geniales mis compañeros de trabajo, quienes están a mi lado desde que era prácticamente un niño, como Edel, por ejemplo. Juntos hemos crecido bailando.
«A veces me ha invadido la duda, por el sacrificio que exige la danza que es tan rigurosa, con la cual se suda tanto, que hay que aguantar tantos dolores…, porque somos como atletas de alto rendimiento... Sí, es duro, pero al final el arte siempre me trae de regreso».
Historias paralelas
Creyendo que era el camino para continuar con el kárate y el taekwondo, Alejandro se presentó a las captaciones. Dadas sus condiciones, hacer una «ranita» fue un «paseo» para él, y sus padres no se opusieron. «Yo no era de esos que bailaban constantemente. Tenía un primo que sí había pasado por la EVA e incluso me burlaba de él, pero, ¿sabes?, me llamó la atención, y sí, me gustó, y seguí, seguí y cuando vine a ver estaba en quinto año».
Lo de Alina, sin embargo, era el baile español, al menos hasta que descubrió este otro mundo. Y con esta primera figura del BCH ocurrió algo curioso, pues en Camagüey, después del pase del nivel medio, entró como profesora y no como bailarina.
«Dos tuvimos esa suerte, explica. La realidad es que siempre tuve tendencia a engordar y ¡bien rellenita que era! (sonríe), pero decidí resolver de una vez ese problema. Bajé de peso y en ese último año hice mi Betarte (Brigadas Estudiantiles de Trabajo en el Arte) en el Ballet de Cámara y, por mi buena actuación, Angélica Serrú solicitó que se evaluara la posibilidad del cambio de carrera».
La falta de muchachas allanó la entrada de Alina, hace ya seis años. «Empecé con papeles de solista y luego llegaron los pas de deux: Don Quijote, Cascanueces, Muñecos... También mi evaluación a los dos años, cuando me convertí en primera solista. A partir de entonces he asumido casi todos los roles principales de la compañía», dice, y enseguida aparecen títulos como El adiós, de Roberto Almaguer, e Interpretando los clásicos, de Tania Vergara, con los que ha conquistado los más diversos reconocimientos, entre ellos, el premio a la mejor interpretación, honor que también asistió a Adrián, su pareja en la escena, quien «muere» por lo contemporáneo, «donde me siento más liberado, donde mejor brotan los sentimientos, donde los movimientos son más naturales, más con el cuerpo».
En el caso de Adrián, el ballet salió venciendo en una competencia en la que también pugnaban el piano y la guitarra. «Mi mayor satisfacción ha sido haberme graduado, y lo más terrible: luchar contra mi peso corporal, algo que no me da respiro. No niego que me fascina comer, pero el tema fundamental es mi constitución. Para arriba todo está ok, pero para abajo...
«¿La perfección? Para mí no existe. Siempre hay una meta que alcanzar. Esta es una carrera donde el aprendizaje no tiene fin. Por otra parte, la danza no es solo movimiento, sino también sentimiento, tratar que el público se lleve la mejor parte de ti. Por eso el BCH se entrega por completo al escenario. Y ya eso vale la pena».