Liliana Herrera en su presentación en La Cabaña. Autor: Kaloian Santos Cabrera Publicado: 21/09/2017 | 05:30 pm
La cultura de un pueblo, de todo un continente, se agolpa en su ser, tal vez demasiado pequeño de estatura como para cargar con tanto peso encima. Pero Liliana Herrero es de esas intérpretes únicas a las cuales no les queda más remedio que seguir los designios de la guitarra. Entonces, como hechizada, golpea con sus mínimos pies en el suelo, extiende y mueve con delicada fuerza sus brazos, ladea su cabeza, hasta que ya no aguanta más y una voz dulce y profunda, enérgica y cristalina, escapa de su prodigiosa garganta.
Si le preguntas cómo consigue concentrar tanta pasión, simplemente responde: «No lo sé». Pero, luego, no se resiste ante la grabadora que le muestra Juventud Rebelde y trata de explicarlo: «Creo que tiene que ver con muchas cosas: mi infancia, el pequeño pueblo donde nací, al cual adoro. Tiene que ver con esa tierra, esa región a la que pertenezco, cuyo suelo resguarda todo el acuífero guaranítico... Tiene que ver con la lucha estudiantil, mis amigos, los que mataron, los que no están; los años de prisión, los de estudio; los años del nacimiento de mi hija, la clandestinidad, los años de la democracia, el festejo, el reencuentro...
«De ese “batido” surge una persona que canta así. No podría cantar como si nada me ocurriera internamente, porque me ocurre tanto...; disfruto de los acordes, converso todo el tiempo en el escenario con mis músicos (Pedro Rossi, guitarra de siete cuerdas; Ariel Naón, bajo electroacústico; Mario Gusso, percusión; y Matín Pantyrer, clarinete, clarón y saxo barítono), hay emoción, alegría, chistes... Todo eso es Liliana Herrero», asegura esta increíble mujer, quien después de cumplir con la invitación que le cursara la XXII Feria Internacional del Libro ofrecerá esta noche un concierto en el teatro La Caridad de Santa Clara (9:00 p.m.), con el cual iniciará su gira Días por Cuba, que la llevará a Trinidad (24) y Matanzas (27), y cerrará (4 de marzo) en la sala Che Guevara de Casa de la Américas.
—¿Cómo fue su acercamiento a Cuba?
—Muy tarde (sonríe). Es verdad, porque en los 80 cuando venían mis amigos: Fito, Baglietto y tantos, yo no estuve. En ese momento impartía clases en la Universidad, y recién empezaba a grabar por idea de Fito. Sí, vine tarde. Primero viajé con una amiga de vacaciones, y ahí María Santucho, coordinadora de esta gira que ahora organiza el Centro Pablo bajo la dirección de Víctor Casaus, quien se enteró que estaba acá, me dijo una frase tremenda: «Demoraste mucho en venir». Llevaba toda la razón. A partir de entonces vengo casi anualmente, pero creo que es imposible no enamorarse de La Habana, y es imposible no extrañar a Cuba cuando uno se marcha.
«Aquí me hallo cómoda, me siento como en mi casa; me hace acordar el pueblo de mi infancia, a muchos lugares de la Argentina, que mantiene hace 40 años una relación intensísima con Cuba. A mí me encanta la música cubana. A veces la entiendo, otras no. Algún día me aprenderé la clave del son, y la clave del changüí, que me encanta (sonríe). Es espectacular, y muy complejo para nosotros, que pensamos en otros tempos musicales. También son espectaculares los músicos cubanos: Silvio, Pablo, Pedro Luis Ferrer, Varela... Todo eso me enamora de Cuba...
«Por eso me sorprendió el concierto que ofrecí en la Feria, porque ahí percibí que no estaba ese público para el cual he cantado en el Centro Pablo, o el de las peñas que convoca Fidelito (Díaz). A este lo tuve que conquistar. Finalmente lo conseguí, porque soy una guerrera».
—Estamos hablando de tiempos de una música más agitada, y sin embargo, usted insiste en tocar el folclor y la música popular...
—Sí, porque la música folclórica argentina tiene el peso de la historia. Si yo le retirara esa atención a la historia, la memoria del combate dormido y también de fiesta que conserva toda cultura, no podría subirme a un escenario. Porque lo hago para pensar mi país y Latinoamérica. Eso es lo que a mí me importa, para ver qué puedo balbucear. Porque son balbuceos, no tengo demasiadas certezas, sino preguntas. Me instalo sobre ellas e interrogo un pasado precioso, un cofre lleno de piedras preciosas, y bueno, y ahí me sostengo.
«No lo hago solo con el folclor sino con la música popular argentina. Porque canto igualmente a Luis Spinetta, quien me escribió un tema precioso llamado Bagualerita, y a muchos otros, que no pertenecen a la tradición de la música folclórica. Es como si me subiera en el escenario y dijera: “Bueno, a ver, muchachos, la música es una extraordinaria, eterna e infinita conversación con todo lo que hemos hecho los latinoamericanos; pero también es una conflictiva, tensa, y cordial conversación con el legado universal. ¡Eso es la música! De ahí puede salir un pensamiento sobre lo que somos.
«Entonces, canto una tradición que no es tal cual, porque cuando interpreto un tema de Yupanqui no lo asumo como lo hacía él, sino que lo interrogo, le pongo otras texturas, otros sonidos... No le temo a la combinación de guitarras eléctricas y baterías, por el contrario, pero sé que haré estallar ese tema y hallaré lo que todavía pueda decirme hoy día. Son músicas que persistirán en el tiempo porque llevan palabras para nosotros. Por ello son una obra artística, lo demás son fuegos artificiales, se pierden en el tiempo y duran segundos en términos de la historia. Silvio quedará, al igual que Yupanqui, Spinetta, Fito, García (Charly). Mercedes (Sosa) quedará. Esos autores no están en el pasado, sino en el futuro; esperándonos.
«La mía es una vida musical pero no la puedo pensar sin esa relación magnífica que existe entre la vida cultural de nuestros pueblos y las luchas políticas. Es memoria musical, memoria cultural y memoria política; si no, no me subiría en un escenario, la verdad».
—¿De qué manera elige su repertorio?
—Es muy difícil, muy difícil. Muchas veces tomo un tema que me gusta, tal vez por una frase o por un diseño melódico, pero luego no le encuentro nada y entonces lo dejo. ¿Qué quiero decir? Que no se me ocurre nada para intervenirlo, interrogarlo, para aferrarme a él y hacerlo mío. Porque conmigo no hay copia posible. Fernando Cabrera, ese músico uruguayo que canto tanto, publicó un disco precioso, con un título precioso: Canciones propias, a pesar de que solo cantaba canciones de otros. Una genialidad. Y es que no es posible hacer una canción de otro sin apropiársela, sin desarmarla, sin hacerla estallar.
«Claro, me asusté cuando vi a un montón de jóvenes que están tomando la mía como la versión original. Ahora me ocupo en señalar que es tan poderoso el tema que elijo, que permite innumerables visitas, y que la mía es una de las posibles. Pero que escuchen también el original. Tampoco nunca dejaré de decir en un concierto quién es el autor de la música y el autor de la letra. Jamás, aunque sea un contemporáneo. Porque yo me recuesto a una memoria que conozco bien, y es esencial que los chicos la conozcan también. Es mi obligación».
—En 1987 grabó su primer disco gracias a Fito. Pero quien la escuche cantar reconoce enseguida que la música está en usted desde el vientre de su madre. ¿Por qué tanto tiempo para hacerse profesional?
—Con la música siempre mantuve una relación muy intensa por mi familia; por mi padre, un científico y un músico de oreja, que tocaba la guitarra, el piano, y me hizo escuchar mucha música. Por ello no puedo pensar mi vida sin ella.
«Después vinieron los 60. Me fui de mi pueblo a estudiar en la Universidad de Rosario, y allí me metí de lleno en la militancia política. Me adherí —aún lo hago— a las grandes consignas de los 60 y los 70 en la Argentina. Ahora tal vez tenga una mirada crítica, pero en el fondo creo que el mundo debe transformarse en otra cosa, que la injusticia y las desigualdades persisten. Esas ideas las mantengo incólumes. Pues, en aquella época, canté mucho, pero no como profesional. Era la militante que cantaba. Y después vino la dictadura. Fui presa, y ahí ya no pude más que pensar, hasta el 83, en mi supervivencia y la de mi familia.
«Pero fue en los 80 cuando conocí a Fito. Por eso mi vida musical profesional es posdictadura, cuando se normalizó la democracia. Empecé a grabar de grande. Recuerdo que estaba en la Universidad de Rosario y le pregunté a Fito: “¿Para qué vamos a grabar un disco?” Y me dijo: “Porque sí, porque vos tenés que cantar, porque tu destino es cantar”. Todavía no era Fito Páez, sino alguien que contaba con una sala de ensayo y una consolita de ocho canales, donde grabamos el primero y el segundo disco.
«En lo adelante se inició mi carrera con mis discos, conciertos, giras, con mi banda, todo posdictadura. Antes era imposible. Lo que pasó, pasó, no lo puedo cambiar. Pero sí tengo la obligación moral para con los otros y conmigo misma de no olvidar y de no perdonar. Y en el escenario canto la historia de mi vida y de mi pueblo».
—¿No es una carga demasiado pesada ese rencor que lleva por dentro?
—Es duro, pero es la consigna de las Madres y las Abuelas. Ni olvido ni perdono. Incluso te digo más: podría perdonar, pero nunca olvidaría. Tengo nietos, y ellos sabrán esa historia, que no es personal. Es la historia de un genocidio y eso deben conocerlo. Para no repetir la historia, se dice habitualmente, aunque no estoy muy segura de si será así. Ojalá que no. Es una carga pesada, pero liberadora también, porque si yo no subiera al escenario con esa memoria me mentiría a mi misma y a la gente. No obstante, no necesito decir en el escenario ningún panfleto, ninguna literalidad. Yo canto. Si en esa voz, en esa armonía, en esa canción hay un eco de algo terrible que pasó, bien; y si no, no».
—¿Qué canciones no puede dejar de cantar nunca?
—Una de Juan Falú, guitarrista y compositor fundamental. Cualquier canción suya me conquista. Seguramente no dejaré de cantar alguna canción de Luis, y de Fito. Esos son mis pilares. Y aunque no cantara una canción de Fito, la verdad es que él está siempre presente.
—Se dice todo el tiempo que usted es la continuadora de la obra de Mercedes Sosa. ¿Le molesta?
—Me molesta que los periodistas hayan tomado eso. Mira, es una cosa complicada. Yo peleé contra Mercedes. Ella lo sabía. Porque para amasar un estilo hay que luchar contra aquello que te fascina. Ella me fascinaba, ella marcó un camino. Sin embargo, Mercedes dijo otra frase de mayor peso: Liliana Herrero es la música que este país necesita. Eso, para mí, es mucho más importante que sentirme su heredera. Porque la idea de la herencia lleva consigo una literalidad: debo cantar lo mismo que ella. Por eso, aun cuando no está, sigo peleando con ella. Solo peleando con lo que amás y admirás es que se arma una voz propia. No soy una copia de Mercedes Sosa, eso es un invento de las discográficas y del mercado. Ah, si la herencia de alguien es buscar la voz propia, entonces soy la heredera de Mercedes Sosa.