Escena de El Caballero de París. Autor: Calixto N. Llanes Publicado: 21/09/2017 | 05:29 pm
«No puedo aceptarlas». Aquel hombre exitoso en el ámbito artístico que recién había conquistado miles de aplausos por el estreno en Nueva York de Gypsy passion, se quedó atónito cuando escuchó que su interlocutor, un mendigo con quien había cruzado unas pocas palabras en uno de esos días en que corría por el Central Park, rechazaba con respeto unos zapatos que le obsequiaba de corazón, después de descubrir unos pies casi desnudos en pleno noviembre, cuando el frío se torna infernal.
«Pero, mire, yo le aseguro que las botas nunca se han usado. Intento ponérmelas y me hacen daño, porque me quedan pequeñas...», insistió el artista, pero después de mirarlas otra vez, el otro repitió: «Es que no puedo aceptarlas». Incrédulo, el guionista volvió a la carga: «¿Es que existe alguna razón para que usted las rechace?, a lo cual el señor que siempre veía sentado en el mismo banco alegó: «Es que son carmelitas y mis pantalones azules, y no me van». Una respuesta que enseguida le hizo entender a Tomás, que acababa de conocer, según sus propias palabras, a un genio.
Un vagabundo que tendría luego otras oportunidades para hacerle notar a Tomás su ingenio, como ocurrió cuando le encargaron otro musical, esta vez fuera de Broadway, donde había una escena íntima que no acababa de resolver hasta que su amigo le dio una brillante solución, o cuando le pidieron aquella obra de fuerte carga dramática, protagonizada por una madre soltera y una hija drogadicta.
Nunca pudo Tomás dejar de pensar en ese ser conocedor de tantas cosas, de educación exquisita y que hablaba inglés a la perfección, cuyo nombre verdadero jamás conoció, y a quien llamaba Central Park, mientras que para este él era simplemente Spain. «Desapareció sin dejar rastros y jamás supe de su vida, o de su muerte, mas no logré olvidar a ese hombre enigmático, mendigo o lo que fuera, que me regaló mil ideas».
Tanto es así, que en esas historias está la génesis de El Caballero de París, el gran espectáculo musical que este jueves, a partir de las 9:00 p.m., vestirá de lujo al teatro Karl Marx, y responde a la autoría justamente de Tomás, «el espíritu del Caballero», como solo quiere que lo nombren, sin más señas ni apellidos.
Llegado a La Habana e invitado por unos amigos a un concierto en San Francisco de Asís, Tomás conoció del popular personaje cuando indagó por la estatua que, contrario a lo que cualquiera pudiera suponer, estaba situada en el medio de la acera y era venerada por muchos. Que era un ícono para los habaneros le dijeron. Y lo convidaron a que conversara con Eusebio Leal.
«Tras ese intercambio, empecé a buscar mucha bibliografía y mientras más me adentraba en su vida, más nítido aparecía Central Park. Entusiasmado como estaba con este personaje, un conocido me insistió que escribiera una película, pero me negué, a pesar de que la trama podía ser fantástica. Entonces se me acercó el coreógrafo Eduardo Blanco, que estaba enterado de mis triunfos en Broadway, y comenzó a enamorarme de la idea de hacer en Cuba un musical moderno.
«Ya decidido, como había leído varias biografías muy contradictorias entre sí, resolví que todo se contara a partir del sueño de un niño que fabula al quedar impactado por la estatua el día en que su maestra se la muestra y le explica de quién se trataba.
«¿Por qué un sueño? Porque me permite decir lo que quiera, y sobre todo señalar que no hay una línea exacta entre lo marginal y lo convencional, que se pueden hallar valores extraordinarios tanto en uno como en otro. Mas, por lo general, tendemos al desprecio de esta gente, que a veces viven de esa manera por determinadas circunstancias.
«El musical, donde la historia se narra a través de la danza, la música y el movimiento escénico, arranca en Lugo, Galicia, durante la juventud de quien se convirtiera en leyenda, cuando queda marcado por la muerte de su novia. Es a raíz de este triste hecho que viaja a Cuba, donde trabajó en varias cafeterías y hoteles hasta que se margina. Este es un homenaje al Caballero, un canto a los valores más genuinos del ser humano, y un llamado al no desprecio del que es distinto».
Las voces cantantes
Con el más joven coreógrafo del Ballet Nacional de Cuba de su parte, a Tomás no le resultó difícil decidirse por los intérpretes que no solo llevarían la voz cantante en su espectáculo, sino que también se encargarían de las composiciones originales y la dirección musical. Fascinado como estaba con la versatilidad de la poderosa música de Kelvis Ochoa y Descemer Bueno, no tardó en conquistarlos.
Esta es la primera vez en un musical que se incorpora la banda en la escena para que interactúe con los bailarines. Y tanto Kelvis como Descemer presienten que impactará en el público por el alto nivel musical y coreográfico que mostrará.
«Será una fiesta de la música y la danza, y ha sido una suerte trabajar con Eduardo: inteligentísimo, sensible y audaz. No te niego que fue muy excitante intentar rescatar este género que ha estado como dormido, a pesar de su larga y rica historia en nuestro país», enfatiza Ochoa, quien se estrena en este mundo al igual que Bueno (próximamente saldrá al mercado su primer DVD titulado Bueno) y comparte con su buen amigo la responsabilidad de escribir las letras de las diez canciones, entre ellas El Caballero de París, A los ojos de Dios, La conga de los mendigos..., de seguro llamadas a tararearse hasta el cansancio.
«Excepto Quédate, explica Descemer, que pertenece a nuestro disco Amor y música, todo lo demás ha sido escrito originalmente para El Caballero... Ciertamente hemos disfrutado movernos en tantos géneros: conga, mambo, guaracha, blues, rock and roll, pop..., que nos permitieron retratar musicalmente una época, sin que por ello despreciemos el toque contemporáneo que nos caracteriza como cantautores de estos tiempos».
Instrumentistas de la valía de Esteban Puebla (tecladista y director musical de la banda), Anolan González (viola), Jorge Aragón (piano) y Carmen Rosa López (directora del coro Diminuto) integran la nómina de esta «orquesta de cámara cubanizada y moderna», como clasifica el autor de Ciego amor y Tú y yo al mencionado ensemble. «Creo que estamos marcando una pauta importante en la música cubana y en el musical hecho acá con esta propuesta que no se parece a nada anterior».
«A nosotros, que hemos incursionado en tantas cosas, entre ellas el cine con la banda de Habana Blues y Siete días en La Habana, por ejemplo, solo nos faltaba una experiencia así», apunta Kelvis, quien está a punto de terminar su venidero fonograma, Dolor con amor se cura, mientras espera la salida de aquel que le produjo a Rochy.
A de pesar de que el espectáculo durará una hora y 45 minutos, de modo que los temas se desarrollarán en tiempo real para poder contar la historia, estos creadores que aseguran compartir una misma energía, anuncian que también habrá un CD que recogerá estas canciones, como otras que Descemer seguirá componiendo para su gente y el mercado internacional.
Cuba pura
Holguinero de pura cepa, Alberto González, actualmente bailarín de Danza Contemporánea de Cuba (DCC), anda que no cabe en sí mismo. Y es que sabe que le sonrió la suerte cuando lo eligieron para que asumiera el rol de El Caballero de París. Graduado en la filial de la Escuela Nacional de Arte en Santiago de Cuba, pasó a formar parte luego, durante cuatro años, de la compañía CoDanza, que dirige Maricel Godoy, hasta que se trasladó a La Habana.
«Se trata de una experiencia completamente nueva para mí. Créeme que no se relaciona con lo que hago comúnmente. Por eso este musical es tan excitante para mí. Sin dudas, constituye un reto brindarle mi baile, mi cuerpo, mi espíritu a esta figura que se halla entre los personajes populares más significativos del siglo XX, y que caló tan hondo en la imaginación de esta ciudad».
Alberto reconoce que el haber tenido la dicha de, bajo las órdenes de Miguel Iglesias, integrar una compañía al estilo de DCC, «que se nutre de muchas vertientes de la danza y trabaja con los más diversos coreógrafos», le permitió asimilar con goce las creaciones de Eduardo Blanco, quien se quedó con deseos de más, tras haber sido contratado en julio del año pasado en Madrid para que ideara tres coreografías para un musical de Nacho Cano.
«Claro, en estos momentos estamos hablando de una obra mayor, donde todas las coreografías son de mi autoría, a partir de la música extraordinaria de Descemer y Kelvis. Para mí resultó esencial el apoyo de Alicia Alonso, escuchar sus consejos, pues aunque defiende lo clásico, conoció mejor que nadie las incursiones de grandes de la danza (salvando, por supuesto, las distancias que me separa de esas figuras insuperables) como George Balanchine, Jerome Robbins, Agnes de Mille..., en ese mundo.
«Estamos hablando de un espectáculo que se pasea por diversos géneros y estilos, lo cual le otorgó un incentivo mayor a mi trabajo, pues representa la posibilidad de acercarlos mucho más al público joven.
«El Caballero... ha resultado algo muy diferente en mi carrera. He coreografiado para niños, para la compañía..., pero esta es una oportunidad única, casi “loca”, que ampliará mi universo. Por supuesto que con anterioridad se han hecho muchos espectáculos de esta línea, algunos de ellos en verdad fabulosos, de manera que el eslogan de: “El musical de Cuba” ha sido solo una cuestión de marketing.
«Lo impresionante del nuestro es que habrá en escena 32 músicos, si se tiene en cuenta al coro Diminuto, y cerca de 30 bailarines. Y te puedo asegurar que los espectadores se encontrarán con un musical digno, fino, elegante, alejado de toda vulgaridad, Cuba pura».