Chucho y su quinteto subieron la parada a Jazz Plaza 2012. Autor: Calixto N. Llanes Publicado: 21/09/2017 | 05:29 pm
Conciertos que han extasiado a un público exigente, fonogramas que nos han enternecido desde el disfrute, y debates musicales que gravitan en la escena melódica de la Isla en 2012, han convidado a tres de nuestros críticos a comentar sus impresiones desde JR, como fórmula ideal (aunque siempre discutible) para resumir apretadamente un año pródigo en creatividad.
Invitamos al diálogo a Pedro de la Hoz, Frank Padrón y Joaquín Borges Triana. Con ellos podremos coincidir o discrepar, ya que en materia de gustos musicales cada persona posee criterio propio, influenciado por sus preferencias individuales hacia determinados estilos melódicos, y moldeado por el tan cuestionado acceso a esas propuestas, tanto desde la adquisición de los discos como por la asistencia a las presentaciones.
Doce meses de fonogramas
El año que recién terminó mostró producciones discográficas grabadas tanto por disqueras nacionales (Egrem, Bis Music y Producciones Colibrí) y productores independientes (debemos tener en cuenta este hecho, algo que ha encontrado un espacio en eventos de trascendencia como Cubadisco), como por discográficas extranjeras.
Interrogados sobre las producciones cubanas —tanto clásicas como populares—, que trascendieron en los últimos 12 meses, los profesionales consultados por nuestro diario escogieron un número significativo de ellas, en las que se percibe una diversidad de estilos musicales.
La maquinaria, ese degustado CD de Juan Formell y los Van Van, ha sido uno de los volúmenes escogidos por los críticos como esencial entre los gestados en su género. Los valores de este álbum del llamado «tren» de la música popular bailable fueron reconocidos fuera de nuestras fronteras, y un ejemplo de ello ha sido la nominación que recibiera al Grammy Latino 2012.
Frank Padrón explicita que el fonograma «demuestra la buena salud que sigue manteniendo la agrupación más renovadora de las de su tipo». Su colega, Pedro de la Hoz, se declara un «apasionado» de La maquinaria. No solo es cuestión de gusto, afirma, «sino de tener la certeza de que la orquesta que lidera el maestro Juan Formell es incombustible e imprescindible».
Padrón resalta, además, que la producción nacional tuvo «óptimos procesos de grabación y mezcla, aun los que tuvieron que ser remasterizados por haber sido concebidos hace muchos años, e incluso décadas».
Para este crítico ha sido el CD Chucho’s steps, del pianista y compositor Chucho Valdés y sus mensajeros afrocubanos, «sencillamente expresión de la vanguardia del jazz latino».
Pero hubo otras joyas, dice, «como la compilación Trova.100 temas, apretada antología de ese tipo de canción superior; el disco sobre la orquesta Chapottín es uno de esos premios, sobre todo a la juventud que no ha conocido estas maravillas de nuestra música popular bailable y tradicional. También la colección de piezas cantadas por el irrepetible dúo de Clara y Mario (ambos fonogramas, debidos a la paciencia y dedicación de Jorge Rodríguez)».
El también conductor del espacio televisivo De nuestra América manifiesta que entre las mixturas le «fascinó Leyendas camagüeyanas, donde se unieron un señor compositor como Gerardo Alfonso y la Sinfónica de esa maravillosa ciudad, rica en lo que justamente da título al disco».
De la Hoz, quien desde las pá-ginas de Granma aborda estos temas con frecuencia, hace una necesaria referencia a las propuestas surgidas en la música de concierto. Selecciona en este apartado a Capricho cubano, un compendio de la obra del maestro Alfredo Diez Nieto.
«Ha tenido que transcurrir mucho tiempo para que una parte de la obra de Alfredo Diez Nieto ocupe su lugar en el mapa de la fonografía cubana. Gracias a la gestión promotora de Producciones Colibrí, el extraordinario afán del maestro Ulises Hernández, productor de esta entrega, y el compromiso del pianista Leonardo Gell, quedará para la posteridad un testimonio de la jerarquía artística de Diez Nieto», sentencia De la Hoz.
Joaquín Borges Triana pone su aguzado oído en la música alternativa y dentro de ella destaca cinco de «los discos más interesantes del año pasado: Luz, de Tesis de Menta; Creando milicia, del roquero Athanai; Sió, del cantautor Alejandro Frómeta; y Ligeros de equipaje, de Julio Fowler»; al tiempo que incluye el instrumental De Cuba, música eterna, de la orquesta de cámara Música Eterna, que dirige el maestro Guido López-Gavilán.
De la gran escena
Los conciertos también estuvieron en la mira de los críticos, quienes se desplazaron tanto a los teatros y a los centros culturales, como a los espacios abiertos en la capital.
En este acápite tuvo una aceptación casi unánime entre los es-pecialistas consultados el exquisito programa del IV Festival de Música de Cámara Leo Brouwer, así como la calidad de sus participantes, entre ellos el laudista bosnio Edin Karamazov, el dúo de pianistas francesas Labèque, el acordeonista italiano Marco Lo Russo y el bandurrista español Pedro Chamorro.
Al particularizar en las presentaciones, Pedro de la Hoz señaló la presencia del italiano Zucchero en los predios del Instituto Superior de Arte en diciembre último. «Fue impresionante y marcó un hito como megaespectáculo», aseguró, a la vez que resaltó no solo la gala inaugural de Jazz Plaza 2012, a cargo de Chucho Valdés y su nuevo quinteto, sino, además, «la originalidad del concierto de Diana Fuentes y la compositora británica Sue Ardo, titulado Up into the silence, que tuvo lugar en junio, en el teatro Karl Marx, a partir de la musicalización de poemas del escritor norteamericano E. E. Cummings».
Frank Padrón se decidió por aquellos conciertos «aislados» y «maravillosos» en los que vimos a Argelia Fragoso, «en una reaparición que todos agradecimos»; y a Osdalgia, «en un precioso recital sobre la base de temas del cine cubano», mientras no dejó afuera el encuentro Interactivo en el Pabellón Cuba durante el Festival del Nuevo Cine Latinoamericano.
De las actuaciones de artistas extranjeros, Padrón catalogó como inolvidable «la de la orquesta Señoritas de Brasilia, en Casa de las Américas, recreando obras del movimiento Música Popular Brasilera y otros compositores y períodos de esa rica sonoridad».
Mientras Joaquín Borges Triana calificó de interesante «un grupo de conciertos que no ha tenido repercusión en los medios, tales como el ciclo de presentaciones de cantautores argentinos que ha auspiciado el Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau, gracias al que hemos podido disfrutar de Verónica Condomí, Luis Gurevich y Julia Zenko, entre otros».
Los conciertos de Fito Páez en el Karl Marx durante el Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano; de Habana Abierta tras nueve años de no actuar en Cuba y las presentaciones individuales de al-gunos de sus miembros en espacios como Pepitos’s Bar y Maxim Rock; de Santiago Feliú celebrando su 50 cumpleaños, y los últimos de Pedro Luis Ferrer, sobre todo en el contexto de sus 60 años, también fueron distinguidos por el crítico Borges Triana.
Para Joaquín tuvo una trascendencia enorme y emotiva la estancia de Silvio Rodríguez «en el barrio de Colón (específicamente en la Calle Virtudes) y su frontera con el de San Leopoldo, un sitio que quiero mucho porque está pegado al lugar donde vivo. Fue hermoso comprobar cómo la gente recibió y asimiló al autor de Ojalá».
Con ojo crítico
Pedro de la Hoz, Frank Padrón y Joaquín Borges Triana ocupan mucho de su tiempo en analizar cómo la música se hace eco de determinados fenómenos sociales, qué elementos pudieran lacerar las propuestas melódicas de los artistas y cuánto inciden los medios de comunicación en la promoción de obras que denotan por su banalidad y falta de originalidad. Todas estas interrogantes han acompañado los debates de los intelectuales y los artistas en este último tiempo.
Pedro de la Hoz hizo notar tres cuestiones: «Una, la vulgaridad, la obscenidad y el mal gusto se reflejan en ciertas producciones musicales, pero la música no es la que genera estas expresiones, sino algo que no funciona como deseamos en el tejido social y de lo cual existe conciencia en los diversos actores de nuestra sociedad civil. Dos, los principales irresponsables no son los artistas, sino los que tienen el encargo de difundir la música, ya sea en medios masivos o espacios públicos de muy diversa índole. Tres, la culpa no es del reguetón, sino de lo que pasa por la cabeza de algunos reguetoneros que se creen y les han hecho creer que son artistas».
Frank Padrón aborda el asunto desde el papel que juegan quienes ponen música en espacios públicos. «Basta tomar cualquier ómnibus urbano o un almendrón para atormentarse con lo peor del reguetón cubano y extranjero. También con baladas de dudoso gusto. Se está acribillando la sensibilidad, la mejor tradición de la cancionística cubana y latinoamericana», asegura.
A su vez, Joaquín Borges Triana coincide con ellos en que este complicado tema «tiene fuertes raíces sociológicas que van más allá de la música. Soy de los que defiende que la música es un correlato de lo que va pasando a nivel social. Si determinada música actual tiene rasgos de vulgaridad y marginalidad es porque ese es un fenómeno que se está dando en la sociedad y habría que estudiarlo. Mientras esos problemas no se resuelvan, la música seguirá siendo solo un espejo, porque la música es consecuencia, no causa», puntualizó.
Las valoraciones de estos críticos devienen motivación directa para formarnos un juicio sobre lo que escuchamos en la actualidad. Es un ejercicio reflexivo ante todo, que nos brinda herramientas extraordinarias para aguzar el oído y tener en cuenta que la música que cada día nos llega tiene que necesariamente dibujarnos a nosotros mismos. Debe fotografiar lo genuino y lo más diverso existente en el país.