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Treinta años con mi tumbao

La música cubana tiene un sello universal, que debemos respetar en las composiciones, en los arreglos, opina Pachito Alonso, líder de los Kini Kini

Autor:

Yelanys Hernández Fusté

Son todo un misterio las palabras: Kini Kini. Así, escritas a continuación, fueron escogidas por Pachito Alonso hace 30 años para que nombraran a su orquesta. En concepto, explica el artista, Kini Kini significa «que todo está bien, bello, correcto, en fa mayor».

Y en ese manojo de ideas que, en una tarde de noviembre, expuso a JR, Pachito nos sedujo con su visión personal de la música cubana. Es un patrimonio, dijo, «que nos ha dado la naturaleza. Nos ha llevado a crear un sello a nivel mundial, que debemos respetar en las composiciones, en los arreglos, y continuar el legado de nuestros ancestros».

Tales concepciones son aplicadas con celo a los Kini Kini, el mayor proyecto profesional de Alonso y que le ha llevado, en las últimas tres décadas, a abordar un número considerable de géneros de la música popular bailable.

«Para nosotros tiene una gran importancia el habernos ganado el respeto del pueblo en este tiempo. Nos regocija la aceptación que tenemos», sostuvo.

Pachito estudió piano y percusión en la Escuela Nacional de Arte, pero también es un apasionado del deporte. Confesó que en la adolescencia encontró en el baloncesto un regocijo mayúsculo, algo que lo llenó de orgullo, ya que participó en los Juegos Nacionales Escolares.

De ahí que tenga entre sus ídolos de esta disciplina a Tomás Herrera, Chapé y Ruperto Herrera. Pero su afición llega igualmente a la especialidad de las bolas y los strikes pues, si de pelota se trata, Pachito no duda en expresar su favoritismo por el equipo Santiago.

Fue su padre quien le aconsejó que el deporte tiene la limitante de la edad, y prefirió seguir con sus estudios de música. Luego dio otro rumbo a su vida al escoger la carrera de Telecomunicaciones para cursar la Universidad. ¿Se gradúo?, es una pregunta que lo dejó pensativo, aunque risueño. «No. Tuve un “muñequeo” kini kini en fa menor», contesta de modo ocurrente.

Al hacer énfasis en su orquesta, la define más como una agrupación de música popular bailable que sonera. «Somos un producto de las escuelas de arte y esos centros de enseñanza nos han preparado para ser versátiles y desarrollar nuestro talento.

«Por nuestra agrupación han pasado músicos que hoy se han consagrado, como las hermanas Nuviola, Robertón Hernández y Abdel Rasalps, «el Lele», ambos ahora integrantes de los Van Van; Vania Borges y Lazarito Valdés. Todos ellos tuvieron su comienzo conmigo y luego se han desarrollado.

«Han sido 30 años muy fructíferos, de muchas cosas lindas y que han contribuido a que internacionalmente tengamos también un mercado».

—¿No temió, con la partida de estas figuras, que se llevaran parte de la popularidad que imprimieron al grupo?

—No. Eso es bonito. Forma parte de la labor que uno hace. Hay gente que nace para ser figura y en este caso están ellos. Se desarrollaron aquí y tienen su «Kini Kini», su proyección muy positiva. Me estimula y me congratulo con ello, porque es un trabajo hecho.

—¿Cuánta influencia tiene en usted la obra de Pacho Alonso?

—Soy parte de la herencia dejada por él y, por lo tanto, mi base es la que mi papá me legó. Lo que pasa es que uno se adapta a cada momento, lo que conlleva cambios de sonoridad, pero nunca de sello.

—La entrada de sus hijos le ha dado mucha fuerza a la agrupación. ¿Se debe a una estrategia o ya tenía pensado incluirlos?

—Ya lo tenía pensado. Es una satisfacción para mí que estén. El hecho de que integren la orquesta no significa que no hagan sus propios proyectos. Cristian llegó primero, después Rey, y ya han visto lo que ha pasado: ha habido una revolución dentro de los Kini Kini. Son una propuesta fresca, joven y lo más importante es que son populares.

«Porque uno puede ser popular por un momento y pasar después inadvertido, pero cuando se logra entrar en el corazón del público, ya llegas a ser parte de ese patrimonio que has ido haciendo. Lo he conversado mucho con ellos, y gracias a mi consejo y al talento que tienen, lo van alcanzando».

—Ya se escucha en la radio el sencillo Llegó papá. ¿El tema forma parte de algún proyecto discográfico?

—Hemos tenido el apoyo del Instituto Cubano de la Música, a través de su discográfica Colibrí, para hacer dos proyectos fonográficos que saldrán el año próximo: uno titulado Dos grandes: Un homenaje a Antonio Machín y Pacho Alonso, donde intervienen Omara Portuondo, José Luis Arango y mis hijos Cristian y Rey Alonso, y el otro, Treinta años con mi tumbao, que festeja este período de los Kini Kini y es ahí donde se ubica Llegó papá.

«Este último es un disco que se ha enriquecido con figuras jóvenes del grupo como Eric Eduardo, uno de nuestros cantantes, y mis hijos, quienes además de haber creado una imagen nueva de los Kini Kini, tienen composiciones en este volumen; igualmente se incluyen algunas mías.

«Para celebrar por todo lo alto invitamos a Robertón, quien interpreta canciones como A mí que me den, su primer éxito con nuestra orquesta. Treinta años... se estrenará muy pronto, en una gala muy grande en el teatro Karl Marx, con la gente que ha tenido que ver con el grupo.

«Para completar los festejos, el año que viene realizaremos el espectáculo con los temas del CD dedicado a Machín y a mi padre, así como dos giras: una por varias ciudades del país, y un periplo internacional».

Cuando nos adentramos en temas como la estética de la música popular que se hace desde los años 90 hasta la fecha, Pachito medita, sin inquietarse, su respuesta sobre esa tendencia que se observa en los textos de algunos grupos, donde se recurre a la vulgaridad y la chabacanería para ganar seguidores.

El artista, para ilustrar su explicación, lo comparó con la educación de un hijo en casa, e insistió en la necesidad de seguir de cerca este asunto. «Antes se hacía la planificación de lo que se iba a poner, de los artistas que iban a surgir en cinco o diez años. Ahora todo el mundo toca y canta. Y después que están pegados, los quieren desaprobar...

«Eso pasa con el reguetón. Le han echado, lo siguen haciendo. Es un género musical, y si es vulgar es porque no han educado a los muchachos, no los han preparado. Porque es un fenómeno urbano y no hace falta ir a la escuela para tocarlo.

«Pero hay que educarlos, porque los que lo inventaron ya lo están. Ya no usan cadenas y anillos caros. Se han dado cuenta de que eso no los lleva a nada. Para llegar a un reconocimiento internacional, no hace falta tanta especulación».

—¿Puede haber responsabilidad en el que compone?

—Si usted escucha «basura», pues eso es lo que va a componer. ¿Por qué no pasa en Puerto Rico? Calle 13, por ejemplo. Son muchachos de barrio, pero dan un mensaje polifacético.

—¿Por qué la música bailable tiene tan pocos espacios? ¿Por qué el panorama de los 90 ya no se percibe en los 2000?

—Porque no abundan los que tengan conocimientos para llevar eso. No es un problema de que cierren o dejen de hacerlo.

«Cuando el Palacio de la Salsa, en 1994, todo el mundo iba allí y al Café Cantante a disfrutar con Pachito Alonso y los Kini Kini. Y venía gente de todos los lugares del mundo a bailar y divertirse.

«Yo también daba conciertos para los universitarios en la Casa de la FEU y sin cobrar un centavo. Lo hacíamos los miércoles. ¿Dónde pueden bailar hoy la juventud y los universitarios? ¿Por qué ya la Universidad no los hace?

«Pienso que este es un país musical, y este tema de los espacios para bailar es un problema de conocimientos, enfoque y visión».

—Porque esta música necesita de los bailadores.

—Sí. Pero esta música camina sola. No se puede tapar el sol con un dedo, y cuando lo haces es una ficción. Los espacios de nosotros sufren de lo que llamo una crisis mental general.

—¿Qué es necesario hacer, entonces?

—Abrir los espacios a las agrupaciones de primera línea, a las de las nuevas generaciones. Que la juventud tenga un espacio que no sea el Malecón para ir a bailar, que los universitarios, en sus días de recreación y fuera de pruebas, tengan un espacio como el que teníamos nosotros en la Casa de la Feu.

«También es necesario que creemos proyectos para ir a las escuelas, a las becas. Pero si dejamos que los muchachos vayan por el camino solos, puede que se confundan y entonces sí van a querer escuchar lo que oyen ahora. También tenemos que adaptarnos a los tiempos de ellos, porque no se trata de imponerles un criterio. Porque en Puerto Rico, la gente canta sus canciones y bailan todos los ritmos, y uno se asombra, ya que todo tiene su espacio».

—¿Qué no perdonaría que desconocieran sus músicos?

—Gracias a mi padre me fue posible relacionarme con los mejores músicos de una generación en este país, como Rafael Somavilla, Armando Romeu, Zenaida Romeu, Enrique Bonne, Juan Márquez, Chucho Valdés y Rafael Lay, entre otros. Todos son grandes y en mi infancia disfrutaba observándolos, estudiando su obra.

«Al músico de hoy le hace falta información de ese tipo, que la teníamos muchos en aquella época, pues nos “escapábamos” de Cubanacán para ir a ver a la Riverside, a Rumbavana, o ver tocar a Pacho Alonso.

«Hoy son pocos los músicos que escuchan esas melodías. Le pides, por ejemplo, a un baterista que toque una partitura de percusión y todo se lo saben de memoria. Tienes que darles el disco... Por eso, al músico que trabaja conmigo, le traduzco ese legado que heredé, lo que me han enseñado».

—El arte ha influenciado a toda su familia.

—Tengo a dos de mis hijos que cantan conmigo: Cristian y Rey. Yolena es una de las jóvenes coreógrafas y directoras artísticas de nuestro país más importantes a nivel internacional, y no porque lo diga yo, su padre. Ella ha llevado espectáculos a la Filarmónica de Munich y a otros sitios. También tengo a Carla, de 16 años. Mi familia es muy linda y estamos haciendo honor al legado que nos han dejado.

—¿Como le gustaría a Pachito Alonso que se mirara a su orquesta en los próximos 50 años?

—Como miran a Pacho Alonso actualmente.

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