Oscar Viaño ha trabajado como productor de espectáculos de ballet, conciertos, obras teatrales... durante 35 años. Autor: Internet Publicado: 21/09/2017 | 05:26 pm
Cuando quiera encontrar a un especialista con experiencia suficiente como para escribir una enciclopedia sobre el arte de las puntas y los giros, lo más aconsejable será llegarse hasta Argentina e indagar por el paradero de Oscar Viaño. O, si lo prefiere, esperar cada dos años a que este hombre incansable se llegue a la capital cubana en tiempos del Festival Internacional de Ballet, momentos para los cuales siempre hace un espacio en su apretada agenda, consciente de que poco a poco, y casi siempre desde el anonimato, se ha ido convirtiendo en pieza clave para el éxito de la cita habanera.
De su labor minuciosa y preciosista pueden dar fe el Ballet Estable del Teatro Colón, el Ballet Nacional de Cuba, los Ballets Kirov y Bolshoi, el American Ballet Theatre, el New York City Ballet, el Béjart Ballet Lausanne, el Ballet de la Ópera de París... Mas si aún no fuese suficiente, entonces pregúnteles a las Filarmónicas de Israel y Buenos Aires, a artistas de la talla de Alicia Alonso, Ekaterina Maximova y Vladimir Vassiliev, Jorge Donn, Galina Ulánova, Maia Plissetskaia, Amalia Rodrigues, Zubin Mehta, Robert Sturua, Silvio Rodríguez, Andrea Bocelli, Sarah Brightman, Paloma Herrera, Lindsay Kemp, Maximiliano Guerra, Julio Bocca...
Pero... ¿quién es Oscar Viaño? Su respuesta no se hace esperar: «Un productor de espectáculos de ballet, conciertos, obras teatrales... Comencé a trabajar en este mundo allá por 1977, cuando ingresé a la productora Daefa (Difusora Argentina de Espectáculos y Filmes Artísticos), que fuera fundada muchos años antes por el escenógrafo Saulo Benavente y por David Cwilich. Ellos, junto a Nelly Skliar, quien en la actualidad está al frente de la empresa, me han enseñado muchos de los conocimientos que he ido acumulando a lo largo de este tiempo, y que me han permitido trabajar con una cantidad innumerable de artistas y compañías. De hecho, he trabajado no solo en Argentina, sino también en Chile, Uruguay, Brasil, Paraguay, Venezuela, Cuba, Portugal, España y Rusia».
Oscar se halla entre esas personas que viven el orgullo de haber conocido personalmente a Alicia Alonso. En su caso sucedió en 1984, «cuando la Daefa propició, luego de muchos años de ausencia de los escenarios de Buenos Aires, que el Ballet Nacional de Cuba se presentara en el Teatro Colón y en el Estadio Luna Park. En esa ocasión, tuve la oportunidad de ponerme en contacto también con Salvador Fernández, subdirector técnico de la compañía, con el cual trabajé durante esas presentaciones y de quien recibí invalorables conocimientos.
«Jamás olvidaré la fecha exacta de ese regreso triunfal de Alicia Alonso al Teatro Colón junto con el BNC: fue el 22 de junio de 1984. Pero ese regreso tuvo una gran complicación: la función debió comenzar 30 minutos más tarde, porque la ciudad era un caos con sus calles cortadas. Ese día hubo una huelga general y una movilización de las juventudes políticas en contra del Fondo Monetario Internacional; jóvenes que no solo querían continuar la histórica lucha antiimperialista de Argentina, sino también señalarle al gobierno de turno que la única deuda del país era con el pueblo. Por ello el público se demoró en llegar al teatro. Aquella noche el personal del Teatro Colón solamente se adhirió a la huelga de manera simbólica. Todos estuvieron en sus puestos para que Alicia y el BNC pudieran hacer la función.
«La del 22 de junio de 1984 resultó una noche memorable. Alicia Alonso y el Ballet Nacional de Cuba fueron aclamados como sucede siempre que en el Teatro Colón se presentan los grandes. En esa velada se habían dado cita personalidades de la cultura y la política, artistas como Mirtha Legrand y Amelia Bence, Olga Ferri, el coreógrafo Mauricio Wainrot, entre otros tantos, que fascinados disfrutaron de esa cita imborrable con el arte de Cuba.
«Dos años más tarde vino a la Argentina un pequeño grupo del BNC encabezado por Josefina Méndez y Mirta Plá, a quienes me les uní durante una extensa gira que llevaron a cabo por todo el país. Fue una gira muy larga y agotadora, con muchos vuelos entre ciudades. Se realizó en plena temporada invernal, razón por la cual muchos aeropuertos se cerraron a causa de la nieve —sobre todo los del sur de la Argentina. Entonces, los aviones viajaban de una terminal a otra para poder aterrizar, mientras nosotros teníamos que permanecer en ciudades que no estaban en nuestro itinerario. Pero, a pesar de ello, mis paisanos recibieron con los brazos abiertos el magnífico arte del BNC.
«Luego de estas dos maravillosas experiencias, en 1988 recibí una invitación de Alicia para participar en el XI Festival Internacional de Ballet de La Habana, la que acepté con mucho gusto. Ese fue mi primer encuentro con el Festival y con el maravilloso pueblo cubano. En adelante, cada vez que pude participé en los Festivales de Ballet de La Habana, porque realmente son fantásticos. En ellos se aprende cada día algo nuevo».
—¿De qué manera llega Oscar Viaño a convertirse en un hombre imprescindible dentro del Festival?
—A ver... yo no estoy muy seguro de ser un hombre imprescindible dentro del Festival, porque creo que nadie los es, y menos para el Ballet Nacional de Cuba, donde existen excelentes profesionales en todas las áreas. Mira, te voy a contar una anécdota:
«La compañía cubana volvió nuevamente el Teatro Colón en el año 1997. Esa vez para presentar La fille mal gardée. Sucedió que la carga de ese ballet viajó en un vuelo directo desde La Habana a Buenos Aires, y arribó el mismo día de la función. Pero cuando quisimos retirarla del aeropuerto para moverla hacia el teatro, no se pudo debido a que el sistema informático de la aduana argentina había quedado fuera de servicio. Los nervios se nos pusieron de puntas porque no nos quedaba mucho tiempo para la actuación anunciada para las 8:30 p.m., y no había noticias de cuándo tendríamos acceso a esa carga. Finalmente la pudimos rescatar a las 6:30 p.m.
«Permanece muy fresco en mis recuerdos el profesionalismo que demostraron los técnicos cubanos encabezados por Salvador Fernández, quienes no solo pudieron armar la escenografía, colgar los telones y preparar el vestuario, sino que además se hicieron tiempo para un ensayo en el escenario. Ese día la función comenzó rigurosamente a horario y el público estuvo encantado.
«Lo que te acabo de contar pone de manifiesto lo que hace un momento te decía: los cubanos son excelentes profesionales. ¿Qué pudo haber sucedido conmwigo? Simplemente que soy una persona absolutamente comprometida con mi trabajo, y el Comité Organizador lo sabe.
«Me tiene confianza porque han visto la forma, la responsabilidad y la comodidad con que me desenvuelvo en lo que hago. Conoce, además, que amo mi profesión».
—¿Cuál es la fórmula para trabajar con tantas compañías diversas y que estén satisfechas con su labor?
—En rigor a la verdad, no creo que haya una fórmula. Tampoco sé si las compañías finalmente quedan satisfechas con mi trabajo, lo que sí puedo asegurarle es que hasta el momento nadie se quejó, y eso es bueno.
«Hay que entender que los tiempos del Festival son cortos y muy ajustados, porque en ese período se llevan adelante infinidad de actividades, no solo en los teatros, sino también en otros ámbitos. Ello requiere de una perfecta sincronización en todos los aspectos, y las compañías que se presentan lo saben. Como artistas que son, siempre tratan de darle al público lo mejor de sí, al igual que lo hago yo en lo mío».
Para Oscar Viaño no hay nada como aparecerse en La Habana y reencontrarse con los compañeros de trabajo, «con aquellos que, con el correr del tiempo, nos hicimos grandes amigos, es algo fantástico». Asimismo en lo personal le gratifica saber que, durante la función, no se produjo ningún inconveniente.
«El momento más amargo que me tocó vivir en relación con un Festival, me sorprendió cuando me enteré que un querido compañero y amigo lamentablemente ya no estaba: Nelson Gómez, excelente jefe de escena del BNC, que permanecerá por siempre en mi recuerdo. Hago mención a esto como un pequeño homenaje que deseo rendirle».
—¿Hasta dónde el público reconoce el quehacer del personal que está detrás del telón?
—Para mí es el artista quien debe expresar su arte y ser reconocido por el público. Eso sí: el personal que permanece detrás del telón, aunque no actúa, es una parte muy indispensable dentro de ese complejo engranaje que funciona en un teatro. Esa es la razón por la cual deben amar su profesión y entregar lo mejor de sí durante los montajes, ensayos y, por supuesto, a la hora de la función, para que precisamente ese artista pueda hacer su representación y ser apreciado por el auditorio que, en definitiva, es para quien se presenta el espectáculo.
«Te doy un simple ejemplo: si un actor se para en una esquina y se pone a actuar, la gente que pasa caminando se detendrá a verlo y escucharlo, pero como está allí a la intemperie, presentándose sin el vestuario adecuado, sin la iluminación y el sonido necesario, sin maquillaje, con los ruidos molestos de la calle, no podrá brindarle al público presente su arte con total entrega, porque le faltan las condiciones apropiadas; esas que dentro de un teatro son resueltas por los especialistas de cada área. Ahí radica la misión de la gente que trabaja detrás del telón, y ellos deben tener el reconocimiento del artista, porque trabajan para y en función de él, y, obviamente, del público, aunque este último no lo note».