El Patio de Pelegrín se caracteriza por sus múltiples talleres de literatura, educación ambiental, cerámica, tejido y repostería, entre otras propuestas. Autor: Cortesía del proyecto Patio de Pelegrín Publicado: 21/09/2017 | 05:22 pm
PINAR DEL RÍO.— Funcionan como casas de cultura, pero no lo son, al menos en definiciones formales. Han abierto más que las puertas de sus patios, casas y talleres a proyectos socioculturales que traspasan las propias barriadas, localidades o municipios, para convertirse en máximos defensores de las tradiciones populares y los valores culturales de sus entornos.
Los más de 20 proyectos socioculturales de la provincia de Pinar del Río son ejemplos de alternativas de cultura comunitaria para el país, pero como todos los de la nación, enfrentan hoy un acuciante reto: ser iniciativas sustentables.
Lo anterior está en concordancia con el Lineamiento 143 de la Política Económica y Social del Partido y la Revolución, que plantea la importancia de dar continuidad al perfeccionamiento de la educación, la salud, la cultura y el deporte, para lo cual resulta imprescindible reducir o eliminar gastos excesivos en la esfera social, así como generar nuevas fuentes de ingreso.
Pero pesan en esta transición necesaria elementos como la improvisación existente en algunas nacientes propuestas, el desconocimiento por parte de los grupos gestores sobre temas relacionados con la economía de la cultura, limitaciones legales para la comercialización de productos, y el cómo gestionar procesos de autofinanciamiento sin comprometer al valor cultural comunitario.
Viaje a la semilla
A partir de la política cultural cubana, y los objetivos planteados en el Programa de Desarrollo Sociocultural a finales de los 90, el país incentivó la creación de proyectos que tuvieran en cuenta la situación concreta de cada región, sus necesidades, gustos y preferencias.
Danoris Medero Mena, especialista de proyectos socioculturales de la Dirección Provincial de Cultura, enfatiza que estos nacen por y para la localidad, principalmente ante la ausencia de instituciones encargadas de tales menesteres. «La comunidad es quien mejor conoce sus conflictos, y el proyecto sirve para prevenir problemas sociales, reinsertar a desvinculados e incentivar las potencialidades en niños con talento artístico».
En este contexto surgieron aquí propuestas de gran impacto sociocultural como El Patio de Pelegrín, en Puerta de Golpe (2001), premio nacional de Cultura Comunitaria 2010 y Memoria Viva 2011; El Marañón se fortalece (2008), en Arroyos de Mantua; La Cucaña (2007), en San Diego de los Baños; y La Camorra (2001), en Puerto Esperanza.
El desarrollo de estas iniciativas en el territorio ha sido posible además por la labor desplegada por el Centro de Intercambio y Referencia sobre Iniciativas Comunitarias (Cieric), que ha «acompañado en el orden metodológico y financiero a los proyectos que de alguna manera acceden al concurso que promueve este, como una vía de capacitación; o a los cursos básicos de gestión de proyectos», explicó Yeniset Pupo de la Paz, especialista de la institución.
Para Pupo de la Paz, en Pinar del Río las iniciativas comunitarias han logrado ser muy innovadoras, no solo por los lugares de desarrollo, sino por la manera de concebirse, de incidir en las localidades, tanto desde lo cultural como lo social.
Algunos de los más representativos, además de los ya mencionados, son Encantos de mi conuco, en San Juan y Martínez; Almiquí, en Guane; Entre mogotes y palmares, en Viñales; Los Chapuserios, Con amor y esperanzas, El Patio ecocultural, la Casa de la décima Celestino García, Renacer a la vida, Casa cultural Ashedá, y Fidias, en Pinar del Río.
Legales y autofinanciados
Sin embargo, el asunto ya no estriba solo en el importante aporte cultural. Ahora hay que sustentarse por sí mismos, y en ese camino es necesario evitar que el autofinanciamiento genere la proliferación de falsas iniciativas de este tipo e invenciones que, lejos de buscar una incidencia sociocomunitaria, solo aspiren a la autorización de procederes con fines de lucro.
En aras de evitar propuestas rapaces, la legalidad del proyecto la da el Consejo de la Administración Municipal (CAM), tras ser aprobado por la Dirección Municipal de Cultura.
Yeniset Pupo de la Paz, especialista del Cieric, reconoció que «se ha puesto en boga hacer proyectos que al final no funcionan, porque se tiene una visión simplista del tema y se piensa que una peña o una acción cultural ya es digna de ser denominada como tal».
Danoris Medero Mena, especialista de proyectos socioculturales de la Dirección Provincial de Cultura, explicó que otros modos de proceder también acarrean ilegalidades. «Generalmente muchos de estos espacios en Pinar tienen un accionar prolongado y luego es que se sientan a perfilar sus documentos; por tanto, el proceso de aval llega tiempo después de ser creados».
Pero, ¿cómo gestionar este tipo de iniciativas desde posturas autofinanciadas? Según las fuentes entrevistadas, hoy el Consejo de la Administración Municipal no puede dar apoyo monetario, solo algunas ayudas en convenios con el Cieric. Tampoco desde las direcciones de Cultura se garantiza un aporte para tales acciones, a no ser las vinculadas con la programación artística que se articule en estos espacios.
Surge entonces otra interrogante esencial: ¿Están preparados los gestores de los proyectos para asumir modelos de autofinanciamiento, o arrogarse nuevas formas de gestión?
Algunos de nuestros entrevistados, incluidos Luis Miguel Martínez Hernández y Mario Pelegrín, coordinadores generales de los proyectos La Camorra y el Patio de Pelegrín, respectivamente, coinciden en que aún falta conocimiento por parte de los grupos gestores sobre estos temas.
«Hasta hoy nos hemos sustentado sin un presupuesto económico, con la ayuda de los pobladores y algunas instituciones. Pero ya la dimensión es mayor y debemos, o mejor dicho, necesitamos asumir nuevos modelos de gestión y ganar en información para ello», apuntó Martínez Hernández.
En este sentido, el proyecto cultural de desarrollo local Fidias, una casa-taller ubicada en el Consejo Popular Diez de Octubre, hoy es el único que ostenta un nivel envidiable de autofinanciamiento. Como refiere su principal gestor, el artista artesano Pedro Luaces, esto se logra a partir de una infraestructura propia, humana y material, que sustenta el proyecto sin necesidad determinante de aportes externos.
Pero este «desahogo económico» solo lo ha logrado esta casa-taller, gracias, en buena medida, a sus comercializaciones a través de la Asociación Cubana de Artistas Artesanos (ACAA) y el Fondo de Bienes Culturales (FBC).
Los demás tienen que insertarse en la dinámica propia de autosustentabilidad de sus actividades, o gestionar donaciones y paliativos que provengan de colaboraciones o concursos.
Para que los proyectos dejen totalmente de ser «asistidos» por el Estado y generen sus propios ingresos, según los especialistas, se vuelve necesario compartir experiencias, capacitar a sus gestores en tales procesos y, especialmente, dotar a estos espacios de un marco legal que les permita la comercialización.
«Aunque yo no quiero que se nos trate como cuentapropistas, bajo el mismo procedimiento e igual régimen tributario, deben asumirse otros métodos con nosotros. Nuestro objetivo no es generar ganancias para un interés personal, sino para ayudar a la comunidad», aboga Pelegrín.
Pelegrín, como Martínez Hernández en La Camorra, ya cuenta con un plan de acciones para buscar sustentabilidad, que va desde la comercialización de productos generados en sus talleres de plástica, artesanía y en los huertos medioambientales, hasta la propuesta de programas culturales en centros de la localidad, o dentro de los espacios de los mismos proyectos.
Pero ambos se quejan de la inexistencia de un marco legal propio para este tipo de iniciativas, que les permita tales procederes, o la demora para la tramitación de algunos de ellos.
Rigoberto Fabelo, presidente del Cieric, enfatiza que el autofinanciamiento debe ser un pensamiento estratégico para el rediseño de la gestión económica de los procesos culturales y de los proyectos comunitarios.
«Estas concepciones pueden contribuir a la economía local, pueden dar interesantes perspectivas acerca de la capacidad de planificación y autogestión que pueden tener los proyectos comunitarios», puntualizó.
Rentabilidad + cultura comunitaria
Hacer sustentables los proyectos comunitarios podría ser igualmente un arma de doble filo. ¿Cómo evitar que el valor sociocultural de estas iniciativas no se pierda al inmiscuirlos en un proceso de autofinanciamiento? ¿Cómo salvar el corazón de estos proyectos de la mercantilización?
«No se puede comprometer el valor cultural, y este es uno de los riesgos que se corre. En estos momentos apoyamos la sustentabilidad de los proyectos, pero repensando las estrategias», resaltó Pupo de la Paz.
Para Mario Pelegrín, coordinador general del Patio de Pelegrín, en Puerta de Golpe, la solución está en no convertir al proyecto en una institución, dogmatizarlo con plazas, departamentos. «Debemos defender la naturalidad, salvaguardar el valor comunitario y cultural por el que fue creado».
«Ser sustentable debe ir a la par, o en un segundo plano, pero el valor sociocultural siempre debe ser lo más importante. Es nuestra razón de ser», reflexionó Luis Miguel Martínez Hernández, de La Camorra.
El desafío, entonces, es encontrar en esos pequeños modelos locales, aportes a la economía social desde la planificación comunitaria, y sin perder su esencia cultural.