En 1966, La noche de los asesinos le valió a Vicente Revuelta, Premio Nacional de Teatro, el Gallo de La Habana de Casa de las Américas. Autor: Archivo de JR Publicado: 21/09/2017 | 05:16 pm
Muy difícil le será a la cultura nacional reponerse de la muerte de Vicente Revuelta, cuyos restos descansarán a partir de este miércoles en la Necrópolis de Colón. No puede ser de otro modo cuando se trata de un creador que hizo historia como notable actor y director, dentro del movimiento teatral cubano a partir de la década del 50 del pasado siglo.
A pocos, como a Vicente Revuelta, le asisten el honor de clasificarse como maestro, porque en verdad lo fue. Y entre los más descollantes. Así lo reafirmaron el Instituto Superior de Arte, cuando lo intituló Doctor Honoris Causa; y la Asociación Hermanos Saíz que lo señaló como Maestro de Juventudes, pero, sobre todo, diversas generaciones de sus coterráneos que venerarán por siempre a quien las carencias económicas de una infancia algo solitaria no le impidieron que se convirtiera en legítima leyenda.
Quién sabe si en aquel almacén de ropa donde trabajó cuando contaba con apenas 14 años, el adolescente mozo de limpieza, rodeado de las más variadas vestimentas, comenzaba a soñar personajes que fueron marcando el camino del sólido histrión que de seguro ya entonces se estaba formando, y que debutó en las tablas con Prohibido suicidarse en primavera.
Doce años después, en 1958, estaba fundando Teatro Estudio, después de haber dirigido a la magistral e inolvidable Raquel Revuelta, su hermana, en la versión que hicieran Julio García Espinosa y Alfredo Guevara de Juana de Lorena, de Maxwell Anderson, aunque su prueba como director la venciera con El recuerdo de Berta, de Tenessee Williams (1950), mientras formaba parte del grupo Escénico Libre.
Con Viaje de un largo día hacia la noche iniciaría su gloria en Teatro Estudio, que constituyó emblemática escuela para el teatro cubano, cuya nómina integraban no solo los Revuelta, sino también Sergio Corrieri, Ernestina Linares, Pedro Álvarez, Rigoberto Águila, Héctor García Mesa y José Antonio Jorge. Sería un estreno que acarrearía persecución policial, según les contara el mismísimo Vicente a Maité Hernández-Lorenzo y a Omar Valiño para el libro Vicente Revuelta: monólogo (Mecenas y Reina del Mar Editores). Luego triunfaría la Revolución.
Un acontecimiento que, a decir de Vicente, «significó para Teatro Estudio, como para todos los artistas de las diversas expresiones, la posibilidad de desarrollar un arte al servicio del pueblo. Atrás quedaban para siempre los grandes esfuerzos que habían hecho tantos teatristas durante las décadas de la seudorrepública en medio de la indiferencia y el abandono de los gobiernos de turno. Su trabajo quedaba como una base imprescindible para los años futuros, trabajo que ahora desarrollaríamos con todas las condiciones, con todas las posibilidades que la Revolución nos daba».
Y con 1959 vendría una carrera impresionante con títulos que aún permanecen en la memoria colectiva, tanto por su extraordinaria labor como actor, como por su destacadísimo quehacer al frente de resonadas puestas en escena: desde La noche de los asesinos, pasando por Las tres hermanas, Fuenteovejuna o El alma buena de SeChuan —primer Brecht representado en Cuba—, hasta Madre coraje, el nombre de Vicente Revuelta aparecerá inevitablemente también cuando se hable de piezas al estilo de El cuento del zoológico, La duodécima noche, Contigo pan y cebolla y La zapatera prodigiosa.
Premio Nacional de Teatro 1999, este notable intelectual, quien formó parte de la Sociedad Cultural Nuestro Tiempo, sin embargo, nunca se dejó tentar por el éxito. Por ello siempre iba a por más. «Cuando el éxito viene muy seguido, siempre tiendo a sospechar que me estoy deteniendo y que necesito buscar más», reconocía en una entrevista.
Ahora, luego de 82 años de fructífera vida, Vicente Revuelta nos abandona físicamente después de haber encontrado lo sagrado, «que implica buscar una existencia más gozosa. No se trata de buscar lo sagrado como culpa, ni como sacrificio, sino lo sagrado como risa. Yo busco lo sagrado para sentirme a gusto en la vida. Si algo está muy cerca de mi esencia es la idea de que la vida es espléndida y uno debe disfrutarla momento a momento». Es evidente. El maestro lo consiguió.