Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Grandes instantes a la hora del repaso

No existe ningún otro evento en el mundo donde miles y miles de espectadores busquen y disfruten de esta manera el cine latinoamericano

Autor:

Joel del Río

El viernes, cuando nadie tenía la más leve idea de cuáles serían los principales elegidos para el Coral en La Habana, y todavía quedaban tres jornadas colmadas de películas y acontecimientos, tuve que cumplir con los horarios de cierre y aventurarme en estas páginas con esta suerte de resumen y pronóstico de premios. Entre las noticias extracinematográficas, para ser justos, hay que dejar sentado (porque en la edición del jueves de JR me referí a lamentables síntomas de indisciplina del público) a la impresionante popularidad del Festival entre personas de cualquier edad, raza, sexo y clase. No existe ningún otro evento en el mundo donde miles y miles de espectadores busquen y disfruten de esta manera el cine latinoamericano, lo discutan, lo admiren y también cuestionen en voz alta la calidad de tal o más cual película.

Hubo mucha emoción, memoria celebrada, e incluso algún que otro descubrimiento vinculado a los cuatro homenajes principales: el realizador cubano Humberto Solás por su 70 cumpleaños y su desmesurada El siglo de las luces; Roberto Matta en su centenario, Gabriel García Márquez por su aporte al audiovisual latinoamericano, y la Escuela Internacional de Cine y Televisión (EICTV) gracias a su feliz gestión de 25 años y al indiscutible aporte a la cultura y las cinematografías nacionales.

Vimos y escuchamos a diez o 15 egresados de la Escuela defendiendo sus obras en concurso o en muestras paralelas (entre ellos, los brasileños Wolney Oliveira y Marcos Pimentel, la ecuatoriana Tania Hermida, la peruana Marité Ugás, el español Benito Zambrano); atestiguamos los aplausos que recibió la jurado de ficción Patricia Pillar cada vez que el público la identificaba como diva telenovelera, y el constante asedio de los medios y del público a Ignacio Huang, el partenaire de Ricardo Darín en Un cuento chino; Osvaldo Montes celebró el papel de la música en el cine (en un momento cuando algunos fundamentalistas abogan por la desaparición del acompañamiento musical), Harold López-Nussa aprovechó el escenario inaugural para experimentar caminos con la fusión y la música folclórica, y el músico británico Gary Lucas volvió a confirmarse entre los adictos a estos encuentros.

Los concursos de Nuevas Miradas y Nuestra América Primera Copia abrieron sus puertas para favorecer la realización, y el terminado, de proyectos inéditos. Además de las películas nuevas, las que todavía no se han acabado, las del futuro, el Festival también celebró la restauración de clásicos como la alemana Metrópolis o la argentina Cita en la frontera. A las imágenes de los filmes se añadieron exposiciones de dibujos, afiches o fotografías firmadas por Antonio Pérez González «Ñico»; Luis Enrique Camejo, Esterio Segura, mientras la galería Raúl López Oliva, del Centro Cultural Bertolt Brecht, propuso un recorrido por los filmes de Tomás Gutiérrez Alea. El Pabellón Cuba constituyó escenario propicio no solo para exposiciones y coloquios, sino también para conciertos y exhibiciones de los más variados filmes. Finalmente conocimos en persona, y en opinión, al realizador argentino Santiago Loza y al guionista chileno Julio Rojas. Ambos vinieron como jurado de ficción y de guión inédito este año, pero en otras ediciones nos regalaron películas de culto como La invención de la carne y Los labios, en el caso de Loza; y En la cama o La vida de los peces, escritas por Rojas.

Entre las retrospectivas más sorprendentes y singulares, por inusuales, clasificaron las dedicadas a las cinematografías de República Dominicana y Puerto Rico, y si bien este año las retrospectivas española, alemana e italiana carecieron del brillo y el éxito de otras ediciones, en su lugar aparecieron las muestras de Noruega y Serbia. Hubo sensibles bajas en las nóminas de grandes títulos que prometía el Panorama Internacional. Hasta este mismo momento resulta imposible garantizar que aparezcan los filmes anunciados de Lars Von Trier y Zhang Yimou, sin embargo, resultaron sorpresas impactantes algunas películas polacas (Joanna, Cero, Pequeño Moscú), de Québec (Yo maté a mi madre, Los amantes imaginarios), la trilogía turca de Yusuf, y Una mujer en África, de Claire Denis, por solo mencionar las que alcancé a ver. Resultaron acontecimientos las presentaciones especiales del documental Sing your song, dedicado a Harry Belafonte.

El Festival se llenó de libros entre las ediciones del ICAIC y las provenientes de la EICTV, además de otros títulos alusivos al cine y provenientes de diversas editoriales; algunos de los cuales este cronista se apresuró a comprar. O a pedir como regalo amistoso a sus autores.

Y mucho más, sobre todo

El cine argentino goza de un extraño privilegio: aportar al evento películas muy populares, de género, capacitadas para atraer a todos los públicos (Un cuento chino, El gato desaparece) y también obras comprometidas con la crítica al contexto social o político (El estudiante), con la narración minimalista de historias muy cotidianas (Las acacias) o con el discurso desde el punto de vista femenino y de la otredad sexual: La vida nueva, Abrir puertas y ventanas, Ausente.

La embajada fílmica brasileña, fuera y dentro de concurso, destacó tanto por su variedad como a causa de su contundencia estética. Desde el intimismo filodocumental de El abismo plateado, hasta el thriller policiaco de acción en Tropa de élite 2 o el retro biográfico, en lujoso blanco y negro, que es Heleno. Pero también nos mandaron películas muy notables, de realizadores e intérpretes no tan conocidos, ciertos costados experimentales y menor voluntad por ganarse a un auditorio masivo, como la reflexión sobre la suerte, el talento y el esfuerzo personal que implica Riscado o las rurales y meditativas Remolino, Historias que solo existen para ser recordadas y Madre e hija, que intentan comunicarse con el espectador en un nivel más sensorial e intuitivo que en términos de anécdota y peripecia.

México nos aportó algunos títulos que deberán quedar bien posicionados en la tabla resumen de premios Coral. Los retratos violentos y francos del apocalipsis delincuencial contemporáneo en El infierno y Miss Bala, junto con la sutileza alusiva de El premio. Y precisamente por la agudeza en el diseño de sus personajes y el ánimo controversial a la hora de complejizar la realidad nacional, destacaron la chilena Verano, la cubana Chamaco, la ecuatoriana En el nombre de la hija, la venezolana El chico que miente y la colombiana Porfirio.

Sobre la representación cubana ya hemos comentado, o tendremos ocasión de hacerlo, detenidamente, cuando se estrenen en el circuito nacional de salas. Y me refiero sobre todo al éxito tumultuoso de público en este Festival, es decir, Juan de los Muertos, e incluso a obras ciertamente extremas, y tal vez provocadoras, como Chamaco, de Juan Carlos Cremata, o La piscina, de Carlos M. Quintela, que al final alcanzó alguna que otra accidentada exhibición, lamentablemente fuera de competencia, en el Multicine Infanta. Francamente, no creo que ninguna de nuestras películas en concurso posea los requerimientos exigidos por la mayoría de los jurados para ganar un premio máximo en festivales como estos, pero en silencio estoy deseando equivocarme, pues voy a ser el primero en celebrar los premios que se confieran a los nuestros. Si el veredicto alcanza el mínimo de equidad y riesgo esperados, pues serán publicados seguramente en estas páginas y me ahorro un próximo comentario al respecto. Si al final ocurren encumbramientos y olvidos incomprensibles, pues continuaremos con el tema la próxima semana, cuando las salas de cine habaneras vuelvan a quedar desiertas, y la edición 33 no sea más que nítida remembranza.

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