La actriz Trinidad Rolando (izquierda) interpreta el personaje de Fina. Autor: Raúl Pupo Publicado: 21/09/2017 | 05:10 pm
Cuba, 1911. La familia Carmona de Cortés, perteneciente a la aristocracia criolla, luego de un viaje por la ciudad de Nueva York, regresa a la finca de su propiedad —ubicada en el poblado oriental de Palma Soriano—, en la cual existe un patio donde reina la belleza de los limoneros.
El retorno al hogar, lejos de ser un motivo de alegría, se convierte en la dura confrontación con una realidad no esperada y difícil de asimilar: la ruina financiera debido a la pérdida de toda su fortuna.
Comienza así a tejerse la trama de la puesta en escena de El patio de los azahares. La obra deviene madeja de conflictos y situaciones a los que debe hacer frente, adaptarse (material y psicológicamente) y ajustarse una familia antes acomodada, y ahora desplazada de sus privilegios por quienes otrora ocupaban un estatus social inferior.
El patio..., de la autoría de Gerardo Fulleda León, ha sido llevada a las tablas por la compañía teatral Rita Montaner, que dirige el intelectual.
La obra está inspirada en El jardín de los cerezos, creación del escritor y dramaturgo ruso Antón Chéjov. La pieza constituyó la última de sus grandes obras de teatro (La gaviota, Tío Vania y Tres hermanas). En ella Chéjov moldea como comedia una historia que narra el declive económico de una familia de la aristocracia rusa, a finales del siglo XIX.
El propio Chéjov en su momento calificó de comedia la obra pues su intención no era conducir al público hacia un sentimiento de misericordia por las víctimas de la historia, sino proponer una reflexión en torno a los conflictos y exigencias que trastocan la actitud de las personas ante la vida, en contextos de transformaciones sociales.
Haciendo suyo el interés de aproximar al espectador a la necesidad de evolucionar al compás de un mundo cambiante, el texto de Fulleda León se adueña de la trama, realizando una relectura, y estableciendo un paralelismo con la Cuba republicana de principios del siglo pasado.
En referencia al texto original, la compañía Rita Montaner ha expresado que funciona como una fuerza que inspira a establecer en el nuevo discurso, vasos comunicantes entre dos sociedades convulsas por diferentes motivaciones y circunstancias.
Valga recordar que El patio... —signada por la transferencia de las disyuntivas y complejidades de la Rusia de 1904 a la Cuba de 1911— se aproxima a un contexto clave en la historia cubana: el comienzo de la República. Mientras, El Jardín de los cerezos, establece similar punto de encuentro, pero con otro proceso sustancial que fue el inicio de la Revolución de 1905 en la nación euroasiática.
Sumidos en convulsas coyunturas, algunos de los personajes de la obra —como los miembros de la familia Carmona de Cortés integrada por Doña Lidia (Oneida Hernández), dueña de la finca; Leonardo (Carlos García), su hermano; Ana (Anabel Suárez), hija de Doña Lidia; y Valia (Yanell Gómez), hija adoptiva— quedan atrapados en un pasado de lujo y optan por renegar de los nuevos condicionamientos sociales.
Otros por su parte —como Erasmo López (Luis Ángel Lin), descendiente de esclavos que pretende comprar la finca con el fin de sustituir los limoneros por sembradíos de caña de azúcar—, reclaman su lugar y reconocimiento como sujetos activos en las novedosas transformaciones.
Así, la obra y la puesta en escena vuelven su mirada sobre temáticas cuyo anclaje remite a elementos del imaginario social y de la misma identidad, los cuales persisten en la contemporaneidad.
Con la presencia y mixtura de elementos trágicos y cómicos, la trama refleja el derrumbe de un modo de vida que no se adecua a las nuevas circunstancias y permite al espectador reír a la par de recapacitar respecto al medio cambiante que influye y determina en la vida de las personas. De esa forma lo recoge el texto cuando uno de los personajes afirma que lo importante es encontrarse cara a cara con la verdad.