Silvio y sus compañeros siguen desandando los barrios. Autor: Kaloian Santos Cabrera Publicado: 21/09/2017 | 05:09 pm
El primer paso lo dio uno de esos héroes del día a día que enaltecen la existencia en esta Isla porque, entre otras cosas, sencillamente creen en la cultura como bálsamo para el mejoramiento humano.
Tocó a la puerta del trovador errante y le habló en nombre de sus compatriotas como a un hermano del alma. En nombre de su barrio. Un lugar necesitado donde, como en otro cualquiera de nuestra Cuba profunda, se discute en una esquina, ron barato por medio, de la novela, pelota, política y hasta de filosofía. Te alcanzan «una coladita» de café mientras la señora de rolos en la cabeza le grita a la vecina que a la carnicería llegó pollo por pescado. Los niños mataperrean felices y los «aseres» de la cuadra piropean a las «jevitas». En fin, un espacio donde a diario, y de la misma manera, se ama, se trabaja y se lucha.
Entonces, sin más arrojo ni decretos que ser fiel a sus versos, el bardo, otro criollo común y corriente, necio e irreverente soñador, acudió sin reparos con su canción amiga: La más clara y oscura,/ la más verde y madura,/ la más íntima,/ la más indiscreta.
Un obrero me ve, me llama artista,
noblemente, me suma su estatura.
Y por esa bondad mi corta vista
se alarga como sueño que madura.
(Llover sobre mojado, Silvio Rodríguez Domínguez)