La cita trovadoresca villaclareña se distingue por facilitar entera confraternidad entre bisoños y veteranos. Autor: Carolina Vilches Monzón Publicado: 21/09/2017 | 05:05 pm
SANTA CLARA, Villa Clara.— Desde que en marzo de 1851, en la legendaria ventana de la joven Luz Vázquez una emotiva canción compuesta por José Fornaris, Carlos Manuel de Céspedes y Francisco del Castillo acabó estremeciendo el corazón de aquella gentil bayamesa y marcó el nacimiento de la trova cubana, esta expresión musical ha sido protagonista y testigo de incontables amores y desamores tejidos a fuerza de guitarra.
Vocación para ponerles ritmo y poesía a la realidad social, a las ideas políticas y al trepidar fatigoso del hombre por este mundo, resulta también esencia distintiva en el devenir trovadoresco de la Isla, que ha encontrado fértil cimiento en las creaciones de Sindo Garay, Pepe Sánchez, Miguel Matamoros, Manuel Corona y muchos otros inscritos con mayúscula en la historia de este tipo de canción.
Pero más allá de esas voces y piezas legendarias que han trascendido por su originalidad y excelencia hasta nosotros, valdría reconocer el despegue favorable que ha tenido en los últimos años la joven trova cubana, con un movimiento en ascenso, que por estos días bien puede confirmarse en esta ciudad, donde transcurre la XV edición del Encuentro Nacional de Trovadores Longina.
El evento, que lleva el nombre de la pieza que inmortalizara al bardo caibarienense Manuel Corona, hasta cuya tumba en el cementerio de Caibarién peregrinan los músicos cada 9 de enero, fecha en que muriera hace 61 años, es más bien el pretexto para una singular descarga entre amigos, ideal para compartir y degustar una plática rítmica y sencilla, despojada de altisonancias, lenguajes formales y teorías.
Sin diseños ni esquemas preconcebidos que absoluticen la filosofía del trovador, esta cita villaclareña se distingue por facilitar entera confraternidad entre bisoños y veteranos, y por abrirles puertas a las nuevas figuras.
Seducidos por las anécdotas de años anteriores, por vez primera dos jóvenes trovadores han venido a Santa Clara para experimentar lo peculiar de un encuentro en el que, a diferencia de sus primeras ediciones, ya no se compite, por lo que su rasgo más admirable consiste hoy en suscitar el espectáculo compartido y la actuación con cierto acento de familia, algo vital que pondera el vínculo entre el público y los artistas.
Para el joven guantanamero Audis Vargas, la trova requiere interacción, movilidad, desenfado, pues «sin diálogo con la gente y una proyección escénica integradora, la canción no cobra todos sus sentidos».
Si bien sabe que esta variante musical no se estudia ni se perfila en academias, este joven de la tierra del Guaso considera primordial acudir a la obra de aquellos que legaron un modo de hacer y les antecedieron en el ejercicio de crear.
«Pienso que la conexión con los referentes tradicionales de esta música es una sola: la de expresarnos siempre motivados por el mundo que nos rodea. Por supuesto, la diferencia está en que vivimos tiempos diferentes, influencias diversas y maneras distintas de interpretar la realidad, pero el incentivo es el mismo».
—¿Cómo ves este tipo de canción en el extremo más oriental de la Isla? ¿Tiene muchos cultivadores?
—En Guantánamo se muestra cierta solidez en cuanto a público, propuestas y espacios. Cuando estos tres aspectos se combinan inteligentemente el resultado suele ser muy próspero.
—¿Qué rasgos consideras que están definiendo a los trovadores jóvenes de Cuba?
—El ímpetu, la vitalidad, los deseos de hacer, de expresarse con armonía y agudeza, como resultado de una mirada que rebase las meras formalidades de la vida cotidiana. Temáticamente, pienso que las manifestaciones son variadas, y en materia de géneros, noto que el pop y la fusión de estilos van despertando cada vez mayor interés.
—¿Qué necesita el movimiento? ¿Cuáles son las inquietudes de los que se inician?
—Eso depende de las condiciones que existan en cada lugar, pero creo que entre las principales limitaciones de muchos trovadores jóvenes están la promoción y divulgación de sus obras.
«A veces uno se da cuenta de que falta gestión, apoyo y hasta interés para que el trabajo se dé a conocer en los medios de difusión, sobre todo de manera periódica, porque es ahí donde se ubica la razón del éxito; en no dejar que las cosas se hagan tres días y luego se olviden por una semana o dos meses.
«Villa Clara, por ejemplo, es una provincia de la que casi todos los territorios del país tienen que aprender. No porque lo hagan mejor o peor, eso poco a poco se demuestra, sino porque uno nota que la preocupación por este tipo de música ha alcanzado aquí un grado de sistematicidad y un respeto de las instituciones y los organismos que es incomparable. El centro cultural El Mejunje es la mejor muestra de todo ello».
Al igual que a Audis, al camagüeyano Harold Díaz, también en su primera ocasión en el Longina, lo identifican en el escenario la versatilidad, el tratar de sentirse cómodo al lado del público, la mezcla de ritmos, algunos un poco acelerados, y el pasar con extrema naturalidad de un tono intimista a una problemática de hondo calado social.
Con ánimos bien arriba, este agramontino, a quien Santa Clara y su gente parecen haberles entrado por los ojos, sostiene que los trovadores cubanos se caracterizan por ser abiertos, coloquiales, chéveres, y cálidos.
«Hay quienes piensan que un juglar es solo un hombre con ideas y guitarra. Eso hasta cierto punto es verdad, pero uno necesita ponerle alma al pensamiento y al mismo tiempo cadencia, equilibrio, armonía».
—¿Cómo debe ser esa interpretación que permanentemente el cantante está haciendo de su realidad?
—En primer lugar, transparente, diáfana, para luego aderezarla con los recursos de la lírica. La fina ironía, el humor, la picaresca, son resultado de lo que procesan nuestros sentidos; pero nunca el recurso puede echar a un lado las cosas como son ni los sentimientos como se experimentan de verdad.
—¿Qué no podrá faltarle nunca a un joven trovador?
—La audacia, la creatividad y los deseos de echar pa’lante. Una vez que se descubre la vocación hay que alimentarla. Y para eso uno tendrá que cargar siempre con la poesía y las canciones en el pecho.