Bailarines del Ballet Nacional de Sodre, de Uruguay, durante la presentación de la pieza «Nuestros Valses», en el teatro Mella de la capital cubana, en el marco del 22 Festival Internacional de Ballet de La Habana. Autor: Roberto Morejón Rodríguez/AIN Publicado: 21/09/2017 | 05:02 pm
La compañía uruguaya Ballet del Sodre, dirigida por el argentino Julio Bocca, debutó aquí con una cálida acogida del público que premió con abundantes aplausos su actuación en el festival internacional de ballet habanero, destaca PL.
Su carta de presentación fue Nuestros valses, coreografía del venezolano Vicente Nebrada con música de la pianista y compositora Teresa Carreño, quien dejó huella palpable en el acervo sonoro latinoamericano.
A los bailarines uruguayos les correspondió el cierre del programa de concierto la víspera, en el capitalino teatro Mella, con un elenco en el que primó la frescura y adecuado manejo de la técnica, perceptible sobre todo en las solistas y cuerpo de baile femenino.
Con 75 años de fundado, el Ballet del Sodre, bajo la dirección artística de Bocca desde junio último, inició una nueva etapa con la aspiración de convertirse «en un modelo de excelencia con proyección internacional».
Su primera prueba de fuego ha sido en la capital cubana y aunque aun es pronto para aventurar pronósticos, no hay dudas de que el talento y la tenacidad de Bocca, mil veces probrada en su brillante carrera, dará sus frutos en un futuro no demasiado lejano.
Por lo pronto, el decidió rescatar las grandes obras de la tradición romántico-clásica e incorporar, a la par, al repertorio del Sodre piezas de prestigiosos coreógrafos uruguayos y extranjeros. El programa del Mella tuvo un punto alto con dos actuaciones de destaque indiscutible: la del australiano Steven McRae, primer bailarín del Royal Bellt de Londres, dueño de una técnica depurada, sometida a los mandatos expresivos de un artista del que fue sierva en cada minuto de sus ejecuciones.
McRae estrenó en Cuba Les lutins, una coreografía de Johan Kooborg, con apoyatura en la música de Henry Wieniawsky (Caprice) y arreglos de Kreisler. La brevedad de la pieza fue, por obra suya, un centelleo que irradió con luz propia en la escena.
Le siguió la japonesa Erina Takahashi, primera figura del English National Ballet, de técnica envidiable, pulida con sabiduría y elegancia, quien supo imprimir la fuerza interpretativa necesaria a Non, rien de rien, la canción de Charles Dumont, con letra de Michel Vancaire, que la voz inderrotable, desgarradora de Edith Piaf, convirtió en un clásico.
La compañía española SoLODOSneodans trajo consigo el lenguaje contemporáneo con Sólodos, un espectáculo dividido cuatro piezas entrelazadas entre sí y sustentadas en presupuestos filosóficos sobre la soledad, los encuentros y desencuentros, los retos de la existencia humana.
Danza terre a terre, medias puntas, cuerpos elásticos y dúctiles, una estética de búsquedas permanentes, aunque en ocasiones reiterativa. Un buen recuerdo en la memoria de los espectadores, que no le escatimaron ni exclamaciones de bravos ni aplausos.