Gólgota visto por Daymara Orasma (collage). Autor: Juventud Rebelde Publicado: 21/09/2017 | 05:01 pm
Son otros el radio y la cama, pero permanecen en el mismo lugar donde los ubicó desde siempre su abuela. Por un momento Gólgota cierra los ojos y se concentra, como intentando bloquear los ruidos que provienen desde la calle ya despierta, y se hacen más nítidos y molestos por la posición y la altura que ocupa el apartamento. Y ahí está él, hurgando en sus recuerdos, acostado pero sin dejar de dibujar, mientras su abuela, con sus diestras agujetas, une con elegancia hilos colores de la misma manera que se van entrelazando las historias de la novela que escucha por Radio Progreso.
«Ese puede haber sido el inicio de mi vida como pintor, aunque, por supuesto, no era consciente de ello», confiesa ahora Gólgota a Juventud Rebelde, antes de contarle el porqué de Adolescencia, la esperada exposición de este reconocido artista de la plástica, que se acaba de inaugurar en el Memorial José Martí y permanecerá durante todo septiembre en el emblemático monumento de la Plaza de la Revolución.
Es curioso que con el paso de los años, Gólgota deviniera renombrado artista de la plástica, cuando siendo un muchacho afirmaba invariablemente que quería ser arqueólogo, historiador... «Yo quería ser Indiana Jones», confiesa, y, de hecho, primero se involucró en las ciencias mientras cursaba el preuniversitario. Así trabajó junto al profesor Rivero de la Calle y hasta logró convertirse en alumno ayudante del Museo de Geología y Paleontología de la Academia de Ciencias. Pero cuando terminó esa enseñanza, «como dedicaba el tiempo a demasiadas cosas», se quedó sin carrera.
Esa fue la brecha que lo llevó definitivamente hacia las artes plásticas. «Mi mamá, quien había estado cumpliendo misión en Etiopía, acababa de llegar cuando finalicé el «pre», y me pidió que me fuera con ella para Pinar del Río. Entonces San Cristóbal era un pueblo donde la cultura comunitaria tenía una fuerza tremenda. Caí en un lugar donde existía un colectivo impresionante de pintores populares que te aceptaban sin importarles si eras profesional o no, lo esencial para ellos era pintar, compartir ideas.
«Aunque los resultados no eran muy buenos, me hallaba a gusto cuando me adentraba en todo lo relacionado con el interior del ser humano. La explicación a esa inquietud quizá se encuentre en que empecé a leer desde muy temprano —en tercer grado me había leído Las hijas de los faraones, de Emilio Salgari. Y en esa época de Pinar del Río, me devoraba, sobre todo, las biografías. Es decir, que me sentía muy atraído por las acciones de los hombres y las causas que las motivaban».
A medida que Gólgota narra una parte significativa de su existencia, uno puede comenzar a entender por qué asegura que Adolescencia es una expo que viene preparando desde décadas atrás. Tal vez a partir de que se inició en la vida laboral en una escuela secundaria básica en el campo, como profesor de Química, y comenzó a acercarse a los problemas de los muchachos y a vivir sus historias.
«Imagínate que yo tenía 20 años y los muchachos 16. Todo el tiempo comparaba la adolescencia de ellos con la mía de aquellos años 80 de El Quijote, de los hippies, de los freakies... Viví, como decíamos, una juventud libre, de paz y amor. Yo era como uno de ellos, por eso podía entenderlos tan bien».
Pero llegó el período especial y con él un amor tormentoso para Gólgota. «De esos de novelas, al estilo de Cumbres borrascosas, donde a mí me tocó ser Heathcliff. Regresé a La Habana cabizbajo y maltrecho, mas en lugar de tirarme a morir, a mi llegada me dirigí al Taller de Manero, donde había estado antes de partir hacia San Cristóbal. Manero había muerto y quienes permanecían allí eran graduados de San Alejandro. Como ya venía pintor, me integré al taller para luego entrar en dicha academia, graduarme y empezar a trabajar.
«La gente me pregunta cómo si me gradué en 1996 digo que llevo 20 años de carrera. Y es que esta se inició en 1990, cuando se inauguró mi primera exposición personal (Sueños de sombra), que se adentraba justamente en los sentimientos y las pasiones encontradas de los hombres, sus dramas..., un tema que jamás he abandonado».
Sin embargo, en el caso específico de Adolescencia sucedió que mientras Gólgota preparaba series como Sonata en óleo, Conciertos y Contemporáneos, que le tomaron cuatro años (estas sobre la música); o como Enigmas, donde se dedicó por año y medio a trabajar con el Ballet Nacional de Cuba, hacía obras sueltas que se centraban en los adolescentes.
«Existe una obra nombrada Débora, que salió en un pequeño almanaque de 2008, donde aparece una niña muy triste, porque perdió a su papá. Ella había posado vestida de uniforme y lo que al final se aprecia es una joven uniformada sufriendo por algo. Sin embargo, las personas cuando miraban el cuadro le daban las lecturas más disímiles. David Mateo, a quien al final se le ocurrió la idea de hacer esta exposición, me convidó a que explotara esa línea, justo después de haber visto ese cuadro. Pasó el tiempo y aunque me involucré en Enigmas, la idea se mantuvo latente».
—Gólgota, ¿por qué entonces Adolescencia aparece ahora?
—Este año cumplo 40, por lo cual, definitivamente, dejo de ser joven. Así que pensé que era el momento ideal para hacerle un homenaje al adolescente. Ya te conté que 1990 me convertí en profesor de Secundaria Básica y desde entonces nunca he abandonado esa enseñanza: ahora me desempeño como tal en el Centro Experimental de Artes Visuales José Antonio Díaz Peláez, pero antes en San Alejandro también enseñé a adolescentes un poquito mayores, como también laboré en el Pedagógico preparando profesores de Secundaria. O sea que el adolescente siempre ha estado conmigo. De hecho mi suegra suele decirme que soy como un niño. Y puede que tenga razón, porque no dejo que mi adolescente se me escape.
«Adolescencia es un sueño con el que he aprendido a ser persona mayor, a defender y comprender esa etapa de la vida donde todo es doloroso y crítico, donde comenzamos realmente la vida. Aprendí a descubrir en los adolescentes la magia de ser nuevo, a no imponer, a dar oportunidad. Adolescencia es como un recorrido de estos 20 años de carrera».
—En esta expo, como en las más recientes, algunos de tus cuadros dan una sensación de movimiento, de vida...
—El movimiento en mis cuadros comenzó en el 2001, 2002. Antes mi pintura era «normal». Una vez, tratando de hacer un cuadro de Kali, la diosa india, me salió una mujer con dos brazos que se movían, en lugar de la divinidad que tiene varios. Sin embargo, me resultó interesante y empecé a estudiar obras al estilo de Desnudo bajando la escalera, de Duchamp. Más tarde, hice un segundo cuadro que se llamó Oggún, pero aquí el movimiento sí lo busqué intencionalmente. Ahí se inició todo.
«César Leal trabajó el movimiento en los años 70 con los peloteros, pero yo no lo sabía. Es decir, que el movimiento llegó a mí como una necesidad, con aquella Kali que me salió mal. El renombrado muralista Siqueiros decía algo así como que la pintura de caballete es una nota de violín; y el mural, toda una sinfonía, y yo quería que mis cuadros tuvieran más de una nota, ¿entiendes? A veces el cuadro me exige movimiento, como El primer beso o Adolescencia, un cuadro muy frenético que presenta a dos muchachos jugando de manos, otras no, al estilo de El Emo».
—Esta vez entregaste al Memorial un cuadro titulado Martí, donde aparece el Apóstol envejecido...
—Es una imagen de un Martí que trasciende la muerte, un Martí que sigue viviendo. Este Martí, para el cual creé mi propia realidad, lo ideé con la ayuda del profesor Jorge Lozano del Centro de Estudios Martianos. En el cuadro el Maestro aparece como el primer presidente de la República, que ganó la guerra y no permitió la Enmienda Platt ni la injerencia norteamericana. Martí viene siendo como su retrato, donde se observa un rostro sereno, que mantiene la juventud en la mirada, a pesar de tener el pelo canoso. Es un Martí muy vivo, muy real.
—Además de Martí, creaste un Che que está en Villa Clara y se dice que es tuya la única imagen que existe de José Agustín Caballero, el padre de la Filosofía cubana...
—Posiblemente mi próximo proyecto sea una serie de esos próceres, que no son tan conocidos, como Guiteras, aunque también incluiré, por supuesto, estos cuadros de los cuales me hablas. Admiro, por ejemplo, a los próceres de la Independencia: hombres capaces de componer una bella canción o escribir una desgarradora carta de amor, y al mismo tiempo cargar al machete, como Ignacio Agramonte. No serían retratos de héroes, sino imágenes de hombres reales. Me encantaría, por ejemplo, para esa futura exposición pintar al Fidel humano, como lo consiguió Guayasamín.
—¿Y en qué paró aquel sueño de convertirte en Indiana Jones?
—Al final terminó en un amor muy grande hacia la sociología y la psicología. Ello explica que mis temas en la pintura sean de carácter sociológico y psicológico. Yo soy pintor, pero la pintura es una resultante. Todavía está dentro de mí el arqueólogo, el sociólogo, el psicólogo, el filósofo... Comprender al hombre, su actitudes, sus acciones, es mi panacea. Eso es lo que luego utilizo para pintar. En vez de escribir un tratado, pinto un cuadro.