La notable primera bailarina del American Ballet Theatre (ABT) Paloma Herrera. Autor: Internet Publicado: 21/09/2017 | 05:00 pm
A las siete en punto de la noche estaba llamando. Sentía el timbre del teléfono y aún no me lo podía creer. «¿José Luis?», escuché del otro lado del auricular, mientras la línea era atravesada por la voz dulce y musical de la gran Paloma Herrera. La notable primera bailarina del American Ballet Theatre (ABT) hablaba con el desenfado, la gracia y la sinceridad con los que borda los más disímiles personajes. De los protagónicos de Raymonda, El lago de los cisnes, La Bayadera y Coppelia, a Petit Mort, de Jirí Kylián.
Desde que surgió la idea de concebir un libro como El mundo baila en La Habana (se presentará en el venidero 22 Festival Internacional de Ballet de La Habana), el nombre de la diva argentina comenzó a aparecer cual llama aparentemente apagada que se aviva a medida que la fuerza de la brisa la acaricia. Y es que el recuerdo de aquella función que protagonizara en 1996 permanecía tan fresco en mi mente, que todavía en mis oídos resonaba la ovación provocada por su inolvidable y sensual Kitri de Don Quijote.
Pero sucede que entonces este servidor ni siquiera soñaba con convertirse en periodista. Tampoco lo era cuando Paloma previó volver cuatro años después de aquel primer encuentro. Y sin embargo, en mi interior amparaba la esperanza de que alguna vez tendría la oportunidad de conversar con quien en este 2010 festeja 15 años de estrellato en la reconocida compañía radicada en Nueva York.
Gracias a una amiga pude hallar la dirección electrónica de la señora Marisa R. de Herrera, mamá de Paloma, cuya respuesta cordial y afirmativa me puso a dar saltos de alegría. Estaba loco, pero de felicidad. Su gesto de amabilidad extrema me permitía corroborar que si la Herrera era una bailarina y una artista excepcional, dueña de una técnica impecable, se debía, en buena medida, a su humanidad y bondad inmensas. «Muchas gracias por su hermoso mail», me escribía a pesar de su apretada agenda antes de concertar la cita telefónica y agregaba: «Me va a encantar poder hacer la entrevista… Trataré de llamarlo el lunes». Y así lo hizo. El diálogo se inició con sus vivos recuerdos de su primera presentación en Cuba:
«Jamás me hubiera imaginado que el Festival se desarrollaría de esa manera: con tantos bailarines de los más diversos países seguidos por un público increíble que desbordaba las salas. La compañía, el Ballet Nacional de Cuba, era extraordinaria… Y verme allí compartiendo con figuras legendarias de la danza. Guardo un recuerdo fabuloso de las presentaciones.
«Nunca antes había estado en la Isla, que me fascinó inmediatamente por su luz, su arquitectura, su enorme cultura, pero sobre todo por su gente, que me recibió como si me conociera de toda una vida cuando bailé junto a José Manuel Carreño la versión completa de Don Quijote, y luego cuando interpretamos el pas de deux de El Corsario en la gala de clausura del Festival».
—En el 20 Festival se esperaba que Usted viniera, pero no fue posible. ¿Algún motivo en especial?
—Me quedé con ganas. En el 96 viajé como ciudadana argentina, pero esta última vez me habían acabado de dar la ciudadanía norteamericana. Aunque solicité los documentos con tiempo, me dijeron que no estarían listos. Como acababa de recibir la ciudadanía, no podía hacer algo ilegal. La verdad que fue una lástima y me dolió muchísimo no poder asistir al Festival. Estaba ansiosa por volver a vivir la experiencia.
—Con frecuencia se la ve bailar con el cubano José Manuel Carreño…
—Por principio, en el American Ballet Theatre no tenemos un partenaire fijo; no se acostumbra a conformar parejas. Por ello, aunque he bailado muchas veces con José, también lo he hecho con Ángel Corella, Marcelo Gomes… El hecho de no poseer una pareja estable me ha dado la posibilidad de compartir el escenario con bailarines maravillosos como Carlos Acosta, cuando estuvo como invitado dos años en la compañía. Todos los bailarines del ABT son excelentes. No se comportan como algunos muy egocéntricos, a quienes solo les preocupa cómo lucen frente al público. Para mí es esencial que la conexión que pueda darse entre la pareja y mis partenaires del ABT me permita entregarme completamente. En ellos encuentro siempre el eco que necesito.
Como les ha ocurrido a muchos, Paloma no tiene ni la más mínima idea de cómo la atrapó la danza. «Nadie en mi familia es bailarín ni está relacionado con ese mundo, pero mamá y papá escuchaban música clásica con frecuencia, y yo bailaba todo el tiempo en la casa. Un día le dije a mi mamá que me gustaba la danza y me mandó a un estudio de expresión corporal. Quedé deslumbrada. Me gusta mucho, le dije, pero yo quiero bailar con zapatillas de punta, quiero ballet clásico, le enfaticé como si me lo estuvieran soplando en el oído. Así que mi mamá no sabía muy bien por qué, pero me mandó a lo de Olga Ferri. Desde entonces nunca más me ausenté de las clases. Estaba enferma e iba igual. A veces salía como disparada de mi escuela primaria y corría hasta lo de Olga, donde a veces me quedaba hasta muy tarde estudiando variaciones o preparándome para un concurso.
«Era muy, muy chiquitica; sin embargo, inmediatamente supe que no sería otra cosa que bailarina. Ahora veo a niños de siete años estudiando ballet y me parecen muy pequeños, y hasta me pregunto cómo pueden con esa edad saber qué es lo que quieren, como si yo no lo hubiera adivinado desde el primer instante».
—Desde los 19 años se convirtió en primera bailarina del ABT. ¿Esperaba ese ascenso?
—El ABT siempre fue mi sueño. Cuando entré en la compañía a los 15 años era la persona más dichosa del mundo. No sé si esperaba llegar a primera bailarina o a solista. Estaba feliz porque veía que mis sueños se habían convertido en realidad. Después, todo se fue dando. En cuanto ingresé en el American me brindaron mucha confianza, seguridad… Enseguida comenzaron a ofrecerme roles. Incluso como cuerpo de baile me daban papeles de solista y hasta de principal. Es decir, que inmediatamente me percaté de que me seguían, de que me abrían muchas posibilidades. Así que a los 19 años, cuando me convirtieron en primera bailarina, ya no me sorprendió tanto, porque llevaba mucho tiempo interpretando papeles importantes.
«Admito que fue fabuloso para mí llegar tan joven a primera bailarina. Ello resultó esencial para que tiempo después yo pudiera enfrentar un personaje con más sabiduría, y por tanto, poderlo disfrutar al máximo. Asimismo he tenido, por ejemplo, el privilegio de trabajar con muchísimos coreógrafos. A veces, cuando una llega tarde a principal apenas puede desarrollarse».
—Hubo temporadas en las que usted interpretó todos los ballets completos que estaban en cartelera. ¿Sintió entonces que tenía demasiada responsabilidad encima?
—No, nunca pensé que me hubieran presionado o que me encargaran mucho más de lo que podía hacer. Siempre me sentí muy contenida por la compañía, como cuando se está en familia. Jamás sentí que no estuviese preparada para bailar obras diferentes, ni me vi obligada a violentar mi preparación con los coreógrafos y mis maestros. Por el contrario, he estado muy cómoda. Ya estoy acostumbrada a ese ritmo y manera de trabajo, y me regocija cada nuevo rol que me proponen, cada nueva oportunidad que aparece.
—Ha dicho: El ABT es la compañía que siempre había soñado… Años después, ¿ha cambiado en algo ese sentimiento?
—Sigue intacto. El ABT ha sido mi casa, mi familia, el lugar donde no he dejado de superarme y donde he podido departir con todos esos coreógrafos impresionantes. Kevin McKenzie, el director, me ha dado mucha libertad para poder participar en galas, festivales, o para irme a bailar a mi Argentina la mayor cantidad de veces posible; es decir, que McKenzie me ha permitido hacer cosas que a mí me llegan profundamente. Desde siempre, desde mi entrada, he recibido mucho cariño, y me he sentido muy apoyada y querida por mis maestros y colegas.
«Al mismo tiempo, aunque haya bailado un sinfín de veces El lago de los cisnes y una cantidad inmensa de roles, no me confío. De cualquier manera regreso a ellos y los preparo con mis maestros con total seriedad y entrega. Porque siempre hay algo nuevo que aportarles a esas obras, a mi interpretación. Sé que mis maestros me están mirando con ojo crítico y eso es muy importante. En el ABT no he dejado de progresar; jamás me he sentido estancada. Ni como profesional ni como ser humano».
—¿Se le hace muy difícil vivir alejada de su país aunque viaje a Argentina regularmente?
—Amo a mi país. Toda mi familia, toda mi gente está en Buenos Aires, que adoro. Mantengo una relación muy, muy cercana con mi público argentino; por ello intento llegarme a mi tierra al menos una vez por año para no perder ese contacto, que es esencial para mí.
«Extraño, sí, pero también llevo mucho tiempo viviendo en Nueva York, que es también mi casa ahora. Siempre tengo un pie en Argentina y el otro en los Estados Unidos.
«Debo decir, no obstante, que en otras circunstancias jamás me hubiera hecho ciudadana norteamericana. Admito que Nueva York me ha dado absolutamente todas las posibilidades y estoy superagradecida con ese país, pero yo soy argentina.
«Fue en mi país donde me formé: hice la escuela del Colón y bailé mis primeras funciones. De esas conservo recuerdos imposibles de borrar. Todavía el Cupido de Don Quijote, que interpreté cuando tenía apenas diez años, está muy fresco en mi mente. Mi gratitud será eterna para mi país, mis maestros, el teatro Colón y su Instituto Superior de Arte… Por eso no puedo perder nunca ese intercambio con mi público».
—Lleva más de 20 años en el escenario. ¿Cómo ha podido mantener esa pasión que no se agota?
—No lo sé, pero es la misma pasión del principio. Por eso trato de sacarle el jugo y aprovecharla, e intento ser un buen ejemplo para las nuevas generaciones. De hecho, no puedo entender cuando los más jóvenes no son tan pasionales con lo que quieren. No lo entiendo porque yo nunca fui así. Pero, bueno, cada uno enfrenta su carrera como quiere, como puede, como lo siente. En mi caso es fundamentalmente la pasión que uno le pone a su trabajo.