Jesús Lara junto a una de sus magníficas piezas. Autor: F. Coppola Publicado: 21/09/2017 | 04:57 pm
Estaba en Europa cuando la naturaleza sacudió brutalmente a Haití. La conmoción que sintió Jesús Lara Sotelo fue tan enorme, que se quedó sin habla. «Me encontraba muy lejos de Cuba y a la nostalgia por mi familia, por mi gente, se unió un sentimiento de profundo dolor por lo que vivía el pueblo hermano y una preocupación por aquel desastre que sucedía tan cerca de mi Isla y las posibles réplicas en el oriente del país. Así salieron los primeros trazos».
La fiebre creadora de entonces abrazó tan intensamente a Lara que empezó a gestar imágenes y más imágenes. «Mientras más veía y leía en la prensa y por Internet, más se alimentaba el ansia de seguir pintando». El resultado fue Haití es otro Guernica, un impactante mural instalación que por estos días se exhibirá en la Basílica Menor del Convento San Francisco de Asís como parte de la extraordinaria exposición Made bacon (Hecho carne) que el reconocido artista de la plástica dejó inaugurada este viernes.
—Lara, ¿por qué ese título?
—En su obra Guernica, Picasso hace una condensación de lo que significan el dolor humano, el desgarramiento de la sociedad y los efectos de la guerra. Nos dejó un legado histórico a partir de lo que sucedió en esa región arrasada por los nazis. Tomé todo ese cúmulo sentimental, esa angustia concentrada en una obra artística, y lo traspolé al siglo XXI en el que no han cambiado muchas cosas en materia de guerra, de sufrimiento, de exterminio masivo, de destrucción de la naturaleza y del entorno.
«Cuando comencé a pintarlo aún no estaba la idea de hacer un mural. Solo quería aliviarme y calmar mis preocupaciones dibujando. Mi arte era la única manera que encontraba de solidarizarme con un país que ya estaba devastado económicamente, inmerso en una pobreza inadmisible. Con Haití es otro Guernica intento hacer conciencia de que la ayuda internacional no puede únicamente socorrer en el momento de la catástrofe mientras dure la campaña mediática y la publicidad, sino que debe mantenerse o de lo contrario la nación caribeña se sumirá en un grado más profundo de miseria y de olvido. El mural también muestra nuestra vergüenza por el modo irracional como el hombre dirige el mundo.
«Esta exposición es un desgarramiento total de mi personalidad. Puedo confesar que buena parte de las obras las concebí llorando (literalmente). Las sufrí mucho, quizá por ello son más auténticas. Uno tiene que vivirlas, padecerlas y luego soltarlas de la mejor manera posible. Y creo que sí, que hubo un antes y habrá un después de Made bacon porque refleja la condición humana ante una situación límite, de choque, de convulsión. Como ha dicho nuestro líder Fidel estamos en un momento en el que el hombre necesita cambiar radicalmente, pero ya no hay tiempo para ponerse a pensar. El cambio debe ser inminente, puesto que la destrucción también lo es.
«En Made bacon, curada por Píter Ortega, donde presenté también mi libro Mitología del extremo (con prólogo de Rufo Caballero) y la multimedia revisada y rediseñada Ascensión al Himalaya interior, está todo lo bueno y malo que soy. Está toda mi percepción del mundo y la que tengo de mí dentro de él. Aquí estoy: al desnudo. Sencillamente en Made bacon no hay términos medios ni medias tintas, aquí me muestro tal y como soy, sin ningún tipo de temor».
—Son muchos los cuadros «crudos», duros, que golpean, como si estuvieras lleno de pesimismo...
—No me siento pesimista para nada. La persona optimista no es la que ignora lo que sucede a su alrededor, sino aquella que mantiene su capacidad crítica para poder ayudar a crear nueva conciencia sobre el problema. En momentos difíciles las propuestas tienen que ser contundentes. En Made bacon se puede ver una visión desgarrada del mundo a partir de lo que observo, pero no a un Jesús Lara pesimista y escéptico. Estas obras solo son un llamado urgente de atención, porque los seres humanos estamos dispersos en otros asuntos que quizá no son tan importantes.
«Ahora vuelvo a recordar a Picasso cuando le preguntaron por qué había pintado su Guernica, a lo cual respondió que no había sido Picasso sino los alemanes. Él solo lo reflejó. Eso es lo que sucede con esta exposición. Si hubiese que ponerle ese apellido a algo es a la realidad, no a mí. Sencillamente soy un artista que trata de echar afuera lo que me quema por dentro. Las piezas, obviamente, tocan aspectos muy fuertes de la condición humana, a fin de cuentas responsable de que la Tierra sea un lugar incierto e insostenible.
«Nos corresponde hablar claro, hacer que la honestidad ocupe el primer plano y sea protagónica. Esa debe ser la función de un artista que marche con el tiempo en que vive».
—¿Cuál debe ser el papel del artista de la plástica: reflejar la dura realidad o buscar la belleza a toda costa?
—No ya solo el artista, un ser humano tiene una responsabilidad enorme con el tiempo en que vive, como ciudadano y como hombre. Como artista tiene doble responsabilidad, porque le toca crear conciencia a través del arte, estimular a la gente, invitarlas a reflexionar. Por supuesto que la belleza no está separada de ello. Se trata de decir con contundencia, pero con belleza. Solo así una obra será rotunda.
«¿Cuál es el papel de un artista?, me pregunto: ¿Acumular dinero y engordar su ego y su vanidad artística? No: es brindarle un servicio a los demás, contribuir a que todos seamos, como dice Silvio Rodríguez, un tilín mejores. Cuando presta ese servicio el artista crece. No es que yo sea dramático, pero pienso que no ver las cosas de esa forma es como echarse arena en los ojos».
—Hay una tendencia a realizar obras en grandes formatos como si el tamaño fuera sinónimo de calidad. En Made bacon encontramos diferentes dimensiones. ¿Cómo eliges el tamaño de tus obras?
—Cuando estuve en Francia un crítico de arte me preguntó cuándo me planteaba un cambio de estilo para enfrentar un tipo de obra en particular, y yo le respondí que los estilos solo son posibilidades creativas. Nunca he cambiado de un estilo a otro porque ha estado de moda. Jamás he querido hacer una residencia en los estilos, nunca me he propuesto estar en ellos, simplemente me he planteado ser lo más auténtico posible conmigo mismo y con mi tiempo. Le comentaba también que una obra no se elige por el tamaño, sino por la envergadura emocional, sentimental e histórica que lleva implícita. Es cierto que algo que contiene una carga emocional grande se puede condensar en un cuadro pequeño, pero ¿entonces por qué he hecho una obra como el mural, por ejemplo? Porque precisamente la magnitud del evento me lo pide a gritos. Pero una obra nunca debe medirse por su tamaño. Conozco piezas excelentes e insuperables que son miniaturas. Es decir, el tamaño lo elige la capacidad, el momento, la necesidad que tenga de expresarme. Un mural puede llevar diez metros, quedarse inconcluso y tenerlo que completar con fotografías o con poesía, que también la escribo. Más que el tamaño, lo esencial en unas obras será siempre comunicar, interactuar, romper códigos y reconstruirlos.
—En tu caso, los nombres de las piezas son obras en sí mismas. ¿Es el título el que te da la obra o viceversa?
—Puede funcionar de muchas maneras. Para mí el proceso de encontrar el título es muy divertido y me doy la plena libertad de jugar, de gozar con lo que estoy haciendo. El título puede llegar antes, en el medio o al final. Eso sí, cuando comienzo un proyecto expositivo debo tener muy claro el sentimiento general que lo guiará, el sustrato de la exposición. Luego los títulos son sencillos. Muchas veces sucede que se determinan fríamente a partir de que se parece a una cosa o deja de parecerse a otra. Yo trato de asumir una dramaturgia como poeta que soy; un hilo conductor, una historia que se cuente a través del título que no necesariamente debe expresar lo que está directamente en la obra.
«Sobre todo me interesa provocar, inducir al espectador a la polémica cuando se detenga delante de mi obra, que se enfrente a la posibilidad de encontrar varias lecturas, que pueda llegar por diferentes vías a una “verdad”».
—No es muy común que un artista de la plástica se desdoble en escritor...
—En estos últimos años ha sucedido que los artistas se desarrollan en diversas manifestaciones. Así por ejemplo Albertico Pujols pinta, Amaury Pérez escribe novelas y cuentos... Es un tipo de creador multifacético. En mi caso particular la necesidad de cambio, de investigación ha estado siempre. Quizá como ahora doy a conocer esas otras vertientes de mi labor, se pudiera pensar que estoy tratando de hacer muchas cosas. Y no es así, comencé a escribir alrededor de los 16 años, a pesar de que lo que más me mueve son las artes visuales, que se apoderaron de mí desde que tenía cuatro años. A los cinco estudié piano, pero cuando mi mamá vio todas las partituras dibujadas decidió pasarme a la pintura y hasta el sol de hoy.
«En realidad, mis poesías iniciales nacieron a los 14, pero la escritura en serio empezó, como ya te dije, desde los 16, cuando descubrí a los clásicos: Víctor Hugo, filosofía alemana, Martí..., gracias a un gran amigo, Eladio Reyes (el primer dramaturgo ciego y licenciado en teatrología de América Latina), a quien dedico Mitología del extremo. Por ese descubrimiento empecé a hacerme preguntas. La filosofía me las daba pero yo necesitaba asumirlas y plasmarlas de alguna forma. En mí se tradujo en pintura y en literatura: poesía, ensayos y aforismos como los que aparecen en Mitología del extremo. Todos son míos, no los he sacado de ninguna parte, así que el libro es una selección, con la ayuda de Rufo, Roberto Zurbano y Ernesto Sierra, de un poco más de 700 de más de 1 500 concebidos durante 20 años de escritura».
—¿Entonces a los cuatro años comenzaste a pintar?
—La primera palabra que aprendí a pronunciar, por extraño que parezca, fue «piz» y quería decir lápiz, porque mi mamá siempre fue amante de la artesanía y se pasaba la vida dibujando. Uno de mis primeros dibujos o garabatos fue una mujer embarazada, yo no había reparado en el detalle hasta que el año pasado mi mamá me mostró los dibujos de aquellos años, lo que demuestra que el hombre siempre ha sido el centro de mi quehacer. Sobre los siete, vi en la Bohemia una ilustración de Picasso y me dije: yo quiero hacer esto. No sabía de lo que estaba hablando. Con el tiempo supe quién era Picasso, lo que me gustaba. Lo curioso es que, con el paso del tiempo, he hecho tantas cosas que me he convertido en Jesús Lara.