La Orquesta Aragón. Autor: Roberto Ruiz Espinosa Publicado: 21/09/2017 | 04:55 pm
¿Cuánto puede marcar la fuerza de una imagen anterior a un grupo que se renueva con el paso del calendario? ¿Se supera el pasado o se vive en él? Rafaelito Lay ya se ha respondido esas preguntas. Hace más de dos décadas que guía la Aragón. Siente que está listo para hablarlo.
Las manos y las ideas de Lay han moldeado los sonidos de la agrupación durante más de cuatro lustros, de los 70 años que celebra la charanga eterna.
«Nos han aceptado», dice resuelto. Sabe que es parte de esa segunda generación de músicos que recibió de la primera una joya dorada, un símbolo de música popular bailable.
Ha sido un camino lento, pues era inmensa la huella que dejaron Richard Egües, Pepe Olmos, Felo Bacallao, su propio padre… «Fue un impacto grande para la gente cuando ellos no estuvieron. Llegó un momento en que las personas, tanto de Cuba como del extranjero, preguntaban: “¿Quiénes son estos?”.
«Nos sucedió a inicios de los años 90. Éramos la generación desconocida. Había que dar tiempo», señala el artista, como si estuviera a la espera de la interrogante.
La transición no fue a lo «toma chocolate y paga lo que debes», como reza la canción que tanto han popularizado. Ambas generaciones tenían en común el deseo de la continuidad, de ser parte de la historia de la agrupación.
«La orquesta tiene un gran trabajo en la actualidad. Nunca hemos perdido el estilo. Y si nos faltara algo, sería superar el desconocimiento que sobre nosotros aún existe en el auditorio», asegura.
En ruta
Fue en 1982. Lay atravesaba un año duro en lo personal; sin embargo, no podía esquivar ese reto que imponía la historia anterior del grupo: «La voz de Pepe Olmos era inconfundible y hay muchos mitos al respecto, pues lo seguía mucho el público femenino. A veces tenía que escaparse de las fiestas porque había unas cinco mujeres esperando por él.
«Richard llegó en un momento en que la orquesta estaba imponiéndose en La Habana. Fue clarinetista de la banda municipal de Las Villas. Sabía de pianos y se dedicaba a afinarlos. Sin dudas, tenía una particular manera de tocar la flauta de madera.
«Bacallao entró cuando la Aragón ya era famosa. Tenía muchos seguidores. Incorporó una forma personal de bailar. Siempre confesaba que no era muy diestro, pero que las circunstancias lo hacían inventar los pasillos.
«Mi padre dirigió el grupo desde 1948. Ese estilo Lay, como algunos también identificaban la musicalidad de la agrupación, siempre se mantuvo, porque él estudiaba e integraba lo que pudiera ser positivo para la Aragón. Era seguidor de la música clásica y, sobre todo, fue muy disciplinado y respetuoso con la gente que disfrutaba de los conciertos».
—Ustedes han tenido una relación especial con la radio.
—Ha sido un factor primordial. La Aragón prácticamente se funda en la estación radial de Cruces, adonde asistió por varios años todos los domingos.
«Radio Progreso es el punto de nuestro aglutinamiento. Se llega a La Habana gracias a esa emisora. Se hacía un programa allí, de lunes a jueves, que tenía muchos admiradores y abrió las puertas para varios contratos de trabajo. Desde la primera actuación en Progreso, la orquesta fue un escándalo».
La charanga ahora
¿Le falta popularidad a la Aragón en la actualidad o pasa inadvertida entre los más jóvenes? Rafaelito Lay deja bien claro que es lo segundo. La razón es sencilla: «No se conoce lo que fue y es la agrupación».
Cuenta que hace unos años, cuando visitaron a Trinidad, se les acercó un joven de 22 años y les confesó que era la primera vez que los veía en vivo. Causó un impacto tremendo en ellos.
«En lo personal, divido a los de una misma generación por lapsos de cinco años —hay quien agrega más—, y siento que cada día son más las personas que no han disfrutado de una presentación nuestra. Son ellos los que se nos quedan. Quizá tienen, en el mejor de los casos, una vaga referencia de lo que somos».
—¿Cómo llegarles entonces?
—No depende de nosotros del todo. Deben darnos otra imagen cuando nos presentan y no decir «la legendaria». Porque el poco público relativamente joven que nos va a ver ahora, afirma que asiste porque sus padres le contaron que vivieron la época de oro —la década de los 50— de la orquesta, y sienten curiosidad.
«A veces nos preguntan: “¿Por qué no actúan en la Casa de la Música?”. Entonces los productores, o quienes se encargan de ello, explican: “Nos parece que ustedes no caben allí” o “Ese sonido no es para estos lugares”.
«Es un error. Tienen una idea equivocada de lo que hacemos y hay que irla cambiando. Porque cuando la gente va a un concierto nuestro, comprueban todo lo contrario».
—¿Es que pasaron del chachachá y los danzones, a los ritmos de ahora?
—La agrupación está preparada para todo tipo de música. Nuestro repertorio es para el lugar donde estemos. Nos dicen la orquesta «todoterreno». No tenemos fronteras y, olvídense, que al empezar el concierto, todo se prende. Son muchos los años de experiencia.
«Les digo a los muchachos de ahora: “No se aburrirán cuando nos escuchen. No van a encontrar la música de sus tatarabuelos”. Condicionamos el espectáculo para que los bailadores se sientan complacidos y podemos responder a las expectativas de todos.
«En nuestras canciones no hay estridencias, y los textos son entendibles. Si utilizamos alguna «jerga» popular, tratamos de que se comprenda. Porque de ello adolecen las letras de la música bailable en sentido general, aunque hay sus excepciones. Se abusa un poco de los dicharachos cubanos, y a veces cuando cantas fuera de la Isla, la gente no entiende».
La mirada lay
Rafael Lay nació en La Habana. Igual sucedió con sus cinco hermanos. Su mamá era del Escambray y su papá cienfueguero. De la tierra de su padre procede la Aragón. Todos pensarán que fue este último el mentor de Rafaelito. Pero no, él y sus hermanos se prepararon en la escuela de música.
«Musicales sí somos, porque mi padre hubiera sido el primero que nos hubiera sacado del colegio si no lo éramos», asegura. Lay hijo se graduó de violín en la Escuela Nacional de Arte. Y aunque confiesa que no era muy estudioso, todo fluía a su manera. «Eso le preocupaba mucho a papá. Cuando escuchaba mis prácticas en casa, solo decía: “Debes tener cuidado con esto o aquello”.
«Eso sí, cuando consideró que ya estaba listo me invitó a conciertos de la orquesta, presentaciones en la radio y grabaciones de discos. Tendría por esa fecha 14 años».
Ahora es Rafaelito quien guía a 14 músicos en escena. Como su progenitor, mantiene a la flauta como único instrumento de viento en el grupo, el cual le aporta ese matiz de charanga a la agrupación. No obstante, el artista experimenta con nuevos ritmos, sin perder la línea de sus predecesores.
«Los cambios que introdujimos los de la segunda generación en la orquesta, fueron graduales. Encontraron la resistencia de las discográficas. Cuando se mostraba algo diferente a lo hecho por la orquesta, era inaceptable. A tal punto que nuestro regreso a las grabaciones en la Isla fue en 2008, gracias a Producciones Colibrí, que nos editó el disco Sonido de siempre.
«La EGREM nos hizo un álbum doble por los 50 años en 1989 o 1990. En el 91 volvimos a los estudios, pero ese volumen, hecho con otros conceptos musicales, nunca salió. Quisimos darle más protagonismo a Justo Emilio Rueda —un muchacho joven—, frente a Bacallao y Pepe, que ya estaban mayores.
«Todo fue sin dejar de hacer las cosas tradicionales de la orquesta. Los temas funcionaban bien y solo se editaron en casete. Pero en disco no salió en Cuba, aunque sí en Estados Unidos y no sé ni cómo.
«A partir de ahí comenzamos a grabar en Venezuela, México, Colombia… Con Lusáfrica, una compañía disquera francesa, hicimos Aragón en ruta, La charanga eterna y Quien sabe, sabe. Los temas impresos pertenecen al acervo musical cubano; sin embargo, es un producto foráneo. Nos tardamos casi 20 años en entrar a los estudios de nuestro país. Aquí solo se publicaban compilaciones».
Lay piensa que en gran medida esas creaciones acumuladas los alejaron de la escena nacional. Pero no pierden tiempo y ya ven cómo funciona Sonido de siempre.
«Ya se conocen los temas. Los tocamos en todas partes. Te comiste el mango, Lo que tiene ella —que la gente lo nombra La caperucita— y Qué le pasa a Lulú, son algunos. Unos están escritos por mí o por Lázaro Dagoberto (violín), Orlando Pérez (pianista) y otros integrantes del grupo. En todos se habla de la cotidianidad».
—¿Y El bodeguero, Nosotros…?
—¡Ah!, pero esos son nuestro pasaporte. El bodeguero es nuestro «cha» más internacional. La orquesta se ha caracterizado por versionar títulos conocidos del repertorio nacional y por eso se nos ha apreciado mucho.
«Cachita, Nosotros, Noche azul, Sabrosona y Desde el silencio se han convertido en nuestros clásicos. También buscamos canciones ya conocidas por otros artistas y las adaptamos al sonido nuestro.
«Así nos sucedió con el disco Cuba le canta a Serrat, donde interpretamos No hago otra cosa que pensar en ti, que muchos decían que parecía un número escrito para la Aragón. En nuestro próximo fonograma saldrá una versión de Aquellas pequeñas cosas, del mismo autor».
Setenta años. ¿Qué diría Gardel?
¿Qué y quiénes sostendrán a la charanga eterna en las próximas siete décadas?, le pregunto a Lay en esa mañana de miércoles en que visitó JR para hablar del mayor proyecto profesional de su vida.
Está seguro: «Van a continuar escuchándonos. Me imagino que los soportes cambien. No sé dónde estará la música, pero tengo la certeza de que la Aragón va a ser bien acogida. De momento, esta generación tiene material para trabajar diez o 20 años más. Hay fuerza y muchos motivos».
Ya imagina cómo celebrarán los 80 años: «Deben ser como nuestro aniversario 50. Quizá, para ese momento, haya una avanzada de lo que será la tercera generación».
Mientras, Lay y su grupo congenian pasado y presente en el mítico Salón Rosado de La Tropical, cada primer y tercer domingos del mes. Allí, como en los escenarios internacionales, baten sus propios desafíos musicales y colorean el destino de la Aragón actual.