Fotograma del documental Arquetipos de Raydel Araoz. Autor: Juventud Rebelde Publicado: 21/09/2017 | 04:54 pm
Ningún espectador cubano, interesado seriamente en conocer las palpitaciones vitales del audiovisual en nuestro país, debiera creer que la Muestra (como todavía escucho expresar a algunos sin reparo) es un evento ajeno, amateur, medio fortuito, improvisado o irresponsable. Pero voy a tratar de eludir el absolutismo. Se puede opinar lo que se desee sobre la Muestra y sobre cualquier otro asunto humano o divino, pero cuando los argumentos provienen de la ignorancia, el abroquelamiento, el sectarismo o el espíritu retardatario, se incurre en altísima probabilidad de error. Y basta revisar los catálogos de virtudes, propuestas y senderos esbozados en la novena edición, y en las ocho anteriores, para convencer al más reacio de que el cine cubano cambió, para mejor, desde que existen estos encuentros y concursos. Y aparecieron obras amparadas en el dinamismo, la frescura, la necesidad de expresar, el imperativo de tocar las puertas o incluso derribarlas.
«La juventud experimenta un placer increíble cuando ve que empiezan a fiarse de ella y a dejarla participar en las cosas serias», como asegura Fenelón en La educación de los jóvenes, porque, además, quién puede garantizar que la madurez o los muchos años resulten garantía absoluta de sabiduría, temperancia y responsabilidad. Y siempre alienta recordar que contaban 20 y unos pocos años Orson Welles cuando hizo Ciudadano Kane y Humberto Solás cuando terminó Lucía. Por supuesto que cuando se tiene menos edad uno está en mejores condiciones de negar y de libremente opinar, a veces irresponsablemente, pero siempre desde la franqueza y el espíritu progresista.
En El jardín de Berenice, de Maurice Barrés, encontré un fragmento que siempre me pareció ilustrativo, igual cuando tenía 27 años que dos décadas después, cuando todavía me lo sigue pareciendo: «Negar muchas cosas a los 20 años es signo de fecundidad, y créame usted que bien poca simpatía me inspiran los jóvenes que no principian la carrera de la vida renegando. Si nuestra juventud aprobase todo lo que nuestros predecesores edificaron, ¿no reconocería así, de un modo implícito, la inutilidad de su venida al mundo?».
Y varios realizadores noveles confirman el signo de la negación típico de la edad del más poderoso idealismo, de los deseos fecundos y de la impaciencia por (com)probarlo todo.
Cuando mi lector se encuentre con este artículo probablemente la Muestra habrá concluido o estará en sus postrimerías. Me gustaría sugerirle a ese lector ideal, que todavía puede escuchar, y hasta confiar en que algo nuevo y positivo puede ocurrir en una película que carece de cualquier aval, mantenerse al tanto de varias obras que han generado rumor, más allá de algarabías y fabulaciones inoportunas. Sobre todo de los documentales, que están adquiriendo una cualidad crítica y polémica que suscribe las mejores tradiciones de la vanguardia histórica en ese género.
Tengo mis preferidos, por supuesto, y desconozco por completo si coincidirán o no con el veredicto de los jurados, pero seguramente le será de inmenso provecho, a cualquier espectador interesado en saber cómo era Cuba a finales de la primera década del siglo XXI, acercarse, desprejuiciadamente, a ciertas obras exhibidas, o validadas, por la Muestra.
Sé que el número es excesivo, pero con tal de abarcar las principales tendencias en juego, y que mi lector disponga de un abanico de opciones entre las cuales pueda elegir, ahora o cuando vuelvan a programarse estas obras, relaciono los diez documentales más impactantes de la Muestra. Y créame que sé lo que digo cuando utilizo el adjetivo «impactante». Las enumero a continuación, en orden de preferencia, y sépase que tal ordenamiento es solo una coartada para motivar a quienes decidan confiar en la utilidad de tales jerarquizaciones: El mundo de Raúl (Jessica Rodríguez y Zoe G. Miranda), Habanaver.t.a. 31 kb/seg (Javier Labrador y Juan Carlos Sánchez), Eso que anda (Ian Padrón), La marea (Armando Capó), Monólogo (Ángel Luis Bárzaga), Revolution (Mayckell Pedrero), Que me pongan en la lista (Pedro Luis Rodríguez), Voces de un trayecto (Alejandra Aguirre), Ghabbana Men’s Revolution (Reynier Valdés, Aylée Ibáñez, Daleysi Moya y Yanara Mauri) y Arquetipos (Raydel Araoz). Me permito añadir, porque así lo merecen, dos reflexiones muy agudas sobre la familia como institución, sus crisis y la confirmación, o no, de sus valores: La tarea (Milagro Farfán) y Bajo el mismo techo, dirigidas respectivamente por las egresadas de la Escuela Internacional de Cine y Televisión, Milagro Farfán (de Perú) y Talía García (de México).
La selección incluye diez de los no digo yo mejores, sino más sugerentes, controversiales, aportadores y afacetados documentales que he visto en estos días de Muestra. Sobre la ficción comentaremos en otro momento.
Estos son documentales de riesgo y compromiso con los personajes y con el tema. Sus directores se ven dispuestos a llevar la observación hasta los últimos resquicios quen permita la ética y el compromiso con la verdad.
Debe añadirse que, por si fuera poco, exploran y manipulan, libremente, los más diversos convenios del documental, ya sea la voz en off o la entrevista directa, los grafismos, el acercamiento naturalista e intencionado a la realidad, la revelación conflictuada, la observación sociológica del cinema verité, o la incursión en los terrenos de la ficcionalización y la puesta en escena.
Las diez obras antes mencionadas fueron materializadas por un grupo de realizadores y realizadoras —más que cumplir con la retórica del género hago la distinción porque ellas están, por primera vez en la historia del cine cubano, palmo a palmo con los varones— interesado en el discernimiento que complejiza la realidad, en la búsqueda de cuestionamientos que indaguen y preguntas que promuevan debates.
Además del punto de vista nítido y problemático, que promueve la mirada expectante característica de los mejores documentales que en el mundo han sido. Todo ello implica riesgos, y los títulos propuestos a veces expresan un regusto transgresivo que no siempre significa pasaporte a la trascendencia. De acuerdo. Pero se hace camino al andar. Abriendo veredas, e inaugurando ventanas está la Muestra. Ojalá siga estando por mucho tiempo.