En los últimos meses, la presencia de los dramaturgos cubanos que han conseguido motivar a directores y público ha crecido considerablemente. Y entre los estrenos más recientes se cuenta una pieza casi olvidada de José Ramón Brene: Escándalo en la trapa, llevada a las tablas por Tony Díaz con la Compañía Rita Montaner.
Estructurada como una retrospectiva, Escándalo... pone sobre el tapete la historia de una singular mujer. Enriqueta Fáber trueca su identidad y, travestida como un hombre, consigue abrirse paso a golpe de voluntad y talento, en medio de una sociedad patriarcal y misógina. En su lecho de muerte, confiesa la verdad. Y es esa revelación la que nos entera de sus avatares en la primada villa de Baracoa, en el ocaso de la segunda mitad del siglo XIX.
Amores contrariados, racismo, abusos de poder, bajezas humanas, la eterna lucha entre lo masculino y lo femenino, son algunas de las subtramas que vertebran la pieza de Brene, quien siguiendo la pauta romántica enfatiza el hecho de que el personaje que transgrede las leyes y la moral es precisamente a quien le asiste la razón y resulta un lúcido y empecinado defensor de la justicia. Ese es uno de los mayores atractivos de un texto que se explaya innecesariamente en una panfletaria y, en términos dramáticos, poco elaborada defensa de la mujer, defecto de la obra sabiamente corregido en la versión.
Enriqueta Fáber es una mujer fuera de época, un «ave rara», una de esas criaturas que tanto atrajeron al autor de, entre otras obras, Santa Camila de La Habana Vieja y El gallo de San Isidro, donde la ironía y el agudo sentido crítico describen una parábola y, supuestamente hablando del pasado, realiza un certero análisis del presente.
La puesta en escena de Tony Díaz seduce a causa de una propuesta poco común, y que tiene como centro el vestuario diseñado por Eduardo Arrocha, confeccionado por Alfredo Calvo y Tirso Sánchez. El atuendo, elaborado a base de papel, obliga a los intérpretes a adoptar una gestualidad y una cadena de movimientos típicamente guiñolescos. Entre piruetas, desplazamientos, argumentos y poses, Díaz consigue develar el verdadero rostro de una sociedad obsoleta y decadente, lo que constituye un mérito del montaje.
Las luces del mismo director subrayan el aura enrarecida y hasta ridícula que envuelve a tan retrógradas criaturas. La música, creada originalmente por Alejandro Padrón y Julio Montoro, enfatiza los acontecimientos más significativos, caracteriza y hasta comenta la acción.
La concepción de un ámbito y un lenguaje corporal, la atinada utilización del especio escénico, la inteligente versión de Lilian Susel y, en sentido general, la organización de los diferentes aspectos del espectáculo, convierten a Escándalo... en una de las mejores ofertas de la Compañía Rita Montaner que este crítico haya disfrutado en los últimos tiempos.
La labor del elenco es dispar. Lenguajes diversos, grados de experiencia diferentes, ingenuidades y aciertos, confluyen en la faena de los actores. Fuerza y adecuada presencia distinguen la labor de Sarahí Viñas, que comparte el protagónico con el debutante Alejandro Milián, quien se desenvuelve con dignidad. Con esta dualidad de intérpretes, el director solo consigue enturbiar la historia, hacer que el equívoco tome otro rumbo y contribuir a que se esfume el elemento transgresor aportado por el disfraz.
Otro desempeño que sobresale por su sobriedad y el empaste con el tono de la obra es el de Jorge Luis de Cabo. Andrés H. Serrano caracteriza a Buenaventura a partir de referentes campesinos, apelando a la dinámica de la controversia y bordeando la caricatura. Delso Aquino no alcanza a satisfacer con un Pablo carente de los arrestos y la energía demandados por el personaje. Claudia Amuchástegui no transmite ni las contradicciones ni el terror que acosan a su criatura. Eduardo Fernández carece del ritmo adecuado, confronta problemas de dicción y no llega a convencer en su desempeño.
No obstante, es este un escándalo que apresa por la vigencia del tema, la agudeza crítica con que el dramaturgo enfoca la historia y, muy particularmente, gracias a la belleza de la propuesta visual.