Foto: Pepe Murrieta Luego del montaje de Cabaret, Tony Díaz volvió a la carga al llevar primero a las tablas de la sala Adolfo Llauradó, de la capital, y luego a otros territorios del país, un texto de Ulises Rodríguez Febles. Huevos resultó el título escogido en esta ocasión por el líder de Mefisto Teatro, quien se inclinó de nuevo por dotar al espectáculo de un palpable acento musical. El estreno mundial de la pieza del destacado dramaturgo matancero puso en evidencia la vocación escrutadora y cívica que anima su obra.
La trama de Huevos se ubica en dos momentos clave de nuestra historia, que se alternan para trenzar un argumento donde convergen constantemente. La visita de un joven que emigró junto a sus padres en 1980, es el detonante de la acción. Las interrogantes que él se plantea y sus propios actos, le permiten al autor concebir una fábula analítica. En lugar de un enfrentamiento polar e irreconciliable entre los personajes, lo que aquí le interesa es someter a discusión conductas del pasado que repercuten sobre el presente.
Quien regresa —en medio de la precariedad acarreada por la desaparición del campo socialista— es el miembro de una familia atomizada e incomunicada. Matizado por un visible coqueteo con el melodrama, combinando la discusión frontal y valiente de conflictos archivados, pero no resueltos, con la ironía y la suspicacia, apelando a un lenguaje directo y claro, Rodríguez Febles concibió un texto, cuya virtud esencial radica en el hecho de esclarecer y reflexionar en torno a aspectos en apariencia olvidados, pero que es preciso zanjar.
Tony Díaz asumió esta obra en la cual el debate de ideas deviene columna vertebral y trató de aligerarla a partir de la alternancia entre el canto y el diálogo. Desde la perspectiva más ortodoxa, Huevos no es un espectáculo musical, sin embargo, el director se valió de la música y el canto para dotar a su propuesta de un empaque que lo emparienta con el gustado género. En lugar de una escenografía convencional, prefirió auxiliarse de la proyección de imágenes alusivas a los acontecimientos sometidos a debate; elementos estos de marcado carácter documental que intercaló, imprimiéndole así dinamismo al montaje.
Aspectos de interés en el espectáculo lo constituyen la música de Jomary Hechavarría y los diseños de vestuario y maquillaje de Mailing Álvarez. Hechavarría forjó una partitura que tiene muy en cuenta la naturaleza del acontecer, la necesidad de aportar timbres y sonoridades contemporáneas y las propias características y limitaciones de los intérpretes a la hora de acometer el canto. Alonso evidenció la pertenencia a uno u otro de los bandos en pugna a partir de señales o máculas visibles en los atuendos, la sugerencia o la denotación de texturas y colores que recuerdan al fango, y que marcan la piel o el rostro de varios de los involucrados.
Para casi todo el elenco, los acontecimientos fabulados no son vivencias sino historia, lo cual se debe a la juventud de sus integrantes, quienes son capaces de entonar, e incluso cantar, con afinación. Entre ellos llama la atención el desempeño de Enrique Estévez, quien se apoya en una gestualidad gráfica, las posturas y la máscara facial, para dar muestras de convicción y fuerza. Yaité Ruiz se mueve con soltura y naturalidad, al tiempo que encuentra una entonación y un peculiar modo de andar, que aportan cierta nota humorística.
Interiorización de los encontrados sentimientos que asaltan a su personaje, concentración y creencia, distinguen la faena de Rayssel Cruz. Hedy Villegas labora con sinceridad y mesura, transparentando las contradicciones de una criatura que ha sido víctima de las circunstancias. Energía, buena voz y capacidad para convencer, animan la interpretación de Alejandro Milián; en tanto que Alianne Portuondo resulta digna en su desempeño, pero no se aprecia el nivel de interiorización que demandan tanto la situación como el rol que asume. Sofía Elizarde no defiende con suficiente pasión sus puntos de vista, su trabajo lo lleva adelante como en sordina, lo cual, indudablemente, le resta méritos. Si bien es cierto que Jorge Luis Curbelo no ha madurado suficientemente su concepción y proyección de Oscar, también lo es que asume sus tareas con vigor e intensidad. Fran Egusguiza representa su breve papel con espontaneidad y brío.
Al estrenar Huevos, Tony Díaz reiteró su preocupación por abordar con lucidez y sentido crítico tanto las circunstancias en las que interactúa como la propia historia. Errores, presiones, atavismos del pasado y sus negativas consecuencias en el presente, estuvieron en su punto de mira. Precisamente ese es el mayor mérito de un espectáculo que si bien no se encuentra dentro de lo mejor de su producción, sí constituye un momento de interés dentro de nuestro panorama teatral.