Desintegrada por varios años, la compañía reaparece con Malson, una creación que nos obliga a seguir su trama tentadora y de buen ritmo
DanzAbierta ha vuelto sobre sus pasos fundacionales. Ha costado trabajo, pero finalmente está de regreso. La compañía, que en 1988 fundara Marianela Boán, se quedó a la deriva hace unos años, porque la coreógrafa le dio otro rumbo a su trabajo, un cambio que ya estaba necesitando.
Marianela instituyó DanzAbierta como una compañía de autor, para desarrollar en este pequeño laboratorio sus inquietudes como creadora, que en un momento determinado no se sostenían entre las paredes de Danza Contemporánea de Cuba, espacio donde creció como artista. Con DanzAbierta, la Boán puso sobre los escenarios cubanos obras que hoy son fundamentales para la danza de este país. Siempre habrá un antes y un después de Marianela Boán, porque ella sigue siendo la coreógrafa de la danza cubana, su ejemplo más acabado, su sello integrador. Por eso, para la actual DanzAbierta, Marianela Boán es punto de referencia y no de comparación.
Luego de probar diversos rumbos y no pocas contradicciones internas, Guido Gali, director asistente de Marianela, ha logrado darle una nueva imagen a DanzAbierta, donde Malson —creación más reciente— ha sido determinante. La pieza lleva el crédito principal de Susana Pous, pero está hecha con la ayuda e inteligencia de muchos nombres.
Estrenada en el Teatro Mella, en días pasados, Malson moviliza al espectador desde el mismo debut del espectáculo. En los cuerpos de los bailarines, el movimiento vuelve a DanzAbierta y exige el máximo de cada uno de ellos. Esta había sido una compañía bastante estable, que generalmente mantenía una nómina de seis intérpretes en el escenario, y una pequeña reserva en el banco que le costaba trabajo sustituir a alguno de los principales.
Ahora, el catálogo de figuras está renovado y las más veteranas son la polifacética y necesaria Mailyn Castillo; y Sarielys Silva, convertida en Saro, mejor nombre para una bailarina de tales magnitudes, que ha demostrado clase en todo lo que asume. Junto a ellas, Abel Berenguer, bailarín dotado para asumir cualquier partitura física con virtuosismo y entrega, convirtiéndose en un punto indispensable sobre las tablas. A su lado el joven Yoan Matos, acopla con rigor en la nueva lista, reactivando las energías de un elenco que se completa con la manera tan particular de conducirse de Yaima Cruz, quien llegó hace algún tiempo desde Retazos y se ha insertado con celeridad en la tropa. La corta temporada de solo cuatro funciones no nos permitió ver al segundo elenco de Malson.
El espectáculo abre con secuencias de movimientos bien atractivas y tiene claro que la danza de estos tiempos hay que reinventarla, redescubrirla, porque todo está dicho, lo que tratemos de apuntar en lo adelante tendrá que estar bien pensado y ser interesante para llamar la atención de los maltratados espectadores, saturados por las mismas representaciones. Justo ahí, Malson anota su primer punto y permite pensar en un discurso con encuentros y desilusiones, sujetos atrapados en la seducción de la vida, que, aún difícil, se hace hermosa y encantadora.
Qué se puede esperar cuando se está esperando, primera obra de Susana Pous con DanzAbierta, no alcanzó el mejor de los resultados. Ese precedente marcaba el escepticismo de muchos, que asistieron al Mella presos de aquel recuerdo. Sin embargo, Malson nos obliga a seguir su trama tentadora y de buen ritmo. A ello contribuye, además de su atractiva y conseguida coreografía, la colaboración incondicional de X Alfonso, quien se quita su toga de artista famoso para sumarse en igualdad de condiciones al equipo de creación.
X aporta la banda sonora, esta vez menos sobrecargada pero más funcional con la danza misma. Secundado por Maykel Olivera, M Alfonso y la atractiva voz de Danay Suárez, la música afirma la coreografía en todos sus giros y progresos.
Un punto y aparte merece el trabajo de imágenes. Con la furia del audiovisual en la danza, hemos visto de todo en los últimos tiempos. Pero la propuesta de X Alfonso para Malson establece una pauta difícil de superar. Por primera vez, en la danza cubana, la imagen significa en paridad con la coreografía, sin que interfiera o sobredimensione sobre el trabajo corporal-espacial. Utilizada como soporte videográfico, las imágenes llevan la historia, la hacen fuerte y nos muestra en pocos minutos esa nación que somos y la ciudad donde vivimos.
No mera sumatoria es el diseño de luces, escenografía y vestuario, de Guido Gali, quien ha encontrado en la labor sobre la imagen un buen camino para su desarrollo artístico. Importante el desempeño de Sandra Ramy en la asesoría y conducción del taller de improvisación previo al montaje de la pieza. El resto del equipo DanzAbierta se ha reactivado para la ocasión (Grettel Montes de Oca trabajó como asistente de coreografía), algo no muy recurrente en las agrupaciones cubanas de danza; el crear en equipo aclara el camino y nos coloca sobre la ruta más certera.
Malson nos deja en la memoria momentos imborrables, como la suavidad de las cargadas en la escena de las nubes, la fuerza en la manipulación del son, o la ternura de sus imágenes hacia el final de la obra.
Con Malson, DanzAbierta demuestra que sigue jugando un papel protagónico dentro de la danza cubana, que no es ruptura sino continuidad. En el final de la obra, el mar ancho y lleno de esperanzas, nos reafirma que todavía queda mucho por reinventar, queda mucho por bailar para estos jóvenes que tienen en sus manos el legado de una compañía como esta, una posición envidiada sin lugar a dudas. Con espectáculos como Malson, sigo apostando por la inteligencia de todos ellos.