Quince alumnos de segundo y tercer años de la Escuela Nacional de Ballet y cinco de sus profesores conformaron la primera delegación danzaria de la Isla al país austral
Julio Blanes jamás había podido acariciar la piel áspera, gruesa y peluda de tantos paquidermos. Con decenas y decenas de ellos al alcance de su mano en el Santuario de los Elefantes, al joven estudiante de la Escuela Nacional de Ballet (ENB) le parecía que él mismo protagonizaba una de esas películas que toman como pintoresco escenario las selvas africanas.
Incluso, embelesado con el fantástico paisaje, Julio no podía evitar sonreír cuando recordaba aquella primera función en Ciudad del Cabo, en Sudáfrica, donde, interpretando el pas de deux Llama de París, la banda que debía estar atada a su cintura se zafó y fue a parar a su cuello. Mas nada impidió que al final el público que abarrotaba el Artscape Opera House (1 200 capacidades) se pusiera de pie y lo ovacionara con entusiasmo, admirado por el notable virtuosismo de los 15 cubanitos que hace apenas unos días, bajo la dirección de la maestra Ramona de Sáa, hicieron historia en el país austral.
Ahora, mientras conversa con Juventud Rebelde, Julio asegura sentirse, al igual que el resto de sus compañeros, muy orgulloso por haber formado parte de la primera delegación danzaria numerosa que ha actuado en la tierra de Nelson Mandela. Su profesora, Marta Iris Fernández, subdirectora de la ENB, aprovecha para hacer notar lo significativo del hecho que esa responsabilidad haya recaído justamente en el afamado plantel. Lo explica diciendo que «cuando se habla de la Escuela Cubana de Ballet nos estamos refiriendo al glorioso pasado de ese arte en Cuba, pero también al sólido presente y al futuro seguro».
No por casualidad las autoridades sudafricanas recibieron con beneplácito a alumnos y profesores (junto a Marta Iris estuvieron las maestras Marta González, Ana Julia Bermúdez y Elena Cangas) de la institución enclavada en el Prado habanero, a propuesta y con el auspicio de Dirk Badenhorst, presidente del Concurso Internacional de Ballet de Ciudad del Cabo.
«Badenhorst —argumenta Fernández— está muy deseoso de emprender un proyecto cultural en su país que le permita potenciar la danza clásica. Conocedor de la seria labor que realizamos y de la efectividad de la metodología cubana para la enseñanza del ballet, pensó que lo ideal era propiciar un encuentro con el objetivo de que sus conciudadanos vieran de primera mano el modo como logramos desarrollar a nuestros alumnos y de qué manera aseguramos el mañana con estos muchachos que recibimos cuando comienzan el nivel medio y que al salir ya están listos para bailar en cualquier compañía del mundo.
«Consciente de que el suyo es un pueblo que danza, Dirk quiere, a través de su proyecto, intentar revertir las diferencias sociales que han permanecido por siglos: el racismo, por ejemplo, es todavía muy evidente. Existen escuelas mixtas, sin embargo, en ellas es notable la separación entre negros y blancos. Así que nos convidó no solo para que nuestros muchachos bailaran, sino también para que dictáramos conferencias, hiciéramos talleres, impartiéramos clases...».
En este intercambio inicial, Ciudad del Cabo y Pretoria fueron testigos de la grandeza y permanencia de la Escuela Cubana de Ballet. La estancia de la delegación criolla en esta última urbe coincidió justamente con la toma de posesión de la presidencia por Jacob Zuma. Marta Iris nunca olvidará el estímulo que representó para todos ellos las palabras que les dijera el Vicepresidente del Consejo de Estado, Esteban Lazo, «quien me manifestó lo orgulloso que se sentía cada vez que escucha frases elogiosas sobre los jóvenes bailarines cubanos. Díganles a los muchachos —me transmitió—, que por medio de la danza han contribuido al bienestar de este pueblo hermano».
Tocar las nubesYanlis Abreu nunca se había alejado tanto de los suyos, y aunque no dejó de extrañarlos, no tuvo tiempo para echar de menos, con excepción de aquel momento en que en la cima de Table Mountain tuvo la sensación de que podía tocar las nubes. Ahora entre sus tesoros más preciados están las fotos en las que ella y sus compañeritos aparecen en las conocidas poses de un arte que la llena.
«Fue una experiencia maravillosa y muy enriquecedora, porque no solo nosotros dimos, sino que tuvimos la oportunidad de recibir y de aprender. Me impresionó la forma en que todos los que asistían a las clases se esforzaban. No se pusieron a pensar si estábamos más preparados. Lo importante para ellos era superarse. Eso me gustó mucho, porque a veces nosotros, teniendo todas las condiciones del mundo, no las aprovechamos al máximo».
Aplaudida en Sudáfrica por la gracia con que defendió obras como Homenaje, de Ramona de Sáa, y Mojito criollo y Zapateo por derecho, de Eduardo Blanco, Yanlis agradece «el círculo de la energía que iniciaba la profe Ana Julia antes de cada función. Nos tomábamos de las manos, mientras ella nos hablaba, y nos llenábamos de fuerzas. Esto a veces fue muy necesario, sobre todo cuando nos trasladamos de Ciudad del Cabo a Pretoria. Como tienen diferentes alturas, la presión se hacía sentir. Llegamos a pensar que nuestra resistencia flaquearía por la falta de aire, cuando bailamos Mojito criollo e inmediatamente después Zapateo por derecho. Pero supimos sobreponernos».
Escuchándola a ella y a Laurita Blanco uno comprende por qué hablan con tanta satisfacción cuando rememoran las ocasiones en que el público les pedía repetir una y otra vez Zapateo por derecho. «Allá nos encontramos con otros cubanos que nos daban aliento. Ellos nos abrazaban y nos felicitaban “porque dignificábamos la cultura cubana”, cuenta Laura.
«Por la manera como reaccionaba el público, por momentos llegaba a pensar que estaba en la sala García Lorca del Gran Teatro de La Habana. Lo mismo cuando hacíamos Majísimo, que Homenaje, que los pas de deux de Don Quijote, La Bella Durmiente... Todo ello se lo debemos a nuestros profesores, por la dedicación y la paciencia que tuvieron con todos nosotros. Sin ellos no hubiésemos podido lograrlo».
Justamente los maestros se encargaron de contagiar a quienes, curiosos, asistieron a las clases y los ensayos. «Todos, sin excepción, fueron abiertos. Trabajamos con la Cape Academy of Performing Arts (Capa) y con Dance For All, que agrupa a niños sin familia, sin posibilidades económicas —explica Marta Iris. Es decir, que impartimos clases lo mismo en compañías y a grupos avanzados y menores de la escuela, que a esos pequeños, que absorbían como una esponja lo que les enseñamos.
«A nuestros ensayos asistían maestros, periodistas, críticos, pero esencialmente el público, que estaba como hipnotizado y nos pedía que les mostráramos algo de lo que iban a ver más tarde en el teatro. Al final ofrecimos como 18 funciones».
«La Escuela Cubana de Ballet tiene una metodología muy práctica. Por ello nuestros alumnos sudafricanos se sintieron tan a gusto. Les señalábamos los problemas y ya al otro día se notaba el avance. Nos impresionó, por ejemplo, que ocho niñas, entre 12 y 18 años (incluso pasaditas de peso) nos pidieron que les montáramos el entrée de Majísimo y lo conseguimos en dos días; y no por arribita, sino cuidando el estilo, los brazos..., sin quitarle nada. Ahí tienes una muestra del interés que manifestaron—» enfatiza la maestra Marta González.
«En una ocasión nos pidieron que les mostráramos cómo se podían incluir las danzas populares dentro del ballet, y Marta Iris ofreció una conferencia y dio clase práctica, de folclor, tomando como ejemplo Zapateo por derecho, con lo cual consiguió que todos terminaran bailando nuestros bailes».
«Miedos» y alegríasSegún parece, las presentaciones de los 15 estudiantes resultaron una sorpresa para los balletómanos sudafricanos, quienes al parecer pensaron que se enfrentarían al repertorio característico de este tipo de escuelas. Quizá esa haya sido unas de las causas por las cuales terminaron tan impresionados.
«Estamos hablando de un público conocedor —informa Ismael Alvelo, profesor de Historia de la danza, crítico y coordinador de la gira—. Cada año, reconocidas compañías del mundo desarrollan temporadas allí. Y al ver a nuestros estudiantes derrochando virtuosismo, elegancia, arte, no paraban de ovacionar. Ellos bailaron con muchos deseos. Sabían que no se trataba del papel que jugaría cada uno de ellos como individualidad, sino del nombre de la Escuela. Y lo hicieron muy, muy bien, tanto en el Artscape Opera House como en el Aula Theatre de la Universidad de Pretoria».
Después que han transcurrido algunos días del notable acontecimiento, Ramona de Sáa, la quinta Joya del Ballet Nacional de Cuba, reconoce que estuvo al principio un poco preocupada. «No lo puedo negar. Era un viaje muy agotador y los muchachos, muy jovencitos —cursan segundo y tercer años—, se tenían que enfrentar a varias funciones.
«No es que dudara de la calidad de los estudiantes, pues casi todos habían sido premiados en nuestros concursos nacionales y habían sido muy elogiados por los extranjeros que participaron en el pasado Encuentro Internacional de Academias de Ballet, por el alto nivel técnico y artístico que evidenciaron. Sucede que los nervios pueden ser muy traicioneros y ellos se iban a enfrentar a un público completamente desconocido. Sin embargo, representaron, una vez más, magníficamente a nuestro país.
«Confieso que cuando Marta Iris, que no acostumbra a regalar elogios, me dijo: “¡Esto ha sido un escándalo!”, pude dormir más tranquila. Por eso estoy feliz, porque los maestros y los muchachos hicieron posible que no decayera la confianza que tiene el pueblo sudafricano en la Revolución y en la Escuela Cubana de Ballet.
«Dice mucho que nos vean como la única institución capaz realmente de preparar a los futuros bailarines sudafricanos. Y eso nos llena de regocijo, pero también nos enfrenta a una gran responsabilidad. Ahí está la razón por la cual no nos cansamos de decirles a nuestros muchachos que para ser un buen artista no es suficiente con poseer talento, con ser bonitos y tener una buena altura. Es imprescindible también armarse de dedicación, pasión, compromiso y sentido de pertenencia».