Humberto Díaz, «capitán» de la muestra que acoje el Pabellón Cuba, en la Rampa habanera, comparte con JR los múltiples mensajes de sus piezas
SI caminamos por la Rampa en estos días de Bienal habanera, el Pabellón Cuba nos atrapará con su aspecto transfigurado. Sus espacios han caído bajo el poder creador de 13 autores que yuxtaponen historias del Nuevo Mundo. Se refieren a este, el que nos toca vivir, que es tan diferente de aquel que descubriera Colón.
Sin aires de almirante, Humberto Díaz, «capitán» de la muestra Tales from the New World, comparte con JR los múltiples mensajes de las piezas que, desde el título común, nos prometen la fantasía de un cuento.
—¿Cuál es el eje que enlaza a artistas de países tan lejanos?
—La premisa de la expo es crear un diálogo entre polos «opuestos» donde se habla de la globalización que sufren artistas de los llamados Primer y Tercer Mundos. En ella se puede percibir tanto la perspectiva de los que viven en países que generan la globalización, como la de aquellos que la sufren; aunque al final nos damos cuenta de que es un fenómeno que alcanza a todos, sin que nadie pueda escapar.
—¿Qué hacer con la globalización: integrarse o resistirla?
—Ante el conflicto que plantea la Bienal, preferimos presentar el fenómeno como un síntoma, que afecta y transforma hasta la percepción de la realidad. En el propio recorrido que proponemos al espectador, se hace evidente cómo las nuevas circunstancias tecnológicas, vivenciales o de comunicación, van ge-nerando una nueva visión del mundo.
—¿Cómo se plantea este enfoque a través de las obras?
—Wilfredo Prieto nos presenta la idea con un chicharito, donde dibuja en miniatura un globo terráqueo. Esa obra tan pequeña recoge una cantidad infinita de posibles lecturas. Contrastando con ella están las gigantografías de Gayle Chong Kwan, una parte de su serie Cockaigne, que se acerca a los procesos globales a través de la comida. En la sociedad actual se puede recorrer el mundo en pocas cuadras a través del sabor. Vas a cualquier gran urbe y puedes ir a un restaurante mexicano, italiano o japonés, y es una manera de moverte por diferentes países culturalmente. Las fotografías fueron realizadas en restaurantes especializados y, de acuerdo previamente con los chefs, se crearon esos paisajes que aluden a la historia del arte y resultan tan atractivos.
«La japonesa Satomi Matoba también se inserta en esta línea transcultural, y crea un nuevo mapa donde los países desaparecen y solo quedan las grandes urbes conectadas. Lleva por título Las riberas del río y pienso que es una obra con un mensaje conceptual profundo, por lo que requiere tiempo del espectador para comprender sus detalles.
—¿La muestra busca interactuar directamente con su público?
—Uno de los proyectos que exponemos aquí en el Pabellón está concebido por María Victoria Portelles para que se extienda por todas las calles del Vedado. El mapa sobre el mapa propone, precisamente, que la exposición no se limite a espacios cerrados sino que tenga cierto impacto visual sobre aquellas personas que no conocen de arte y no gustan de visitar las galerías.
«También hemos difundido a través de los medios y de Internet la invitación de Geoff Molyneux con Moviendo montañas. Él es un artista que lleva más de 15 años viajando por el mundo y recogiendo piedras de diferentes lugares. En esta ocasión anunció que solo traería unas pocas, con la idea de convocar a todos los que vienen a la Bienal para que traigan su propia piedra; y la gente ha respondido maravillosamente.
«El título hace referencia a la máxima bíblica de que la fe es capaz de mover montañas. De esta manera, las piedras de todos son las que van a ir conformando el monte, aludiendo a la opción que tiene cada ser humano de cambiar las cosas, y que solo ocurrirá cuando estemos dispuestos a poner nuestro granito».
—¿Se vinculan premeditadamente Inconsolable memories y Lifting de veil?
—Realmente lo que traté como organizador de la exposición fue que cada obra se relacionara con la que le sucediera, en un recorrido planeado de antemano para que comience en la Rampa y termine en 21. La idea inicial era la de contar una larga historia, como un cuento hecho de otros más pequeños pero que fuera visual.
«El cono que Dave Lewis crea es el diseño de un espacio encerrado, que pretende mirar un fragmento de la vida —para muchos insignificante— de la ciudad. De cierta manera, se relaciona con el plano famoso donde el Sergio de Memorias del subdesarrollo mira por un telescopio.
«El audiovisual de Stan Douglas que le sigue a la pieza de Lewis, sí fue construido expresamente a partir del guión de la película de Tomás Gutiérrez Alea. Douglas en Inconsolable memories le hace ciertos cambios que alteran la historia, esta vez contada desde el punto de vista de un obrero y no de un intelectual, y que transcurre en los 80 en vez de en los 60. El único problema “aparente” que tiene es que no está subtitulada, pero esto también responde a la idea de la globalización, puesto que el inglés es el idioma que ha absorbido la comunicación por encima de todas las lenguas».
—¿Cómo insertas conceptualmente tu obra en esta idea colectiva?
—La idea de la pieza persigue crear una gran devastación contenida, paralizada en sí misma; un gran destrozo que fuera bello a la vez. Escogí las tejas porque desde hace algunos años vengo trabajando la idea de la cerámica y se correspondía con la función de cubierta de Tsunami, que da cobija a gran parte de la exposición. Es una visión medio apocalíptica de la venganza de la naturaleza hacia el hombre, una especie de ciclo donde ambos construyen y se destruyen. Está pensada además para que por debajo de ella se recorra toda la exposición, inconsciente de que estás debajo de la catástrofe. Los seres humanos vivimos tan al día que no nos damos cuenta de las cosas que realmente nos afectan a niveles políticos, culturales o naturales. Solo cuando sales es que puedes pensar que esa masa te podía aplastar sin que ni siquiera lo imaginaras.
—Resulta curioso, de manera general, la apropiación del espacio...
Moving mountain, de Geoff Molyneux. —Normalmente vamos a una galería y tenemos que adaptar la obra al lugar que se nos brinda, pero el Pabellón Cuba es tan amplio que nos dio la posibilidad de crear libremente las piezas y demarcarlas en un espacio también construido a su favor. Está el caso de Combine, de Lin Holland, quien decidió construir toda la sala blanca con una pulcritud casi quirúrgica para colgar sus fundas. La artista me comentaba que nosotros los humanos nos preocupamos por las razas y las clases sociales, cuando todos sin excepción participamos de la misma materia (representada en cada forro de almohada por los elementos químicos de la tabla de Mendeleiev). Las fundas te remiten al país de los sueños, a ese momento donde descansamos la cabeza, y ella en abierto contraste lo combina con lo más racional de lo que estamos compuestos.