Con Víctor Casaus encaja el viejo dicho de «cazador cazado». Porque es un auténtico cazador, catador, de palabras por la memoria y contra el olvido y porque es tanta su actividad intelectual al frente y al margen del Centro Pablo de la Torriente Brau, que resulta difícil arrinconarlo para una entrevista convencional. El pretexto está servido: acaba de obtener el Premio de Periodismo Cultural José Antonio Fernández de Castro 2009, que otorga el Ministerio de Cultura por la obra de la vida. Pero esa es solo una de sus múltiples facetas, tan prominente como su obra poética, su filmografía y su incesante y fecunda labor promocional que abarca desde la trova hasta el arte digital. En todas ellas destaca su honestidad, su sentido de la ética y su compromiso con la más auténtica creación.
—¿Qué ha sido el periodismo para ti? ¿Lo sientes como parte de tu obra?
—Casi paralelamente a los inevitables poemas de la adolescencia, el periodismo fue la forma de comunicación escrita con la que primero azoté a mis hipotéticos lectores. Como lo practiqué desde temprano, su aparición y desarrollo inicial tuvieron que ver con los descubrimientos imprescindibles de la vida —también de la vida social, de la vida participativa, de la vida revolucionaria que era entonces sueño y razón, aventura y búsqueda, brújula y cataclismo—. Por ello el periodismo es parte de esa suma de riesgos e incertidumbres, de certidumbres y nuevos riesgos que podemos llamar, para entendernos, la obra literaria y/o artística. Esa suma de palabras e imágenes probablemente no tuvo propósito explícito mayor ni mejor que la de comunicar contando, que la de cantar, por diversas vías, lo vivido, lo sufrido, lo gozado, lo aprendido —y lo soñado, que resume todas las nociones citadas—. El poema, el documental, el ensayo, la película de ficción, el libro testimonial (¡por supuesto!) fueron, son (¿serán?) en última o primera instancia, expresión de esa vocación de cronista que ha animado mi trabajo en esos senderos que se bifurcan para reencontrarse siempre más adelante.
«Como oficio concreto, el de periodista me ha ayudado casi siempre a conocer un poco mejor lo que me rodea, desde los accidentes geográficos hasta las complejidades humanas».
—Pablo de la Torriente es uno de tus paradigmas. ¿Cómo pudiera el periodismo de Pablo iluminar o estimular el periodismo cubano de esta época?
—Seguramente de diversas maneras. Pero todas apuntan hacia una zona común: la de la inteligencia y el rigor, la de la autenticidad y el desenfado, la del compromiso y la capacidad de pensar con cabeza propia los problemas de nuestro tiempo.
«Pablo y su obra (periodística, literaria, humana) expresan, potenciadas por la memoria, esas iluminaciones necesarias. Vivir la vida aprendiendo, aprender la vida cada día desde la imaginación y el compromiso fueron propuestas esenciales de su periodismo y de su existencia. En las condiciones difíciles de una revolución aplazada (“ida a bolina”, diría uno de sus protagonistas más destacados), Pablo desplegó una actividad periodística de la que todos podemos (y debiéramos) aprender. Mientras armaba las páginas pequeñas y enormes de Frente Único, el vocero de la organización antiimperialista que fundó en el exilio neoyorquino para continuar la lucha revolucionaria, resumió en una carta algunos rasgos que consideraba imprescindibles para el periodismo que proponía y realizaba: “No me gustan los elogios totalitarios. Eso de que el periódico está estupendo no me interesa. Por bueno que quede, siempre hay que ver las mejorías a introducir. Ahora, con este material que me mandas estoy entusiasmado, porque tendrán nerviosismo, variedad, imparcialidad y agresividad. Todo eso hay que darle siempre, además de optimismo revolucionario hasta que se pueda. Y para ello, la nota vibrante, el insulto de vez en cuando, la ironía feroz y hasta la burla cruel y hasta popular (...) son necesarias. Con todo ello quiero decirte que me viene muy bien todo ese material que me envías; que voy a llenar de títulos el periódico, de vivacidad, de juventud revolucionaria que es lo que le falta a casi todos los almacenes de manifiestos en que se están convirtiendo los órganos revolucionarios. Y a otro asunto, carajo”».
—¿Cómo se ve, se siente y se proyecta el poeta que siempre has sido?
—Se ve con menos pelo en una cabeza de la que, por suerte, (como decía un amigo) se han caído pocas ideas en estos años tumultuosos; se siente entusiasmado con las cosas que entusiasman y preocupado por las cosas que preocupan; se proyecta hacia esa búsqueda cotidiana que mencionó hace mucho tiempo el joven José Zacarías Tallet: «la poesía está en todas partes, mas la cuestión es dar con ella».
—Si te pidiéramos una crónica de urgencia, ¿qué tema y tono escogerías?
—No hay tiempo para una crónica de urgencia. Quiero decir, los minutos que ocupé tratando de responder las preguntas anteriores era el tiempo posible en estos momentos para esta entrevista de urgencia que tú, Pedro, me has propuesto casi a quemarropa, a «vuelamáquina», amparado en la luminosa neblina del correo electrónico, a través de este cuestionario que termina preguntando por el tema y por el tono que uno escogería para escribir una (casi imposible) crónica de urgencia.
«Aún así, puesto a escoger, escogería una crónica urgente de homenaje al maestro de nuestros cronistas, Pablo de la Torriente Brau, y lo haría recordando, reescribiendo en la memoria aquella anécdota en la que Pablo, periodista participante, regresaba sobre sus pasos durante una manifestación estudiantil contra el tirano Machado y lanzaba una piedra contra una de las vidrieras de aquella calle turbulenta, para enseguida, feliz, comentar: “Por poco se me olvida tirar esta piedra: en la crónica que entregué en el periódico hoy por la mañana sobre esta acción de protesta callejera ya conté cómo esa vidriera saltaba en pedazos cuando un estudiante, furibundo, lanzó una piedra contra ella”.
«Ese sería el tema, ese sería el tono: homenaje lejano/cercano al cronista que una vez escribió, desde su humor inderrotable, en medio de su última guerra: “¡Si oyeras cómo truena el cañoneo! Parece que están sacudiendo todas las alfombras de Madrid”».