El filme cubano El cuerno de la abundancia de Juan Carlos Tabío obtuvo el respetable Premio Especial del Jurado dentro de los largos de ficción
CARTAGENA DE INDIAS.— Tras conocerse los premios del recién finalizado festival cinematográfico en esta hermosa ciudad balneario tan parecida a nuestra Habana (sobre todo en su parte antigua) le es posible al crítico compartir algunos criterios sobre eso más importante aún que los propios resultados: el cine que se vio y disfrutó, esa posibilidad que ofrecen tales encuentros de tomarle la temperatura a lo que se hace ahora mismo en materia fílmica.
Dentro de los largos de ficción que aspiraron a los lauros India Catalina, motivó no poco, para nuestra satisfacción en tanto cubanos, El cuerno de la abundancia. Obtuvo el respetable Premio Especial del Jurado, pero si así no hubiera sido, ya tenía el beneplácito del respetable: al menos ninguna otra de las cintas en concurso generó tal cerrada salva de aplausos, que hicieron salir, como es lógico, a su director Juan Carlos Tabío y a dos de sus actores presentes, Tahimí Alvariño y Bárbaro Marín, más que satisfechos de la sala del Centro de Convenciones (sede principal de las proyecciones festivaleras).
Todo un remake inconfesado de Gloria (1998), donde Sharon Stone huye de la mafia mientras protege a un niño de seis años, es Verónica; solo que además del nombre y la locación (ahora es Río de Janeiro) cambian, por supuesto, el director (Mauricio Farías) y la actriz (la extraordinaria Andréia Beltrao). La cinta no pasa de un thriller más o menos eficaz, con dominio del ritmo, que además alumbra sobre esos otros clanes que son los policías corruptos en contubernio con los delincuentes de las favelas, pero lo que de veras vale y brilla es la actuación protagónica de esa mujer que alterna fiereza, rapidez y ternura en esta labor de madre no buscada.
Si un tema común habría que aventurar en el grueso de las películas que se apreciaron en esta gran vitrina latinoamericana, ese sería la familia: sus crisis y disfuncionalidades motiva a la mayoría de los cineastas representados, concursaran o no.
Una representación de lo que muchos han dado en llamar el «Nuevo nuevo cine» argentino llegó con Una semana solos, de Cecilia Murga. Casi abuchea el público el trayecto de unos niños y adolescentes que comparten la ausencia de los mayores, y con razón: hacía mucho que no se enfrentaba uno a tal oquedad e inconsistencia en la narración, tal ausencia de profundidad en la conformación de caracteres, tanto desperdicio de tiempo y celuloide pues, para colmo de males, la película dura casi dos horas. Ni los mayores defensores de la «sacerdotisa» Lucrecia Martel pudieron con este bodrio que no debió siquiera ser aceptado en la preselección.
Por suerte, de muy cerca (Chile) llegó otro filme compensatorio: La buena vida, de Andrés Wood, quien no satisfecho con el Goya a la mejor película extranjera aspiró a llevarse a casa un India Catalina, y bien que lo hubiera merecido ese bien urdido puzzle de vidas y gentes en el Santiago de hoy.
A decir verdad, y mal que nos pese, no fue el área latina la que mejor representó la sección oficial competitiva, sino varios títulos europeos, comenzando por la portuguesa Entre los dedos, de Tiago Guedes y Federico Serra (Premio a la mejor ópera prima y a su actor protagónico, Felipe Duarte) sobre el proceso de creciente deterioro de una pareja a partir de que el marido queda cesante de su empleo en una mina. El blanco y negro de la fotografía contribuye al tono seco, filoso y cortante de un filme que demora en despegar su conflicto, pero, una vez logrado, engancha por la honestidad de sus emociones y su dramatismo.
Quienes sentíamos un tanto fatigado al catalán Ventura Pons (Actrices) nos reconciliamos con él mediante su nuevo filme, en concurso aquí: Forasteros, otra de sus contundentes historias corales que une ahora, en dos épocas diferentes, a sendas familias que pierden a un miembro enfermo de cáncer: los combates entre esos seres que se aman pero se destrozan, las pugnas intergeneracionales, el conflicto con los otros (árabes instalados en pisos cercanos), la crudeza y precisión de los diálogos y la diversidad cromática en la fotografía que funciona como detonante cronológico, más la altura histriónica (fundamentalmente el protagónico de Ana Lizarán, otra legítima aspirante a la India Catalina actoral, finalmente derrotada por la chilena Catalina Saavedra en La nana) nos hacen perdonarle cierta rigidez teatral que para nada mella la garra y la espesura de su discurso. Finalmente, el niño Roger Príncep obtuvo el India Catalina de actuación secundaria.
El español José Luis Cuerda fue reconocido aquí como mejor director del certamen por su labor en Los girasoles ciegos, otra película sobre familias tambaleantes, en esta ocasión por la corrosividad de un hipócrita sacerdote en el contexto de la España franquista y su pasión incontenible. Los girasoles ciegos cuenta con ambientación, fotografía, música y actuaciones destacables, y en este caso no solo la femenina, encabezada por Maribel Verdú (que como se aprecia llevaron ellas la delantera en la cita colombiana), sino también la masculina con sus colegas Javier Cámara y Raúl Arévalo.
En la Muestra de Cine Internacional tres títulos motivaron: uno de ellos fue El casamiento de Raquel, de Jonathan Demme (El silencio de los corderos) ahora en plan «cine independiente» (cámara en mano, procedimientos des-narrativos...) y donde la hermana de la novia es una yonqui en recuperación que causó una tragedia familiar y ahora asiste de pase a la boda.
Aunque sobran pasajes del evento y más de un discurso, la cinta rasga su propia aparente gelidez con la falsa calma del huracán, que irrumpe en más de un momento dentro de esta gente que también se ama pero no para mientes en herirse y despedazarse. La cada vez más famosa Anne Hathaway (El diablo viste de Prada) y la mucho menos conocida Rosemarie Dewitt (la novia) protagonizan desempeños apreciables, como lo son indudablemente la ambientación y esa diégesis nerviosa y dispersa, pero segura.
El largo de animación Vals con Bashir, del israelí Ari Folman, nominado al Oscar no hablado en inglés y ganador de un Globo de Oro, además de ser catalogado como el mejor filme de 2008 por la Sociedad Nacional de Críticos norteamericanos —«rara avis» de documental animado—, muestra conversaciones reales con israelíes que lucharon en 1982 en la violenta invasión de su país al Líbano y animó trágicos sucesos descritos en esas cintas de audio. Un tanto saturadora, técnicamente resulta impecable.
Por último, Great Torino constituye lo más reciente de Clint Eastwood, ese veterano cineasta al que sobrestiman la industria y no pocos espectadores, especialistas o no. Sin embargo, hay que reconocer que en esta película el también protagonista sale ileso en una conmovedora historia que vincula a un anciano cascarrabias y alejado de los suyos con una familia vecina de coreanos. Great Torino, de nitidez en el guión (Nick Schenk), cohesionada puesta en pantalla, organicidad dramatúrgica y notables desempeños (empezando por el propio autor), cerró con indudable broche de oro las proyecciones en este agradecible festival colombiano.