Foto: Kaloian Cautivó a todos con su locuacidad sencilla y sincera, su animosa gestualidad, y el sonido de su voz que acentuaba, con todas sus fuerzas, sobre los «peros», como si en esas dudas del pensamiento se concentrara toda su esencia. Sobre todo atrapó la manera sagaz de hacer rodar el intelecto, alrededor de temáticas abrumadoras y tan misteriosas como la vida misma.
Y es que en Jostein Gaarder se conjugan el profesor de Filosofía y el virtuoso comunicador, dos elementos con los que ha sabido sellar toda su obra. Llegó a La Habana para presentar una de las 15 obras que ha escrito, El misterio del Solitario. Se trata de un libro que es para su autor incluso más importante, literariamente hablando, que El mundo de Sofía, texto que se convirtiera en un best seller y que fue el primero que publicara en la Isla.
«El impulso que hay detrás de este volumen se debe a algo que experimenté cuando era muy joven. Yo tendría apenas unos 12 años cuando descubrí que mi vida formaba parte de un gran misterio. Por eso este libro está enfocado en el misterio de la existencia, en el cual vivimos y al cual no le encontramos una respuesta», explicaba Gaarder en un encuentro que sostuvo ayer con su público en la Sala Nicolás Guillén, del recinto Morro Cabaña.
La historia de este texto se desarrolla a partir de un niño noruego —como el autor—, que viaja a buscar a su mamá, y descubre en una golosina un pequeñísimo libro, que solo podrá leer con una lupa mágica que le entregará un duende.
A manera de cajas chinas la historia principal va a ser contenida por muchas otras, hasta desembocar en un viajero perdido en el Caribe, que juega al Solitario con sus barajas francesas de 52 cartas, mientras les habla a cada una de ellas. El diálogo se interrumpe cuando aparece el comodín, que lanza las existenciales preguntas de ¿quién soy? y ¿de dónde vengo?
Gaarder confiesa que él se siente igual que el propio comodín, como aquel filósofo de Atenas que solo sabe que no comprende nada. Y reflexiona que «entender que no sabes es tal vez una posición más sabia que presumir que lo conocemos todo». Ejemplifica con un gusano, sobre el cual podremos descifrar un día cómo funciona su cerebro, pero el propio gusano nunca lo conseguirá.
Las claves para romper el enigma, Gaarder las sitúa en este personaje del comodín o bufón, que no se cansa nunca de lanzar incógnitas. «Para proseguir en nuestro entendimiento es completamente necesario hacer preguntas, estas son siempre mucho más importantes que las respuestas. Las respuestas apuntan hacia el pasado mientras que las preguntas nos señalan hacia adelante. Claro, a veces sucede que las preguntas suelen ser más peligrosas».
Al escritor de Maya, los niños se le asemejan a ese comodín que no se cansa nunca de indagar lo que para otros es tan obvio. Explicó que «ser un filósofo es en realidad nunca crecer, es no acostumbrarse a las cosas. Lo más importante para ser un verdadero filósofo es seguir siendo curioso». Añadió que debemos «incentivar a los niños en los colegios a hacer preguntas, si no cuando crezcan tienen que empezar a estudiar la Filosofía. La filosofía no es tan importante para los niños porque los niños son filósofos, pero para los adultos es vital».
Y es que finalmente el Misterio del Solitario refleja una especie de moraleja que para su autor encierra la ideología del libro: «todos hemos nacido comodines, o bufones, o filósofos. Pero cuando vamos creciendo nos convertimos cada vez más en tréboles, diamantes, corazones y espadas».