De amar y sufrir, porque parece que sin uno no hay lo otro, en una cuartería de la calle Aguiar, trata En La Habana no son tan elegantes, el más reciente libro de Jorge Ángel Pérez (Encrucijada, Villa Clara, 1963) que acaba de obtener el Premio de Cuento Alejo Carpentier.
Son las vidas desbordadas de tristezas, y en ese orden, de Esteban, Ramón, Gloria, Victoria, Ovidio y del propio autor que se presenta a sí mismo como uno de los protagonistas de este texto que, de seguro, hará época, como antes lo hicieron sus dos novelas hasta el presente: El paseante Cándido, Premio Nacional Cirilo Villaverde 2000 —con ediciones en México, Italia, Cuba—, que también recibió el importante premio italiano Grinzane Cavour, y Fumando espero, primera finalista del Premio Internacional de Novela Rómulo Gallegos, cinco años más tarde.
Todo transcurre hoy, ahora mismo, y el autor ha aceptado el reto de penar con los suyos al presentar estos testimonios, digamos que de ficción.
Antes que este volumen, Jorge Ángel escribió Lapsus calami, que en 1995 ganó el Premio David de Cuento convocado por la UNEAC y que también recibiera el Premio Dador, en su primera edición, que entrega el Instituto Cubano del Libro. Luego...
—¿Qué lugar ocupa en tu obra En La Habana no son tan elegantes?
—Este libro dialoga de cierta forma con todo lo que escribí hasta ahora, y estoy seguro de que, al menos en mi caso, cada obra es deudora de las anteriores y de las que están por escribirse; cada una de mis aventuras literarias intenta ser complemento de sus antecesoras. Supongo que todo libro establece una relación con sus semejantes, unas veces esta conexión se intenta para superar a los que lo preceden, pero también se empeña en la reafirmación. Un autor es todos sus libros, los mejores y los peores. En La Habana no son tan elegantes es, sin dudas, continuidad, me obseden cuestiones parecidas, pero En La Habana... también es ruptura. Desde que publiqué Lapsus calami no visitaba el cuento; ese primer libro era una reunión de piezas muy breves donde intentaba trabajar con mis temores, mis fobias, mis obsesiones con la escritura, en aquel libro me propuse llevar esa escritura a una zona cero, despojarla de todos los vicios que me asistían después de mis lecturas. En La Habana no son tan elegantes, más distante del inicio y después de haber trazado páginas y páginas de novelas, está escrito con más madurez. Aunque en apariencias Lapsus calami parece estar articulado más desde la razón, desde el conocimiento que aportan las lecturas, esta nueva incursión en el cuento es una aventura más lúcida, aun cuando opere con eventos más apegados a la realidad. Creo definitivamente que es continuidad y ruptura, que es complemento, que es sencillamente parte del conjunto que arman mis libros, y que va conformando mi obra.
—La estructura del libro llamó la atención del jurado: se presenta como un volumen de cuentos, los relatos se relacionan entre sí con la fuerza de una novela, algunos parecen tener carácter testimonial y termina con una puesta en escena. El fuego parece darle unidad a la obra pero hay otros elementos más que la unifican.
—Sí, a primera vista, el fuego es punto de enlace. En el libro todos los cuentos se desarrollan en un mismo espacio: una vieja casona del siglo XVIII habanero convertida luego en solar. Cada historia intenta mostrar la relación de sus protagonistas con las llamas que consumen el espacio y las vidas que allí transcurren. El fuego es catalizador de cada uno de los sucesos narrados, aparecen los conflictos previos a ese evento tan desproporcionado y destructor y los que se suceden después, pero hay otras conexiones, hay lazos también muy evidentes, uno es la desesperanza que asiste a los personajes; y parece que el desaliento se hace irrebatible, tengo acá el mensaje de un buen amigo que leyó detenidamente cada historia y lo subraya enfático. Es innegable que cada personaje se empeña en el triunfo, es indiscutible la constancia para conseguir el éxito sin que aparezca nunca. No es casualidad que un personaje se llame Gloria, que otro sea Victoria y que ambas estén asistidas por la desgracia. Otra constante es la manera en que un personaje cede su protagonismo a los que lo suceden y que antes eran secundarios. Y para seguir buscando vínculos, creo que puede significarse también mi obsesión con el lenguaje.
—Tu obra, en su conjunto y por partes, da la sensación de que está escrita con urgencia como si tuvieras la imperiosa necesidad de expresar ya lo que llevas dentro y también hay como una insatisfacción permanente que va de libro en libro...
—Bueno, con esto no estoy muy de acuerdo. Si atendemos a la sucesión de los libros que van conformando mi obra, se nota que hay un tiempo considerable entre ellos. Si hacemos una cronología notarás que no soy un escritor que publica constantemente y que tiene un libro cada año. Lapsus calami es un tomito más bien contenido, no se permite el exceso, es dominado por la razón, por la lógica, tanto por el estilo como por los temas que escogí. Es además un libro muy concentrado, hay una obsesión que perdura desde la primera página hasta la última, lo que varía es quizá el tratamiento a esa obsesión en mayúscula. Luego comencé a escribir novelas. Y es cierto que hay una diferencia grande entre ellas y ese libro de cuentos brevísimos, pero también puntos de contacto, aunque no se hagan notar mucho esas coincidencias. La prosa de mis novelas es más extravagante. Es cierto que en El paseante Cándido hay montones de argumentos, de tramas y subtramas, pero todo gira alrededor de un centro. Es posible que ese desafuero, la manera en que fluye, da la impresión de cierta urgencia, pero supongo que eso se relaciona más con el estilo.
—A eso trataba de referirme.
—Entonces creo que comienzo a coincidir contigo. En Fumando espero se repite esa extravagancia, ese fluir constante de una trama que da paso a otra y esta a la siguiente; volvemos a capitular, si emparentamos esto con la urgencia de la que hablas. Quizá todo esto tenga que ver con el hecho de que yo no tengo un plan trazado cuando escribo novelas o al menos no detallado como hacen algunos autores. Se lo que ocurre al principio y al final, pero no decido de antemano cada trama, cada historia y sus cruces, yo, como el lector, también quedo sorprendido cuando escribo, cuando algo se me ocurre.
«Nunca hago anotaciones donde describa los lugares en que se desarrollarán las novelas y los cuentos. Para mí el libro cierra únicamente cuando estoy conforme, cuando creo que no falta nada por contar, aunque esto es contradictorio, porque sobre un texto publicado hago luego miles de anotaciones, reescribo lo que antes creí definitivo, entonces no pactaremos, tu y yo, con lo de la urgencia. No creo que sea un autor apegado al realismo, y la realidad muchas veces lleva a la urgencia. En el libro premiado puede notarse cierta relación con lo cotidiano, quizá en este caso tienes un poco de razón con el apremio. Entonces, coincidimos y discrepamos».
—¿Qué estás escribiendo ahora?
—Cirella Furiosa, una novela que cuenta la historia de Angélica, una muchacha trinitaria sobre quien pesa una predicción de Farinelli, quien encontró en la corte de Felipe V a una ascendiente de la protagonista. El cantante castrado aseguró a Genoveva que un miembro de su familia abandonaría el continente para establecerse en el Caribe, en Cuba, exactamente en Trinidad, y que allí nacería una niña que iba a reproducir con exactitud pasmosa los tonos de voz de Farinelli, ya olvidados entonces. Cirella Furiosa cuenta las peripecias de esta muchacha que se niega a ser una soprano de coloratura como desea su abuela, y viaja a Italia para encontrarse con Orlando. Cirella... es una novela de aventuras, y también podría ser un libro de viajes. Es un libro que trata la inconformidad, la búsqueda de nuevos espacios, el arte, la soledad.