Enero es, de antiguo, el mes del teatro cubano. Lo es desde aquel aciago 1869 cuando los voluntarios masacraron impunemente a los espectadores que disfrutaban, en el Villanueva, de Perro huevero... aunque le quemen el hocico. Nuestro Apóstol definió, en unos versos rotundos y diáfanos, la crueldad de ese día, al advertir que «pocos salieron ilesos del sable del español». A 140 años de tan abominables sucesos, nuestra capital acoge a teatristas de varias provincias del país, que protagonizan las enjundiosas Jornadas de Teatro Cubano de este 2009.
En esta ocasión, convergen en La Habana las puestas en escena seleccionadas para competir en el Festival de Teatro de Camagüey, que no pudo celebrarse en la fecha y el lugar acostumbrado, a causa del devastador paso de los huracanes Ike y Gustav.
Entre las propuestas convocadas a este evento está Los zapaticos de rosa, poema dramático de José Martí. Teatro de las Estaciones, importante colectivo matancero liderado por Rubén Darío Salazar, concibió a partir de este texto un espectáculo cándido y tierno, donde la artesanía teatral y el vuelo poético se dan la mano.
Recurriendo a juegos y rondas infantiles conocidas y enraizadas en el gusto y la sensibilidad colectiva, la contradanza, un vestuario que nos ubica de un golpe en el contexto decimonónico, voces bien timbradas y diáfanas que acometen los cantos con afinación y pericia, proyecciones de imágenes que nos recuerdan el empaque y el ritmo del cinematógrafo inventado por los hermanos Lumière, los miembros de Las Estaciones traducen certeramente en imágenes lo que en su origen fue verbo.
Precisamente es la visualidad, el interés por recrear la atmósfera sosegada y elegante del XIX y, en especial, el universo de valores apuntalado por Martí —en este y el resto de los textos de la revista La Edad de Oro—, el espíritu que alienta al montaje.
Los zapaticos de rosa cuenta con un elenco donde confluyen la calidad y experiencia de Fara Madrigal y Migdalia Seguí con la frescura que aportan Iván García y Yerandy Basart. Varios son los aspectos que se confabulan para fraguar una puesta imaginativa, en la cual lo lúdico y lo poético armonizan coherentemente: figuras animadas construidas a partir de muñecas, que en su inicio fueron juguetes, la manifiesta preocupación por atender y realzar cada detalle, así como soluciones imaginativas y ágiles que van transformando el escenario en las diferentes locaciones donde transcurre la trama; una acertada recreación del ambiente de época, la interiorización de la muchas veces atropellada historia de la niña rica que se conduele y amiga con la niña pobre; el acento puesto en lo musical, los aportes de la soprano Bárbara Llanes y el flamante Premio Nacional de Teatro Carlos Pérez Peña...
Otro de los grupos participantes, que ha gozado del favor del público, es Teatro del Caballero. José Antonio Alonso, experimentado actor que en los últimos años ha emprendido en solitario la aventura del teatro, realiza una entretenida parábola que toma como punto de partida a La Odisea.
Rico es, al mismo tiempo, el título del espectáculo y el nombre del protagonista, un niño con visibles limitaciones mentales que espera un tren que nunca llega. Mientras tanto relata, a su manera, pasajes del extraordinario poema épico.
La travesía del héroe mítico deviene proceso de aprendizaje del protagonista quien, a partir de un juego donde equipara sus avatares con los de este último, se propone advertir a quienes lo observan para que no corran su propia suerte.
Aunque Alonso —que junto a Hedí Socorro se responsabiliza con la dirección— no realiza una parodia en el sentido más ortodoxo del término, sí rebaja, simplifica, retoza con el original, dotando a este montaje —donde lo narrativo alterna con lo dramático— de un aire deliberadamente ingenuo, falsamente inocente, pero sutil e inteligente al mismo tiempo.
Apoyándose apenas en un banco, una mochila y una jaula de pájaros vacía, el actor (que viste como un niño de otra época), asume varios personajes a los cuales singulariza a través de poses, gestos, inflexiones de la voz, matices e intenciones bien definidas. Estilización, limpieza, habilidad para entrar y salir de los diferentes roles, son también recursos de los que se vale Alonso para emprender esta atinada travesía. Lo apoya una banda sonora que insiste en recrear una atmósfera marinera y un diseño de luces, que gracias al color o la intensidad resulta cómplice en este propósito.
En rigor, Rico es una suerte de divertido autorreconocimiento en la que Alonso comparte con nosotros preocupaciones, anhelos y frustraciones que pueden ser comunes, e incluso recurrentes.
Caracterizada por la cálida acogida del público, la amplia muestra de esta jornada que se extiende hasta el próximo día 23, es una oportunidad inusual para entrar en contacto con espectáculos provenientes de diferentes provincias, confrontar calidades, valorar los progresos de nuestro teatro en su sentido más amplio, y retroalimentarse.