A propósito de su muestra fotográfica Imágenes de una expedición en el Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau, el reconocido trovador conversa con JR sobre su relación con la fotografía Los años pasan, sí, la vida no: el mundo estalla hermoso alrededor.
En enero de este año, Víctor Casaus, director del Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau, instó a Silvio Rodríguez para que, en algún momento de 2008, hiciera un concierto en el espacio A guitarra limpia y una exposición de sus fotografías. Por aquel tiempo el trovador retomaría la gira que comenzó en 1990; una expedición de fe por varios centros penitenciarios de la Isla.
La muestra y la presentación parecían entonces poco probables, pues el tiempo para materializar la hornada de planes, proyectos y canciones por escribir, se le va como la brisa al cantor. Sin embargo, también es cierto que el tiempo está a favor de buenos sueños y desde hace mucho Silvio nos convida a creer cuando dice futuro. Si no crees mi palabra/ cree en el brillo de un gesto, / cree en mi cuerpo, / cree en mis manos...
Hace una semana, por los diez años de A guitarra limpia, se hizo realidad aquella invitación del poeta Casaus al amigo de tantos años. Canciones de Silvio en su propia voz y poemas de autores cubanos leídos por el actor Jorge Perugorría, dieron vida a Silvio y nosotros, un entrañable concierto que tuvo como escenario el patio de las yagrumas que ampara al Centro Pablo.
También quedó inaugurada la exposición de fotos. El autor de Ojalá detuvo el tiempo de su periplo por algunos centros penitenciarios en la muestra titulada Imágenes de una expedición. Gracias a una vieja pasión detrás de la cámara, las instantáneas revelan la fuerza de la cultura para aliviar el alma. Conquistada y silenciosa afición por la fotografía que, quizá, sea tan inseparable compañera como su guitarra.
Hoy es el cumpleaños de Silvio y, en lugar de enviarle un obsequio, le hice llegar hace unos días, gracias a la presteza de Víctor, algunas preguntas sobre su relación con la fotografía. El trovador tuvo la deferencia de buscar un espacio para contestarlas y compartir parte de una de sus facetas menos conocidas.
—¿Cómo llega Silvio Rodríguez al mundo de la fotografía?
—Mi interés por la fotografía es de lo más común: cuando yo era niño muy poca gente poseía una cámara fotográfica. La primera vez que vi una fue en el estudio del fotógrafo de San Antonio, Carlos Núñez, que con los años se convertiría en un relevante fotorreportero. En la adolescencia tuve la suerte de trabajar en diferentes publicaciones y de conocer a muchos fotógrafos. En el semanario Mella fui compañero de Ernesto Fernández y de Peroga; en la revista Venceremos de Andrés Vallín y de Ovidio Camejo; en Verde Olivo de Perfecto Romero, de Sergio Canales, de Eutimio Guerra, de Juan Luis Aguilera. Fui vecino de Mario García Joya y de Marucha durante 18 años. Y durante mucho tiempo fui amigo de Alberto Korda. La verdad es que he tenido la suerte de conocer a muy buenos fotógrafos. De cada uno y de todos fui aprendiendo a querer y a interesarme por la fotografía y, por supuesto, por las cámaras.
—En fotografía ¿cuáles son sus instantes precisos, dignos de quedar atrapados en una foto?
—Dicen que sobre cualquier cosa se puede escribir, que el problema es dar con el modo. En la fotografía dar con el modo pudiera ser cuando concurre alguno —o varios— de los valores que hacen que una foto sea buena. Hay momentos en los que hay que esperar a que se dé una situación precisa, ciertas condiciones de luz, lo que te obliga a hacer muchos disparos para dar con lo que buscas. Otras veces basta estar ahí con cualquier aparato que pueda registrar lo que pasa.
—¿Qué puntos de contacto existen entre las canciones y la fotografía?
—En la canción puede haber una analogía cuando hablas de la cotidianidad o de una situación extrema, como la guerra o un gran evento humano. En cualquier expresión artística lo excepcional tiene su garra. Pero aunque de todo se pueda hacer una foto, o una canción, el problema siempre va a ser que valga la pena mostrarla.
«Cuando hago fotos trato que mis fotografiados adviertan lo menos posible mi presencia».
—¿Cómo logra usted, una persona pública, pasar inadvertido para lograr una foto?
—Hay muchos lugares y situaciones en los que un trovador pasa inadvertido, sobre todo cuando anda sin guitarra. Y como hoy en día no es raro que muchos anden con cámaras, mejor que mejor. De todas formas, cuando te conviertas en un fotógrafo demasiado famoso, te recomiendo el zoom.
—Durante la travesía en el barco Playa Girón vivió momentos impresionantes. Fue testigo de un desfile de cachalotes, escena quizá para dejar en fotografías y no en canciones. ¿Qué lo hizo llevar además de la guitarra, una grabadora y libros, una cámara fotográfica? ¿Dónde quedaron las fotos de ese viaje?
—Desde que era adolescente andaba con cámaras, generalmente prestadas. Al viaje en barco me llevé una Kiev, que era la imitación soviética de la Leica clásica; una cámara con muy buen mecanismo, todavía de telémetro acoplado. Los cartuchos me los rellenaron los amigos fotógrafos del ICAIC con película virgen de 400 ASA. Llevé alrededor de 20 rollos. Un par de ellos me los revelaron en Mar y Pesca, porque a mi regreso me hicieron una entrevista y me pidieron fotos para ilustrarla. El resto de los rollos se los di a un amigo fotógrafo que tiempo después murió y nunca supe en qué paró el revelado. Lo de los cientos de cachalotes fue cierto. Estuvimos al pairo todo un día, a mitad del Atlántico, esperando a que terminara la caravana. Aquel día tiré tres o cuatro rollos, pero nunca vi las fotos.
—Casi 40 años después de enrolarse en el barco Playa Girón retoma otra expedición, esta vez por centros penitenciarios, a la que dedica su primera muestra de instantáneas. ¿Qué satisfacciones fotográficas guarda de esa gira?
—Esta muestra fotográfica la hice porque el Centro Pablo me la pidió, y creo que lo hizo tratando de redondear mi participación en el evento del décimo aniversario de A guitarra limpia. Víctor sabe que hago fotos, porque hace muchos años que nos conocemos. Con ese espíritu de cooperación hice la muestra. Lo cierto es que muchos llevaron cámaras a la Expedición (Petí, Randall, Lester, Vicente, Rancaño, Violeta) y hay muy buenas fotos de cada uno. Quiero hacer un libro de imágenes, como un testimonio, como una muestra colectiva. Entre las fotos de todos irán también las mías.
—¿Qué representa para Silvio la apertura de Imágenes de una expedición en el Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau, precisamente el día que A guitarra limpia celebró sus diez años y, a su vez, ser el trovador invitado?
—Respecto a mi participación en este aniversario, lo cierto es que los estudios Ojalá, donde trabajo, han alentado el apoyo que el Centro Pablo de la Torriente Brau ha dado a los nuevos trovadores. Por otra parte, llevo más de 40 años guitarra en mano. Es un elogio que un trovador antiguo sea invitado a un aniversario de trovadores jóvenes. Esa noche tuve también el privilegio de compartir la escena con un gran actor, Jorge Perugorría, que leyó textos de varios poetas de mi generación. Lo único que lamento es que la gripe me afectara la voz. Confío en que el deseo de estar allí haya suplido cualquier deficiencia.