La grandeza de Ulises Hernández no solo radica en su extraordinario virtuosismo como pianista, sino en su visión de futuro, en su incansable desvelo por rescatar todo aquello que contribuya a enriquecer el patrimonio cultural cubano. Lo más reciente que hizo fue desempolvar la obra de quienes en su tiempo integraron el imprescindible Grupo de Renovación Musical, cuyo quehacer se inscribe entre lo más significativo que tuvo lugar en la música cubana durante el siglo XX. Durante los ensayos antes de la presentación en la Sala Dolores, de izquierda a derecha: el maestro Ulises Hernández, Anolan González, Frank Berenguer y José Antonio Méndez.
Fundado por José Ardévol e integrado por jóvenes músicos que estudiaban con el reconocido músico catalán en el antiguo Conservatorio Municipal de La Habana: Harold Gramatges, Edgardo Martín, Julián Orbón, Argeliers León, Hilario González, Serafín Pro, Gisela Hernández, Juan Antonio Cámara, Dolores Torres, y Virginia y Margot Fleites, el Grupo de Renovación Musical no tuvo larga vida, aunque sí existió lo suficiente como para entregar una obra enjundiosa, contundente. De ahí el interés del más reciente Gran Premio del Cubadisco 2008 —gracias al exquisito tríptico Mozart en La Habana—, por situar en el lugar que le corresponde a estos eminentes músicos. Y escogió para comenzar a León, tomando en consideración que en el 2008 se cumplían 90 años del nacimiento del ya desaparecido musicólogo, compositor y etnólogo.
Lejos de alimentar su ego y de agenciarse para sí la gloria que conlleva emprender esta estimulante pero agotadora faena, Ulises convidó a otros colegas. Quienes siguen de cerca su carrera dirán que no es nueva para nada esta práctica, solo que ahora invitó a estudiantes del Instituto Superior de Arte y de la Escuela Nacional de Arte, además de a otros maestros de ambos planteles, quienes conformaron la Camerata del ISA que condujo el talentoso, creativo y joven José Antonio Méndez Padrón.
«Veo de manera exitosa el uso de jóvenes para la interpretación y promoción de estas obras, enfatiza Ulises, por la actitud desprejuiciada con que se enfrentan a propuestas armónicas atrevidas, a las más disímiles complejidades rítmicas... Es una virtud que se enriquece con la vida moderna, lo cual posibilita que aquello que antes podía sonar extraño, ahora les parezca lo más cotidiano, porque forma parte de sus mundos sonoros. Sin duda, a partir de la magnífica ejecución del concierto —fue recogido en una grabación y en un DVD—, la música de este grande será más interpretada, con lo cual es-taremos haciendo justicia a la música cubana».
¿Por qué Santiago?Unos meses después del onomástico de Argeliers León, cuando el Teatro Auditórium Amadeo Roldán vivió una jornada memorable al acoger el concierto con el cual se homenajeó al fundador del Centro de Investigación y Desarrollo de la Música Cubana, Hernández hacía realidad otro sueño. Y es que mientras muchos añoran llegar hasta la capital para probarse —algo entendible, por cierto— Ulises solo pensaba en embarcarse hasta la capital del Caribe con sus colegas profesores y sus alumnos, los muy jóvenes pianistas Oscar Verdeal y Víctor Díaz; la magnífica flautista Yailín Martínez; los percusionistas Keisel Jiménez y Miguel Escuriola; y la Camerata del ISA, y así pasar la prueba de fuego que representa poner algunas de las composiciones de Argeliers —su catálogo de composición consta de más de 70 obras de los más diversos géneros— a consideración del público habitual de la Sala Dolores.
El significativo acontecimiento tuvo lugar a pocos días del paso devastador de los huracanes Ike y Gustav por la Isla. Parecía que las fuerzas de la naturaleza se habían confabulado para poner a prueba el empuje y el optimismo de los cubanos. Pero contrario a lo que algunos creyeron, los huracanes avivaron en nuestros artistas e intelectuales sentimientos de solidaridad superiores a los considerables destrozos provocados por estos terribles eventos climatológicos.
«Siempre imaginé que Santiago sería una excelente plaza para presentar las tres importantes Sonatas de la Virgen del Cobre, de Argeliers, y no solo por las bondades que brinda la mejor sala de conciertos del país, o porque en esa ciudad radica el santuario, sino también porque sabíamos que después de Gustav y Ike las provincias orientales necesitaban de ese alimento espiritual. Como seres humanos y artistas debíamos ofrecer nuestras obras en aras de compensar el estado de impotencia que inevitablemente aparece ante las pérdidas.
«Decidimos, además de tocar, compartir en las escuelas de música, trabajar en la docencia y entregar materiales útiles como discos, libros y partituras. Esta otra razón de nuestra visita fue avalada por el entusiasmo del sello discográfico Colibrí que donó para los centros que visitamos lo más importante de su catálogo.
«La Facultad de Música del ISA fue otro de los grandes colaboradores al facilitarnos partituras para las distintas disciplinas musicales y al permitir que sus estudiantes pudieran permanecer fuera del centro los días necesarios. Debo agradecer esta ayuda especialmente a Mivian Ruiz, decana de dicha Facultad. Asimismo, el Centro Nacional de la Música de Concierto hizo suya la iniciativa y nos organizó la gira cuidando mucho de los detalles necesarios para que el trabajo llegara a un feliz final».
Inolvidable experienciaTodo hacía indicar que la lluvia arruinaría una presentación largamente esperada, pero a las nueve de la noche la Sala Dolores amparaba a numerosos paraguas y a un auditorio que denotaba agradecimiento pero, sobre todo, expectación. Vestidos de gala, no podían evitar hacer visible el temor de que aquellas creaciones que alguna vez «escandalizaron» hoy no les dijeran nada. Pero eso solo fue al principio. Bastó con que Dos danzones para piano fuera presentado por Oscar Verdeal (piano), Keisel Jiménez (pailas) y Miguel Escuriola (güiro) para que la comunicación se estableciera inmediatamente.
El propio Oscar, quien está próximo a graduarse en el ISA, reconocía a este diario que «inicialmente fue muy difícil acercarnos a las composiciones de Argeliers, pero poco a poco nos fueron invadiendo al punto de que ahora es muy común que nos escuches tarareando su música».
Una muestra de la manera como ellos se han ido adueñando de la universal cubanía que exhiben las creaciones de Argeliers, fue la magnífica interpretación que lideraron estos tres jóvenes, al igual que la que centraron Yailín Martínez (flauta) y Víctor Díaz (piano), acompañados por la Camerata del ISA, dirigida por Méndez, en Concertino para flauta, piano y cuerdas, una pieza donde se pasea a sus anchas el contrapunto, pero en la que no escasea una indescriptible dulzura, gracias en buena medida a la mágica controversia que establecieron Yailín Martínez y Víctor Díaz.
Homenaje a un amigo, ubicada a mitad del concierto, resultó quizá la obra más experimental y arriesgada de las que se presentaron tanto en la capital como en Santiago. Concebida para piano, cordaje y banda magnetofónica, permitió a los santiagueros constatar la valía de Ulises Hernández, responsable de la concepción y realización general del espectáculo, como instrumentista.
Obra para nada convencional Concertino... fue interpretada con absoluta destreza. Preciso en la pulsación del cordaje de un piano que ejecutó con su maestría habitual y se acopló perfectamente a la banda grabada, Hernández regaló momentos muy emotivos.
Al final, Ulises invitó a sus alumnos Verdeal y Díaz para, juntos, defender las tres Sonatas de la Virgen de la Caridad del Cobre, piezas que acabaron por poner de pie a un público que se preguntaba incrédulo cómo pudo estar tanto tiempo «oculta» una música sin duda de vanguardia y tan fabulosamente criolla. Antes, la Camerata del ISA, que también participó en ese hermoso homenaje a la Patrona de Cuba, había ocupado el escenario para tocar Cuatro danzas para orquesta de cuerdas.
Si, de principio a fin, no escasearon ni esplendor ni encanto en este espectáculo se debió, en buena medida, a José Antonio Méndez, quien con su precisa dirección evidenció un estudio profundo de las composiciones de Argeliers, lo que fue esencial para que el conjunto sonara como si estuvieran familiarizados desde siempre con estas exigentes obras.
Energía positivaVirtuosos del violín, la viola, el celo y el contrabajo, los integrantes de la Camerata del ISA: Abel Rodríguez García, Winnie Camila Agüero Berg, Gabriela Svardo López, Yosmara Castañeda Valdés, Mónica Betancourt González, Susana Rivero Cangas, Anabel Estévez Acosta, Juan Manuel Campos Martínez, Maite Quintana Sotomayor, Frank Berenguer Abreu y Elis Regina Ramos Martínez, así como Laura Valdés Torrado, Carmen María Vázquez Pérez, Indira Ramos Matalón y Winni Magaña, dan la impresión de que llevan una vida tocando juntos, por el perfecto empaste que logran, por la energía positiva que transpiran. Todos estuvieron más ocupados en el resultado del colectivo que en intentar resaltar y, sin embargo, individualmente, o como parte de una pequeña orquesta de cámara, demostraron ser excelentes concertistas, lo cual quedó patentizado cuando enfrentaron el programa barroco —donde también estuvo el maestro frente al órgano— ofreciéndole a la Ciudad Heroína otra jornada verdaderamente inolvidable, en la que, como en la anterior, la eficiente productora y asistente Betania Peña resultó ser piedra angular.
Para erizar de pies a cabeza a los presentes, Yailín Martínez escogió la Fantasía No. 8, que George Philiph Telemann concibiera para flauta y que ella entregó con una interpretación cálida y precisa, mientras la experimentada Anolan González prefirió con su viola dotar de una expresión majestuosa a la Suite No. 1, a sabiendas de que comprende admirablemente el mundo de Johann Sebastian Bach. Por ello consiguió admirarnos con su ejecución refinada y plena de sensibilidad.
En todo momento, Santiago de Cuba pudo sentirse orgullosa al constatar el notable crecimiento artístico de uno de sus hijos, el asombroso Frank Berenguer, quien tuvo a su cargo la Sonata No. 2. «Dorian», de Biber, en la que tuvo como compañero a Méndez Padrón (órgano). Este mismo autor alemán le dio a Berenguer la oportunidad de lucirse en la famosa Sonata representativa, donde jugaron un papel decisivo Elis Regina Ramos Martínez y Susana Rivero Cangas, ambas sencillamente formidables en sus respectivos instrumentos: celo y contrabajo, y con la que él se propuso (y consiguió) dejarnos sin aliento, al acudir a toda su habilidad técnica para, a través de diversos efectos sonoros, llenar la sala de irresistibles gallinas, ranas, gatos y mosqueteros, dibujados por su violín. El santiaguero fue esencial también en el cierre a lo Vivaldi con Sonata La Follia, donde Mónica Betancourt González, con su notable control instrumental y musicalidad, estuvo igualmente fuera de serie.
Después vinieron las clases y los encuentros de estos jóvenes con los estudiantes de música del Conservatorio Esteban Salas y, pocas horas después, el viaje de retorno a la capital que esta vez no pareció tan largo, tras dos jornadas en las que el espíritu no dejó de estar de fiesta.