Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

La Compañía infantil La Colmenita ya tiene su revista

Autor:

José Luis Estrada Betancourt

Beneplácito no solo de la familia cubana, nacida del Grupo Excelencias, se distribuye gratuitamente en escuelas, hospitales infantiles y otras instituciones

Creí que a estas alturas ya nada me sorprendería de la compañía de teatro infantil La Colmenita. Pero me equivoqué de plano. Resulta que el incansable e inquieto Tim, alias Carlos Alberto Cremata, que de zángano no tiene ni una antena —al no ser esas ansias infinitas de fecundar ideas—, no deja de crear. Y entonces Tim se nos aparece con un nuevo proyecto (editorial ahora) que de seguro es único en la Isla. De hecho, me atrevo a pensar que apenas existan similares en otras partes del mundo, destinados a resaltar el fabuloso quehacer de un colectivo tan singular como La Colmenita, que ha plantado decenas de colonias por el país y fuera de este, como en lo adelante lo hará la revista La Colmenita, la cual llega para beneplácito no solo de la familia cubana sino también —por el alcance que tienen las publicaciones nacidas del Grupo Excelencias—, de esa gran familia que es la humanidad, lo que será posible gracias al magnífico recurso de ofrecernos una edición bilingüe.

Cuando se lee este primer número —que, por cierto, se saborea con el mismo deleite con que el oso persigue la miel— uno percibe que cada punto, cada coma, cada palabra, porta el palpitar de la reconocida compañía. Es evidente que los atractivos artículos que ella recoge están dirigidos a resaltar la labor desplegada, durante estos 18 años, por padres, abuelos, trabajadores y, especialmente, «por todos los niños infinitos de La Colmenita y del mundo», como queda plasmado en negro sobre fondo lila desde el mismo machón de esta revista que, por el momento, se distribuye gratuitamente en escuelas, hospitales infantiles y otras instituciones.

A ello contribuyen, por ejemplo, las confesiones que les hicieran los hoy muy jóvenes Malú Tarrau, Jorgito Miló, Sahilys Cisneros y Claudia Avariño (Muma), eternos colmeneros, a los periodistas Ernesto Montero y Jesús Arencibia para el artículo «Los que pasaron... no quieren seguir de largo». (Algo un tanto extraño ocurre dentro de La Colmenita. Y es que mientras muchos pequeños sueñan con llegar a ser «grandes», los alumnos de Tim y de Iraida Malberti se resisten a serlo). Como el de estos cuatro muchachones, es el caso de Mabel Cedeño, más conocida por Mabelita, la inolvidable Cucarachita Martina que entre las improvisaciones de sus chicos, le contó a Montero sus experiencias de su bien asentada Colmenita, ubicada en el capitalino municipio de Boyeros.

Por su parte, Arencibia fue el encargado, además, de hacernos partícipes del inmenso agradecimiento de «Los padres infinitos»; esos que, más que acompañar a sus hijos, son cómplices que aseguran que «el mayor resultado de La Colmenita sigue siendo el amor con que se crían sus queridos hijos».

Coincido con Alfredo Chacón en que nadie mejor que la Malberti para en su nombre homenajear a aquellos que conducen los diferentes talleres que se desarrollan en una compañía que busca esencialmente preparar para la vida a niños y niñas de todos los colores y tamaños, para «cuando sean grandes». Solo que en lo absoluto es simple el quehacer de la profesora de ballet. Ella y la meritoria labor que desempeña están detrás de los tantos éxitos de La Colmenita. Mientras leemos la entrevista realizada a la Abeja Reina, como llaman a Iraida, Alfredo nos hace sentir hasta el casi imperceptible sonido que producen las minúsculas zapatillas cuando rozan con el pulido tabloncillo. Igual sucede cuando nos describe con pericia «Un día en la colmena».

Encontrarme con «Misión imposible», firmado por César Carlos, fue un excelente ejercicio para las adormecidas neuronas. Resulta que a veces la memoria me juega malas trastadas, de modo que permanecen en mis recuerdos fundamentalmente los acontecimientos culturales más recientes, como el éxito rotundo en escenarios cubanos y del planeta de una rigurosa puesta al estilo de La Cenicienta según Los Beatles o como el nombramiento de La Colmenita como Embajadora de Buena Voluntad de la UNICEF —de lo cual también deja constancia esta revista en la voz autorizada del Doctor José Ortiz. Pero olvido otros momentos relevantes, o tristes sucesos como el terrible incendio que cinco años atrás dañó seriamente la querida sede de la tropa que tan sabiamente conduce Tim.

Pronostico desde ya que la Fotoaventura estará entre las propuestas preferidas por los más chicos, al igual que los pasatiempos de José Mayoz. Pero ellos también disfrutarán recortar, pegar y hacer actuar a los atractivos personajes de La Cenicienta... ante papá, mamá, los abuelos y hasta el perrito juguetón de la casa.

Al mismo tiempo, tengo que decir que una revista no estaría completa, como es el caso, sin la esmerada labor de un editor atento como César Gómez, o sin el cuidadoso, original y llamativo diseño a todo color de Pablo Herzberg; regalo para nuestros ojos donde sobresalen las ingeniosas fotos de Ferval y Mario Romero, pero donde también se agradecen los blancos, el inteligente uso de la tipografía en los títulos, la excelente impresión.

Por supuesto que en este primer número no podían faltar los secretos de Cremata, director general de la revista, pero sobre todo el espíritu y la voluntad de este ambicioso proyecto cultural que sin duda perdurará en el tiempo, porque «difícilmente perderá la espontaneidad, el deseo de aventura, la sencillez, la humanidad».

Asimismo, no por esperadas dejan de ser bienvenidas las siempre sabias palabras del Doctor Eusebio Leal, Historiador de la Ciudad, que nos refuerzan con ejemplos concretos lo que ya todos sabemos: que Tim «ha sido un maestro bueno y generoso, entregado en cuerpo y alma a los niños. Ellos, a su vez, en justa correspondencia, se han entregado al amor supremo que Cremata profesa: a la tierra, a todos los niños del mundo, a la paz, a remediar cuanto dolor sea posible con la sonrisa, la alegría y el corazón en las manos». Y ello merece no una revista, no un único primer número, sino muchos más, tantos como la miel infinita de este panal sin fronteras. Pero para qué pedir tanto. Nos basta con que otras voluntades generosas, como las que habitan en el Grupo Excelencias, comprendan la importancia de mantener y sostener un empeño en verdad significativo como este.

Con un mínimo zumbido, casi calladamente, la revista que apenas nace, ya anda de mano en mano y ha creado tantas expectativas, tantos ávidos lectores potenciales, como personas abarrotan cada espectáculo de La Colmenita. El misterio se repite y las mismas anécdotas: la de la madre que pagaba lo que fuera por llevarse uno de estos primeros ejemplares a casa; la del niño que tuvo a su padre hasta la madrugada, leyéndole cada globito de la Fotoaventura, y hasta los subtítulos en inglés; la del recluso que en su soledad armó el pequeño teatro para darlo de regalo a sus hijos.

Qué más agregar: La Colmenita de papel que ahora tenemos en nuestras manos, no es más que la versión, impresa y fiel, de esa original y sin copia que todos llevamos en el alma.

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