Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

El truco prehistórico llena los cines

La película 10 000 pretende hacer disfrutar al espectador, y muchas veces lo consigue, con el espectáculo de la destrucción total

Autor:

Joel del Río

Tigres de dientes de sable aparecen en esta película donde se hace alarde de los efectos especiales. Megaproducción ambientada en tiempos prehistóricos, 10 000 recorrió nuestras principales salas de cine (de milagro consiguió adelantarse al estreno televisivo, que aniquilaría sus posibilidades «comerciales») con su alarde de efectos especiales, su trama de acción y aventuras también puesta en función del momento de trucaje espectacular (gigantescos mamuts, tigres de dientes de sable...) y su consagración casi desfachatada al entretenimiento más nimio y recargado, mal sostenido por altas dosis de evasión inconsecuente y nihilismo barato. El cine de este director pretende hacer disfrutar al espectador, y muchas veces lo consigue, con el espectáculo de la destrucción total, la violencia dominante, la maldad desatada y el heroísmo de pacotilla.

La película fue dirigida por Roland Emmerich, cineasta de origen alemán empeñado en convertirse en sucedáneo del gran Hollywood, de los Steven Spielberg y compañía, en filmes donde se combinaban las catástrofes, la fantasía, la especulación futurista y el cine de aventuras. Una vez descubierto en «La Meca», Emmerich demostró película tras película una visión bastante pesimista y sombría sobre el pasado y el futuro humano. En Independence Day sometió a la humanidad al apocalipsis generado por los pérfidos marcianos, derrotados a la postre nada menos que por el presidente norteamericano; con Godzilla, Nueva York era pisoteada por el gigantesco saurio; y en The Day after Tomorrow sometió el hemisferio norte al cataclismo de la inundación por efecto del cambio climático y el derretimiento de los glaciales. Reflexiones éticas de almanaque, o que parecen sacadas de un pésimo spot televisivo, caracterizan el cine de Emmerich, perennemente consagrado a la grandilocuencia y al hipnotismo de quienes pagan para no pensar, para atiborrarse de ruido, oscuridad y destrucción, convertido en letárgico, a veces impecable espectáculo.

La misma visión medio desencantada y pseudofilosófica domina 10 000, en la cual se presenta, al principio, una tribu de cazadores-recolectores que sobrevive por la caza del mamut. El héroe, el muchacho de la película, es el joven cazador Dleh (anagrama de la palabra alemana held, que significa héroe) enamorado de la rubicunda Eyolet, raptada por una pandilla de oscuros jinetes. Luego, Dleh encabeza un grupo de aguerridos cazadores para buscar y rescatar a Eyolet, la de los ojos azules, más allá de los límites del mundo que ellos conocían. En el camino se van sumando adeptos a los rescatadores, quienes también han sido víctimas de secuestros por parte de los misteriosos captores. En el peregrinaje descubren una civilización preegipcia dominada por una figura llamada El Todopoderoso, reverenciada como un dios. Dleh provocará una grandiosa rebelión de esclavos en contra de El Todopoderoso.

Con decenas de motivos similares a superproducciones anteriores de equivalente corte fantasioso y aventurero, 10 000 sublima el tema del guerrero líder, enfrentado a una civilización tiránica y superior (como en Apocalipto, de Mel Gibson), la peregrinación de los protagonistas luego del desastre se pulsa también en el fabuloso dibujo animado La era del hielo, y el revestimiento del héroe con los atributos de El Elegido, motivo que recuerda el fondo pseudorreligioso de la trilogía The Matrix. Tampoco pretendió el verismo impresionante de su más ilustre predecesor, el filme francés En busca del fuego, donde no se escucha una sola palabra en ningún idioma conocido y se describe el gradual proceso de humanización de nuestros remotos antecesores. En el estreno norteamericano, las damas y caballeros tienen tipo de salvajes, se matan y pelean como bestias, pero hablan buen inglés (dice el director que eso le garantizaba la identificación emocional del espectador) sin contar decenas de anacronismos como que aparecen caballos domados en una época cuando ello no era una práctica registrada en los anales históricos, como tampoco existían en tan remota época una serie de edificios y embarcaciones aparecidas mucho después.

A pesar del enorme éxito de público conquistado luego de monstruosa campaña publicística (fue el primer filme norteamericano de 2008 que sobrepasó la barrera de los 200 millones de dólares en taquilla) los críticos norteamericanos reaccionaron negativamente, y en general apuntaron la extrema debilidad de una historia mal estructurada en función del exhibicionismo de trucos espectaculares. Y es que Emmerich (acreditado también como guionista y productor) adora desde niño películas como El planeta de los simios, La aventura de Poseidón, Terremoto y El coloso en llamas, y quiso complacer una vez más la mentalidad pueril del espectador norteamericano presentando a los malos sin redención, y al héroe iluminado, que consigue el apoyo de todos para ultimar a los malos de la manera más cruenta, como mismo había hecho en la enfermizamente pronorteamericana Día de la independencia.

Entretenimiento infantiloide que debe evitar todo espectador que aspire a que le muestren, con un ápice de seriedad, qué era la humanidad hace ciento y pico de siglos, 10 000 es recomendable solo si usted quiere ver una película de aventuras sosa y de galopante inverosimilitud, pero filmada brillantemente en paisajes de Sudáfrica, Namibia, Nueva Zelanda y Tailandia, y con un despliegue ciertamente estupendo de engendros y decorados fabulosos generados en computadora. Aunque se quedaron muy lejos de las cotas de imaginación, plasticidad y perfeccionismo desplegados en megaproducciones estilo el animado Dinosaurio, o la más reciente versión de King Kong.

En fin, que por los cines anda, hasta que llegue a la televisión, esta reductora, tendenciosa y sentimentaloide versión de lo que éramos hace más de cien siglos atrás. Entretenimiento de segunda mano al fin y al cabo, pulpa de matiné, por más que haya costado una cantidad de millones exorbitante, delirante, inmoral.

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