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El payaso Tirilín Tirilón regala magia a los niños de Sancti Spiritus

Hugo Hernández inscribe su nombre en los momentos fundacionales del teatro para niños en esta provincia central cubana

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Juventud Rebelde

Los niños son la continuidad de todo, de la vida y de la esperanza, piensa este actor espirituano. Foto: Vicente Brito Sancti Spíritus.— Cuentan que te cuentan que había un payaso diferente, de una nobleza conmovedora, sin trajes rimbombantes, ni pelucas o zapatones, apenas ataviado con la nariz colorada. Cuentan que te cuentan que primero quiso ser veterinario, pero los animales sabios lo empujaron hacia los niños porque desbocaba su gozo como el mejor hazmerreír que en el mundo ha sido. Cuentan que te cuentan que algunos observadores con manca imaginación sugirieron que esa voz grave no encajaría en el infinito mundo de lo menudo; ellos ignoraban su peculiar encanto para combinar narraciones, fábulas, adivinanzas, magia, todo aliñado con naturalidad y arte.

Solo por hacer más felices a los niños, durante casi 35 años, Hugo Hernández merece un monumento espirituano. Paciente, bromista, humano..., los especialistas de las Artes Escénicas en el territorio apuntan esa ubicuidad que inscribe su nombre en los momentos fundacionales del teatro para niños aquí: la creación de grupos infantiles memorables como Proyecto H o Baúl Mágico; de personajes referenciales como el payaso Tirilín Tirilón, el majá Anjá o el Chichiricú.com; hasta la animación de la más humilde tertulia o la defensa a ultranza de la cultura en la villa. Promotor, trotamundos, actor, improvisador; él prefiere la definición de juglar.

—Actuaciones en la radio y la televisión, animador de espectáculos, de cumpleaños, profesor... ¿Por qué todo nace y regresa desde y hacia el mundo infantil?

—Lo que más me ha gustado hacer siempre es actuar para los niños, ese contacto resulta lo que más disfruto, quizá porque sigo siendo un niño con algo más de edad. Considero que ellos son más honestos, cuando no les gusta lo que estás haciendo no te atienden o se van, no como los adultos que a veces tenemos que seguir ahí por un problema de ética. En la familia ha sido igual, siempre andaba con mi hijo Huguito para arriba y para abajo; íbamos al parque a jugar a las bolas, ahora tengo un nieto a quien le hago funciones en la casa con un títere.

No olvida la influencia de Luis González Dieppa, aquel vecino discapacitado y lector de tabaquería que lo embrujaba con su voz, las declamaciones en la escuela durante la adolescencia, la locución en la radiobase de la Unidad del Servicio Militar, donde hizo mucho teatro, ni sus actuaciones como aficionado en Cabaiguán, que alternaba con el oficio de pintor de brocha gorda.

Después se incorporó, ya como profesional, al grupo espirituano Eurípides Lamata y comienza la superación en seminarios, cursos y cuanto taller de la materia apareciera. Se mezclan en la memoria la vinculación del actor en vivo con el títere, los personajes híbridos, actuaciones para adultos, versiones de obras de Shakespeare, las evaluaciones de A y Primer Nivel y su primera experiencia como director artístico en Proyecto H, donde hace sus pininos como dramaturgo, con su recordable majá Anjá.

—Casi todo el público espirituano reconoce a Hugo Hernández por el payaso Tirilín Tirilón. ¿Cómo nace ese personaje y qué lo define?

—Presenté un proyecto en la televisión que se llama Baúl Mágico, donde comencé a hacer de Tirilín Tirilón. Ese personaje nace para la televisión; pero es una mezcla, porque en la radio yo hacía un duendecillo cuya muletilla era esa, Tirilín Tirilón, y me gustó la sonoridad del nombre. Quería que fuera un payaso, pero no con la payasería por la payasería. Te voy a ser honesto, mi punto de contacto fue el personaje que hacía Edwin Fernández, ese excelente Trompoloco, y un poco también referencias a Chaplin, buscando una media con mis características.

«Con Tirilín Tirilón comencé a hacer transformaciones: cogía un objeto determinado, por ejemplo una zapatilla, y me la ponía en la mano, comenzaba a moverla y con dos botones o dos peloticas encima la convertía en un títere, algunos decían que parecía un majá, un sapo o un conejo sin orejas, y eso era lo que yo quería, sugerir, despertar la imaginación de los niños. Luego la idea creció, se incorporaron Lidisbel Rosado, una excelente actriz; Biorkis Rodríguez, con los personajes de Guacanayara y Rocío, y dos niños; comenzamos a escribir cosas y de ahí nace también para las Artes Escénicas el grupo de teatro Baúl Mágico».

—Pero ahora usted ya no trabaja con Baúl Mágico, sino en espectáculos unipersonales de narración oral escénica, ¿acaso abandonó a Tirilín Tirilón, su más cara creación?

—Estoy incursionando en la narración oral escénica que tiene muchas posibilidades reales de contacto con los niños y me permite inventar y reinventar una historia, improvisar, tomo la idea central del cuento y hago como un poeta repentista, recreo la historia, paso muchísimos apuros; pero lo disfruto y el público también.

«Ahora además tengo una peña todos los sábados en la UNEAC con personas de la tercera edad; mantengo un Taller de Apreciación del Teatro en la Casa de la Cultura, las fiestas de cumpleaños los fines de semana; estoy preparando jóvenes que aspiran a ingresar en escuelas de arte; me presento por temporadas en la Casa del Teatro, en centros escolares o comunidades con el espectáculo La maravilla de la palabra; sigo en la radio como actor del Dramático.

«En estos momentos ando preparando otro personaje que se va a llamar el Tío Ey, sí; va a ser un trinitario, para narrar cuentos y demás, pienso sacarlo a mediados del año que viene, y tengo un sueño a largo plazo, no sé si se me va a dar, quiero en un futuro reunir un equipo para hacer pequeñas cosas de dibujos animados para la televisión con mi voz, pero Tirilín Tirilón sigo siendo yo, ese es mi personaje, con el Baúl o sin el Baúl; Tirilín Tirilón soy yo, cuando me pongo la nariz, Tirilín es mío. Es al personaje que más le temo, y también el más reconocido, los muchachos en la calle, hasta sin nariz me dicen Tirilín».

—Los niños lo acechan en la calle, a veces tiene que improvisar para ellos, ¿usted nunca se desviste de actor? ¿No se fatiga?

—Sí, soy un ser humano, le doy vida a los personajes, pero soy Hugo, lo que pasa es que a veces, por un problema de ética, no puedes demostrarlo. Padezco de hipertensión, me tengo que compensar, me pongo de mal humor, aunque como buen Sagitario que soy, me sobrepongo a todo eso.

—Además de la paciencia, ¿qué otro atributo se necesita para trabajar toda la vida con los niños? Después de casi 60 puestas en escena mayormente para ellos, ¿a qué se dedicaría si mañana se entera de que los muchachos se mudaron a otro planeta o ya no lo aceptan más?

—Hace falta quererlos y sentirse un niño más, saber llegar a su mundo sin ñoñerías, darse a respetar y escucharlos, ser su consejero y amigo. Si no me quisieran sería muy triste para mí, creo que me pondría a trabajar en un parque infantil, tendrían que verme allí cuando fueran a montar en los caballitos. Los niños son la continuidad de todo, de la vida, de la esperanza, todas las personas deberían velar por que ellos fueran felices.

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