Ciego de Ávila.— Con un tiempo medio invernal, en el que a ratos se cuelan residuos del verano, Eduardo Pino González conversa con sus amigos. Vestido con desenfado, Pino es uno más dentro de las tantos que a esa hora de la mañana caminan por los bajos del Doce Plantas, un edificio con aires yugoslavos que pretende señorear el centro de la ciudad.
Visto a distancia, con sus pantalones anchos y camisa de tonos claros, Pino pudiera pasar, únicamente, como uno de esos jóvenes que por la noche se reúnen en ese lugar, frente al Parque Martí, a conversar de lo humano y lo divino, de planes logrados y sueños por hacer.
Él, al menos, ya tiene uno. En el 2006 su libro Puerto a la deriva ganó el Premio Nacional Eliseo Diego en poesía para adultos y, para completarle los anhelos, el poemario apareció en forma de volumen en la recién concluida Feria del Libro.
«Un premio siempre es bueno, te abre puertas o hace que la gente se fije un poco en ti; pero no me hago ilusiones», dice Pino. «El criterio de tres personas no valida una obra, hay que seguir trabajando».
—¿Cuál es la clave que se esconde detrás de esa imagen en el título del libro?
—Una inversión de términos. El agua es un elemento sustancial de la poesía; ella se va y regresa, nunca se queda y en esta ocasión a mí me pareció lo contrario: que era ella la que permanecía tranquila, mientras que realmente somos nosotros lo que andamos a la deriva por su superficie.
—Premio aparte, ¿en qué medida este poemario llega a marcar un antes y un después en tu obra?
—Bueno, yo aún tengo muchas cosas por hacer; pero según Ileana Álvarez, la editora, en este libro parece que alcancé una mayor madurez como poeta en comparación con los otros dos: Subasta del miedo y Peces de bajo fondo.
—¿Y tú qué piensas?
—Lo único que sé es que este fue un libro más pensado. Medité más la estructura, el ritmo de los poemas, la forma de fragmentar los versos..., no fue como los otros que eran un intento por encontrar mi propia voz.
—Entonces, ¿Puerto a la deriva es el libro que más quieres?
—No, el libro con el que más me identifico es Peces de bajo fondo, porque refleja un período muy importante de mi vida. Me estaba descubriendo a mí mismo, mi modo de ver la realidad cambiaba y también estaba conociendo un poco mejor a las personas.
—¿Por qué ese título de Peces —precisamente— de bajo fondo?
—Los peces del fondo o los de peceras se encargan de limpiarlo todo, y eso fue lo que un tanto hicieron esos poemas: limpiar un poco la suciedad. Mis libros son eso: como se escribe del dolor, el abandono, la muerte de un familiar, al final se convierten en un acto de limpieza. Este último, Puerto a la deriva, es un libro de confesiones, pero, como los peces, tengo la percepción de que los humanos somos parecidos a ellos: andamos por ahí tratando de borrar las cosas feas del pasado.
—La escritora brasileña Clarice Lispector afirmaba que escribir es una maldición, pero una maldición que salva. Al juzgar lo que dices, ¿en qué medida la escritura te ha salvado?
—Bastante. Más que conversar con una persona, me gusta hacerlo con el papel. Él no me contradice, no se pelea conmigo, no me dice lo que tengo que hacer, es un modo de vaciar lo que tengo dentro sin que venga alguien y me diga: «Para, ese no es el camino, es este». Es un momento de mucha tranquilidad.
—También has andado por la narrativa. ¿Qué es más difícil: escribir cuentos o poesía?
—La poesía tiene una particularidad: me ayuda a salir a flote. Parece que en mí hay una regla: en los momentos de dolor, la poesía aparece de inmediato. Es como una nivelación. El poema sube y el dolor baja, hasta que desaparece, y al final solo me quedo con el descanso y los versos que, por suerte, salen completos, sin tener que hacerle muchos cambios.
—¿Siempre salen así, no tienes que hacerle alguna mejora?
—Siempre. Ellos aparecen como si estuvieran listos para ser publicados. Los cambios son mínimos.
—Otros rectifican hasta lo infinito y a ti te salen completos. ¿No te has explicado por qué?
—No; es un misterio. Simplemente no los dejo pasar. Aparecen como si fueran una instantánea y enseguida siento que no puedo dejarlos para otro momento. Si estoy durmiendo, me levanto a escribir, no importa la hora y el lugar. He escrito hasta en un ómnibus.
—¿Cuándo aparecerá un libro de cuentos tuyo?
—Estoy terminando uno y trabajo también en una noveleta infantil, que es un compromiso con los niños; pero no puedo decir fechas. Yo me trazo metas; cuando me propongo algo, trabajo para que salga.
—¿No tienes algún libro de poesías entre manos?
—Tengo el título de uno.
—¿Cuál es?
—Parto difícil. Es un poema dedicado a los hijos que nunca tuve, y salió en una noche.
—¿Lo cambiaste mucho?
—No, está como salió. Sin un cambio.