Las jornadas finales del Festival Internacional Jazz Plaza 2008 (evento que, mientras nos conecta con lo que brilla y vale en arenas foráneas, reafirma que somos, también en este género, toda una potencia) fueron realmente intensas, y llama la atención que si bien hubo instrumentos e instrumentistas tan variados como requiere esa música ancestral que se renueva por día, la edición recién finalizada pareció rendir un tácito homenaje a ese inmenso animal sonoro que acompañó sus pasos iniciales en aquellos pequeños clubes de New Orleáns y le ha seguido, fiel, hasta hoy: el piano.
En torno a él se nuclearon verdaderos titanes de allá y acá, sobre todo de ese otro hermano país que descuella en todo lo que a solfa se refiere, Brasil. De allí vino Joao Donato, grande en eso que hoy muchos llaman fusión, el cual realizó un sucinto, pero representativo paseo por su vasta obra. El autor de verdaderos clásicos como Lugar común (que, por supuesto, hizo) y Amazonas, es dueño de un estilo sereno y limpio, que recorre las teclas sin inmutarse (diría que les extrae susurros) pero que, simplemente, encanta.
El carioca estuvo precedido por buena parte del talento nuevo en el jazz latino del patio: Dyramir González, Ernán y Harold López-Nussa, Rolando Luna y Alexis Bosch, quienes rindieron un cálido homenaje al colega Tete Montelin (Galicia) en presencia de su agradecida viuda. Fuera de programa, el «culpable» mayor de todas estas citas jazzísticas, Chucho Valdés cerró con una versión sui géneris del estándar Over the rainbown, que en sus manos siempre es algo más (digamos, por la carga improvisatoria que trasciende la balada clásica estadounidense hacia referentes tanto clásicos como afro).
La luminaria del jazz internacional protagonizó la siguiente cita, esta vez junto a otro grande de la música cubana y latina toda: Pablo Milanés. Ellos procedieron al estreno mundial de un reciente CD que grabaran, con música y acompañamiento (solo) pianístico de Chucho y letras escritas e interpretadas por el mítico autor de Yolanda; antes, claro, se impuso un pequeño concierto de ambos donde alternaron piezas del Milanés más lírico (La Felicidad, Si ella me faltara alguna vez, Mírame bien...) con interpretaciones de Valdés, donde nuevamente asistimos a la pieza inmortalizada por Judy Garland.
Respecto al CD conjunto, ya ambos habían dado un breve adelanto cuando, en 2005, actuaron junto al brasileño Iván Lins, y apenas tres piezas bastaron entonces para hacernos la boca agua; esta vez, disfrutando el disco de cabo a rabo, se confirma aquella impresión inicial de obra maestra consumada.
El hecho de que fuera Chucho quien entregara a Pablo un grupo de melodías para que este procediera a escribir las letras (y no a la inversa), implicó en el trovador un esfuerzo, una suerte de ensanchamiento, de búsqueda en sus «minas» para que, con tan creativo «pie forzado», se generaran canciones con la gracia y la energía resultantes. El trovador, entonces, sin renunciar a sus motivaciones filosóficas, ontológicas, eróticas, se las tuvo que ver con piezas de una considerable espesura armónica y tímbrica, gracias al universo variopinto e inmenso del concertista y compositor: así de complejos son sus intervalos, sus secuencias, mas no debe pensarse por ello que se trata de canciones complicadas o intelectuales sobremanera: conservan la sencillez lírica del cantautor, más la riqueza y grandeza del jazzista.
Entre referencias que van de Mozart y Debussy al feeling y la contradanza, disfrutamos interludios y comentarios precisos y preciosos desde la inspiración y las manos de Chucho, que encauzan en la voz inagotable de Pablo, ahora deviniendo modulaciones, melismas y sostenidos no para el alarde sino para la estatura de canciones nombradas Mary, Recuento, Distancias, Días de otoño, Pilar o ese cierre con broche de oro titulado Choteo, que se me antoja un homenaje al Bola de Mamá perfecta. No hay dudas: este disco, Chucho y Pablo, va a dar buena «guerra» dentro y fuera de Cuba.
Para clausurar de la mejor manera Jazz Plaza 2008, contamos con otra amiga, una invitada de lujo: la brasileña Tania María. Tuve la suerte de verla cuando nos visitó por vez primera, hace unos 25 años, y ahora, aquella voz matizada y rica, un tanto más grave, vuelve a hacer filigranas junto a las que forjan sus dedos al deslizarse sobre el piano: lo mismo en sus curiosos scats como en sus variaciones sobre las piezas recreadas, la jazzista, mixtura curiosa de Sarah Vaughan y la rainha del bebop, su coterránea Elsa Soares, atacó lo mismo títulos de Tom Jobin (el «bossa» clásico de Insensatez o el que pudiéramos llamar «tardío» de Anos dourados), que músicas del carnaval, un Bésame mucho en perfecto español o composiciones propias, con el carisma y la sapiencia multiplicadas de hace un cuarto de siglo, cuando encantó a aquel auditorio del Karl Marx; con refuerzos extraordinarios como fueron su compañero percusionista, nuestros Jorge Reyes (contrabajo), Giraldo Piloto (batería) o el mismo Chucho en un extraordinario Babalú Ayé, su participación redundó un jam session para no olvidar.
Jazz Plaza 2008, a qué dudarlo, nos regaló en unas cuantas jornadas lo que es difícil apreciar durante todo el año en los escenarios cubanos. Ojalá no tarde la TV en hacer de este goce de cientos en la capital, verdadera fiesta de miles en todo el país.